No merece la pena describir los desencadenantes ni las causas de la secuencia de hechos acaecida aquella tarde-noche de sábado madrileña. Finalmente hubo dos que resultaron críticos: el bloqueo de la señal GPS sobre la almendra de Madrid, motivado por una interferencia en la señal de los satélites, según se explicó más tarde. Y dos, la orden masiva de desconexión, es decir, de cese de fluido eléctrico, enviada simultáneamente a todos los contadores inteligentes de los edificios residenciales y del alumbrado público en el distrito Centro. Como resultado de este doble ataque, un monumental colapso circulatorio se adueñó de la ciudad a oscuras. El 112 se convirtió, así, en un improvisado centro operativo de aquella pequeña crisis ocasionada por una desconocida organización que, poco a poco, se fue apoderando de otros sistemas.
Adicionalmente habían desarrollado un interesante algoritmo que determinaba qué objetos (cosas) estaban conectadas a Internet sin la protección suficiente y que se podían inutilizar con un simple ataque de negación de servicio. Su objetivo era bloquear las centrales de seguridad que no utilizasen eficazmente una intranet privada. O, tal vez, apoderarse de las cámaras wifi que no estuvieran cableadas o al menos securizadas, en especial de las aledañas a la Plaza de Cibeles. Y del Banco Central… puesto que éste era su objetivo final: las reservas de oro allí custodiadas.
Sin la señal de GPS, los Servicios de Seguridad del Estado y de emergencia del 112 vieron mermadas sus capacidades operativas. Fue imposible organizar el caos del tráfico. La multitud abandonó los vehículos y colapsó las redes móviles con sus insistentes llamadas a familiares y amigos. En medio de todo el tumulto un pequeño grupo armado pasó inadvertido frente al Estado Mayor y asaltó el Banco de España sin mayor complicación. El propio edificio también había sido tomado por los atacantes al hacerse con el control de su sistema de inmótica: las puertas se abrían y cerraban, la temperatura se había vuelto loca y los guardias de seguridad iban arriba y abajo, incrédulos, en busca de una explicación. Al ver sus puestos despejados, los asaltantes aprovecharon la oportunidad.
Ésta podría ser la descripción de un asalto al Internet de las cosas a escala masiva. ¿Tengo demasiada imaginación?, ¿estamos ante un guión desorbitado? Tal vez… Quizá mi propuesta sea impensable ahora mismo… pero ya se habla de estos temas en la Red y hemos empezado a leer noticias sobre un frigorífico hackeado o del peligro potencial de las smart tv. Recordemos que muchas infraestructuras ciudadanas aún no gozan de protección relevante salvo aquéllas consideradas críticas (como el 112), que serían las únicas capaces de dar respuesta a una crisis de este tipo.
Pero no quiero ser alarmista ni pretendo sembrar el terror. Al contrario: conocemos de sobra las bondades de la tecnología para nuestra sociedad y la propia hiperconectividad que se nos viene encima hará que se desarrolle a su alrededor una nueva industria de seguridad. Nuestros activos conectados, nuestras “cosas”, también tienen que protegerse: igual que el acceso a la Red no está reñido con la intimidad de nuestras vidas o no apagamos nuestros ordenadores por temor a los virus.
Es cierto que un coche conectado ya puede ser hackeado remotamente y ello representa un gran peligro pero esto significa que nos encontramos ante una nueva sofisticación en el mundo del software y hay que ponerse manos a la obra.
La seguridad respecto al Internet de las cosas probablemente se convierta en uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado la industria TIC durante mucho tiempo y la aproximación deberá ser, sin duda, disruptiva, para proteger este nuevo entorno de elementos inteligentes que nos rodea.
Imagen: scootie

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