Hace unos veinte años que incorporamos las TIC a la medicina. Además de la digitalización de la misma, con grandes avances como la centralización de historiales clínicos o la cita on line (porque esto es un gran éxito, no hay duda) asistimos a una evolución sin precedentes en los tratamientos de enfermedades, tanto correctivos como preventivos. Pero todo lo que hasta ahora hemos avanzado tiene pinta de ser una “chiquillada” con la auténtica “revolución” que ya se está produciendo.
Los expertos vaticinan cuatro grandes áreas de transformación en el ámbito de la salud en las próximas décadas:
– El autochequeo de enfermedades podrá detectar anomalías en un estado tan inicial que podremos tratar la mayoría de ellas con grandes garantías de éxito. Los sensores cada vez son capaces de medir más parámetros, mientras su tamaño y su consumo energético disminuyen. Actualmente ya se integran en multitud de elementos de uso cotidiano como básculas, pulseras, relojes, smartphones o nuestro propio vehículo. Quizá en poco tiempo sea la ducha matutina la que recoja toda esa información y nos recete un paracetamol antes de salir de casa o nos recomiende la visita a un especialista.
– Si lamentablemente tenemos que llegar a la reparación de alguna parte de nuestro organismo, la impresión en 3D será capaz de fabricar órganos tan complejos como un corazón. “Piezas” de reemplazo construidas a medida y a partir de las propias células madre del receptor, así se evitará que el nuevo órgano sea rechazado por el resto del cuerpo.
– Los nanobots o biomimicry también jugarán un papel fundamental en la detección y lucha contra enfermedades. Se trabaja ya en la tecnología digital pill, consistente en incluir dentro de una pastilla un chip degradable y no perjudicial, capaz de informar de que la medicación se ha tomado y hacer mediciones que posteriormente servirán para determinar si el tratamiento está realmente funcionando.
Incluso se habla de “cyberplasma”, compuesto por pequeños microdispositivos (nanobots) que podrán servir de apoyo (o incluso reemplazar) a las células en sus funciones, como por ejemplo en la lucha contra patógenos externos.
– Y llegados al punto en que resulte tan sencillo corregir aquellos parámetros considerados como no saludables y que podamos afirmar que tenemos una “salud de hierro”… ¿por qué no ir más allá?, ¿por qué no aumentar nuestras capacidades? Hay algo más que una evidente evolución en todo lo concerniente a las prótesis, pero con todos los avances que se están produciendo pronto podremos crear el “hombre aumentado”: ese ser humano con uno o más superpoderes de esos con los que todos hemos soñado cuando éramos pequeños ¡y no tan pequeños!
Ya existen exoesqueletos capaces de ayudar a caminar o levantar peso a personas mayores o con alguna dificultad, como el popular HAL-5 de la empresa japonesa Cyberdyne, aunque hay otras opciones en avanzado estado de desarrollo o incluso en uso (Robot exoskeleton suits that could make us superhuman). No quiero dejar de hacer un poco de patria y mencionar aquí el proyecto español Hyper, orientado no sólo a la compensación de deficiencias sino también a la recuperación del paciente (estupendo artículo de Nuño Domínguez en esMateria: "El exoesqueleto español ya tiene cerebro")
Este tipo de prótesis e implantes suelen ser casi siempre externos y tienen poca integración con el organismo. Actualmente sólo se usan para corregir alguna carencia, pero nada impide que puedan emplearse para multiplicar nuestra fuerza, al más puro estilo de la película “Iron Man”, como ya está haciendo la industria militar. ¿Y qué tal si lo acompañamos con unas Google Glass? ¡Sin duda estaríamos ante un auténtico Robocop!
Un poco más lejos en la integración cuerpo-dispositivo llega la tendencia del body hacking, que consiste en alterar nuestro cuerpo con alguna ¿pequeña? mejora tan extraordinaria y útil como tener un imán en la yema de nuestros dedos, porque ¿quién no se ha tropezado alguna vez al colgar una lámpara con ese tornillo rebelde que se cae sin parar?
Un caso que se popularizó ya hace algunos años es el de Neil Harbisson, el primer cyborg reconocido oficialmente. Neil, afectado de acromatopsia (imposibilidad de distinguir los colores), lleva implantado de forma permanente un “tercer ojo” (cámara + chip) que convierte los colores en sonidos y le permite resolver algo tan básico para el resto de los mortales como distinguir un pimiento rojo de uno verde. Además, será de los poquísimos varones capaces de diferenciar el blanco roto y el rosa chicle, y esto para alguien como yo que acostumbra a “pelearse” con los colores, constituye todo un superpoder.
Así que, a este paso, quien sabe si como en la película “Cariño, he encogido a los niños”, terminaremos encogiendo a los doctores que se pasearán por nuestro interior dentro de naves nanorobots, aniquilando enfermedades como dentro de un videojuego.
Por si acaso las cosas suceden antes de lo que nos pensamos, mejor vayamos ya escogiendo nuestro superpoder. ¿Sabrías ya cuál coger? Yo me voy a pedir el de…
Imagen portada: Jamie Durrant / Imagen cuerpo: Quinn Norton

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