Como mis compañeros de blog, Alejandro de Fuenmayor, que escribió sobre cómo cloud puede contribuir a la accesibilidad y David Labajo, que se centró en el potencial de los wearables para las personas con discapacidad yo también asistí a la última edición de CENTAC, donde moderé una mesa redonda sobre el Internet de las cosas, en la que se puso de relieve una faceta del mismo, que no es la habitual en otros foros sobre el tema.
Por supuesto que se debatió sobre aspectos ya frecuentes en torno a la que se considera la “siguiente gran revolución industrial” y, aunque con matices, podemos afirmar que en general existe consenso sobre ellos.
Parece que ya nos hemos familiarizado con el concepto Internet de las cosas y entendemos su diferencia con M2M (hablamos de M2M cuando las máquinas usan recursos de red para comunicarse con infraestructuras de aplicación remotas que monitorizan y controlan tanto la propia máquina como el entorno que la rodea; Internet de las cosas es cuando se combinan soluciones verticales sobre M2M para dar respuesta a una necesidad), e incluso ya utilizamos una nueva expresión: el Internet de todo (Internet of everything, IoT en siglas). Aunque podemos diferir en las cifras exactas, todos coincidimos también en que en los próximos años seremos testigos de una gran explosión en cuanto al volumen de objetos que estarán conectados a Internet para compartir información, y hasta somos capaces de vislumbrar cómo la aplicación de estas tecnologías transformará las industrias y los múltiples beneficios que aportará en diversos ámbitos, como la energía , el transporte, el entorno rural, el patrimonio histórico o la industria.
Pero en el marco de CENTAC el enfoque fue otro: el valor potencial que puede aportar Internet de las cosas en términos de accesibilidad, de integración y de independencia, algo que merece una reflexión profunda.
Cuando hablamos de entornos inteligentes, ya sean privados (smart home) o públicos (smart cities), hablamos de objetos conectados y de información que permite tomar decisiones que repercuten en una mayor y mejor calidad de vida. Hablamos de una transformación del entorno de las personas, pero esto no necesariamente implica una mayor accesibilidad.
Un entorno accesible es aquél diseñado o mejorado de forma que cualquiera participa en iguales condiciones del mismo, independientemente de su edad o de sus limitaciones físicas o psíquicas. Desde este punto de vista, un entorno smart podría incluso agrandar la brecha digital y social de los ciudadanos, si el acceso al mismo está limitado a una élite bien preparada tecnológicamente.
Por tanto, no está claro aún el papel que jugará Internet de las cosas en la mejora de la accesibilidad, ni si se comportará como un facilitador o si, por el contrario, introducirá más y nuevas barreras.
Pero potencialmente, las tecnologías de IoT reúnen muchas cualidades para contribuir positivamente a una mayor accesibilidad: permiten proporcionar servicios de manera personalizada según necesidades y preferencias, la identificación del usuario y la adaptación de la información a su realidad, la localización del individuo, la sensorización del entorno….
En el encuentro de este año de CENTAC hemos podido ver varias iniciativas en esta línea: dispositivos “ponibles” que permiten a las personas discapacitadas estar localizadas en cada momento o interactuar con sus dispositivos móviles para facilitarles la vida cotidiana y la accesibilidad; gafas inteligentes con aplicaciones de realidad aumentada que informan a la persona que las lleva de los puntos de accesibilidad existentes a su alrededor. Incluso experiencias piloto que permiten a las personas con discapacidad servirse de las nuevas tecnologías en el entorno laboral mediante el uso de tareas guiadas, o que les facilitan el acceso al teletrabajo. Iniciativas muy interesantes y prometedoras pero que por ahora son aún prototipos en fase de experimentación.
Parece que aún queda un largo camino hasta conseguir que la accesibilidad forme parte intrínseca del diseño de los entornos smart, y que éste no es un reto que pueda resolverse sólo desde un punto de vista tecnológico. No basta con disponer de un entorno inteligente, que monitorice los objetos físicos que lo conforman y actúe, en consecuencia, adaptándose a las circunstancias del momento, sino que es fundamental que el entorno esté concebido para que se adapte a la realidad particular de cada individuo. Es imprescindible que esta dualidad entre la universalidad de los servicios y aplicaciones construidos sobre IoT y su personalización y concepción desde la persona, formen parte indisoluble del diseño de los mismos.
Sólo de esta forma podremos afirmar que transformamos los entornos smart en accesibles para todos los ciudadanos por igual, independientemente de sus limitaciones físicas o psíquicas, de su edad o de sus circunstancias particulares.
Imagen: Keoni Cabral

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