Las nubes no son más que gotas de agua

Los finales de año son complicados. Relájate por unos instantes y desconecta. Cierra los ojos, retrocede a los meses de verano, recostado en la hamaca, la tumbona, la toalla o sobre la propia arena… Con el sonido del mar de fondo, calma absoluta, la inmensidad… y sobre ti, lo que algunos asociamos con la nueva revolución tecnológica: las nubes.

Desde hace unos años, con el estallido definitivo de la calificada como cuarta revolución industrial, la palabra cloud ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario cotidiano, aunque creo que, en lugar de la nube, sería más acertado hablar de agua. De hecho, se me viene a la cabeza la “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman, una compañera ya escribió hace algún tiempo sobre “La sublimación de cloud” y hasta Bruce Lee nos dejó como lección de vida su célebre: “Be water, my friend”.

Es fácil establecer un paralelismo bastante evidente entre el líquido elemento y el nuevo modo de consumir tecnología. Pensemos, por ejemplo, en el agua como origen de todo: Hace unos 4.500 millones de años se formó la Tierra. Primero era una gran bola de magma, que luego se enfrió, el vapor de agua se condensó, se hizo líquido y se precipitó en forma de lluvia. Así se crearon los lagos, mares y océanos. Desde entonces, el agua ha circulado una y otra vez en el planeta generando los primeros microorganismos que, fruto de la evolución, dieron lugar al nacimiento de todas las especies, incluido el ser humano.

Podría decirse que las nuevas tecnologías han evolucionado de la misma manera: un germen que inicia una cadena de avances desde los primeros inicios hasta el momento actual, fruto de una evolución continua que, lejos de detenerse, avanza imparable.

El agua como industria: Múltiples sectores han nacido y se han desarrollado alrededor de ella (infraestructuras, energía, pesca, ciencia…). Campos infinitos y variados, tal y como ocurre con el ecosistema de la tecnología que se ha convertido en el motor de crecimiento y diferenciación de los países y sociedades.

Por otro lado, nuestros mares y océanos están poblados por millones de especies, cada una con su particularidad. El uso que hacemos de ellas también es variado: desde la alimentación a la industria farmacéutica, pasando por la cosmética.

El más claro ejemplo de esta analogía con la tecnología es el despegue de big data, ámbito en el que la recogida, análisis y conclusiones de los datos se aplica para múltiples objetivos: análisis predictivos de comportamientos de usuarios, eficiencia en flujos de transporte, atomización en campañas de comunicación y marketing, reducción de costes de producción de las empresas, etc.

No podemos olvidar la fuerza transformadora en el ecosistema: Acantilados, bahías, estuarios, deltas, marismas, acuíferos…; nada es igual en el paisaje y, cada segundo que trascurre, el agua lo modela con su imparable avance. El mundo que ahora vivimos seguramente no será el mismo que heredarán las futuras generaciones, pues experimenta una evolución continua y constante, no se detiene.

En el caso de la tecnología, esto si cabe es aún más evidente: lo que hoy es novedoso mañana mismo pasa a convertirse en algo cotidiano e incluso a quedar obsoleto, y grandes avances fechados hace cinco o diez años ahora mismo son insignificantes. Cloud, por su parte, dota a las organizaciones de esa agilidad necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos en los que lo único estable es el cambio.

E igual que el agua con su universalidad e influencia vertebra la organización urbanística de las grandes urbes y llega a los lugares más remotos, cloud democratiza la tecnología aunque también se convierte cada vez más en factor de supervivencia o no, ya que solo una apuesta clara en este sentido facilita la transformación digital, que es asignatura pendiente clave en este momento.

Respecto a la seguridad, podría decirse que hay un mar que se ve, se explota y se disfruta, pero hay otro más profundo y remoto que solo unos pocos conocen, en el que viven especies abisales… Así es hoy en día el entorno tecnológico, y de ahí que la ciberseguridad se haya convertido en una commodity vital en todo tipo de organizaciones. Como escribía un compañero, “La confianza en cloud no es el problema, sino entender su valor diferencial”.

Podría continuar con la lista de analogías, pero con este post solo pretendía llamar la atención sobre los términos utilizados. Ahora que se nos echa encima la Navidad he recordado que una  simple tarde de verano en la playa puede hacernos entender el universo de las nuevas tecnologías desde un punto de vista distinto, en el que el mar y el cielo (con sus nubes) se funden en una misma cosa. Decía Leonardo Da Vinci que “el agua es la fuerza motriz de toda naturaleza”.

Según el sexto informe Global Cloud Index de Cisco, en 2020 el 92 por ciento de las cargas de trabajo serán procesadas en data centers cloud e, impulsada por tendencias como el vídeo, IoT o SDN/NFV, se prevé un significativo y rápido crecimiento de esta tecnología y el consiguiente tráfico de red. Arrollador como el agua…

IDC y Cisco señalan además que, en este momento, las organizaciones con estrategias cloud más maduras se caracterizan por una cultura de integración de desarrollo y operaciones o DevOps, lo cual, y termino como empecé, hace todo más fluido.

Imagen: dariagarnik/shutterstock

Profesional de las TIC, actualmente desempeño la función de Global Service Manager para Multinacionales en Telefonica Business Solutions. Corredor de fondo de los que nunca se rinde, creo firmemente que todo se puede conseguir con esfuerzo y liderazgo Mi lema: ¡mañana siempre sale el sol!

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