Es posible que quien peine algunas canas se acuerde de esta frase: “Hola Profesor Falken. Extraño juego. El único movimiento es no jugar. ¿Qué le parece si jugamos una buena partida de ajedrez?”. Con ella finaliza la película “Juegos de Guerra”, escrita por Lawrence Lasker y Walter F. Parkes, ambientada en los últimos años de la Guerra fría.
La ciencia ficción ya es una realidad
En ella se cuenta la historia de un joven hacker que, en sus ratos libres, intenta infiltrarse en sistemas ajenos por simple curiosidad y, al final, acaba prestando ayuda al ejército estadounidense, dado que “el ordenador que maneja los silos de misiles nucleares” está a punto de realizar un ataque mundial y solo interactúa con él. Catalogada como ciencia ficción y estrenada allá por 1983, ya vislumbraba una “ficción” con tintes de realidad. Un año antes, en 1982, los servicios de inteligencia estadounidense habían introducido una bomba lógica en un software de OT gasístico de la Unión Soviética, que provocó una explosión en el sistema de distribución. La ciencia ficción ya era una realidad.
Parafraseando a Walter Zeev Laqueur, historiador y comentarista político norteamericano, “Si, como dijo Clausewitz (militar prusiano y uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna), la guerra es una continuación de la política por otros medios, la ciberguerra es la continuación de la guerra tradicional por otros medios”.
El ciberespacio como dominio de seguridad
No le falta razón, la guerra tradicional ha evolucionado a lo largo de la historia y se ha ido adaptando a los tiempos. Tan es así que los dominios tradicionales en seguridad se han catalogado como tierra, mar, aire y espacio, pero, con la irrupción de la digitalización, muchos analistas introducen el ciberespacio. Actualmente la mayoría de ejércitos en el mundo incluyen este quinto elemento, e incluso desde hace algunos años se están creando unidades militares especificas en este ámbito.
En ocasiones hasta se las dota de mayores medios e importancia, como es el caso del “Cibercomando” de EE. UU., que el expresidente Trump elevó en 2017 a la categoría de estratégico, dada la importancia de las operaciones tanto defensivas como ofensivas en el ciberespacio.
El anonimato del ciberespacio
Ahora bien, este quinto elemento abre la puerta tanto a gobiernos influyentes y/o poderosos, como EE. UU., Rusia o China, de manera más subrepticia, como a pequeños gobiernos, que en un escenario de guerra convencional serían claramente sobrepasados, a aprovechar la coyuntura que les brinda el ciberespacio para realizar ataques.
De momento podemos afirmar que la ciberguerra es exclusiva de los gobiernos, que son los que poseen los recursos necesarios para realizar la guerra en dicho dominio. Pero existe un problema de atribución, ya que resulta complicado asociar los ciberataques con los gobiernos que los ejecutan. El ciberespacio brinda un anonimato difícilmente atribuible, incluso a pesar de que estén identificados numerosos grupos o unidades asociadas o “próximas” a dichos gobiernos. Es el caso de los conocidos Advanced Persistent Threat o APT (Amenaza Persistente Avanzada), grupos organizados con grandes recursos que realizan ataques por todo el globo a gobiernos, instituciones, industria, empresas y/o ciudadanos. El robo de información, provocar daños, pánico social y/o el beneficio económico son sus señas de identidad. Su legado es amplío y conocido: Titan Rain, Duqu, Red October, Careto o Stuxnet son algunas de sus acciones más famosas que amplían el historial de ciberarmas empleadas exitosamente en las últimas décadas.
España no escapa a esta nueva realidad
En lo que respecta a España, no escapa de esta nueva realidad. Tanto el gobierno como las empresas son conscientes de este nuevo escenario bélico. Prueba de ello son las “ciberunidades” militares repartidas por los tres ejércitos y la reciente reestructuración del Mando Conjunto del Ciberespacio (MCCE), así como las unidades emplazadas en los SOC o CERT de empresas españolas, como los doce Centros de Operaciones de Seguridad de Telefónica repartidos por el mundo o el Equipo de Respuesta a Incidentes de Seguridad (CSIRT) Global de la compañía.
Además, según el Centro Criptológico Nacional, dependiente del Centro Nacional de Inteligencia, el nuevo escenario internacional producido por la pandemia está duplicando los ciberataques más graves. Hasta el pasado mes de noviembre se habían identificado 6.690 ciberincidentes de peligrosidad muy alta y otros 60 críticos, frente a los 3.172 y 37 respectivamente de 2019.
En definitiva, no me atrevería a afirmar que estamos en una ciberguerra fría, dado que requeriría un análisis profundo, pero es indudable que vivimos una época de guerra continua en el ciberespacio. Estados, instituciones y empresas son conscientes del actual escenario bélico digital y se están preparando para ello: con entrenamiento de personal y creación de unidades específicas, así como con la adquisición y desarrollo de ciberarmas que les permitan realizar acciones tanto defensivas como ofensivas.
En palabras del segundo comandante del Mando Conjunto del Ciberespacio, Francisco Javier Roca, “en el futuro puede haber en el espacio un ciber Pearl Harbor o un ciber Hiroshima. En el ciberespacio no hay paz; hay una guerra silenciosa de estados que se están preparando para un posible conflicto”.
Imagen: Christiaan Colen

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