El sector financiero se encuentra inmerso en una encrucijada. Después de casi siete años de la caída de Lehman Brothers ya se atisban los primeros signos de recuperación, aunque son muchos los desafíos a los que aún se tiene que enfrentar la banca.
Durante este tiempo, las entidades financieras han tratado de superar los exámenes impuestos por los supervisores, que les exigían unos severos requerimientos en cuanto a capital, liquidez y endeudamiento, lo que ha llevado al sector a un proceso de reestructuración, concentración y saneamiento, sin precedentes.
Una vez superado el escollo de la crisis, los bancos empiezan a levantar cabeza y se encuentran un panorama poco alentador, en el que todo ha cambiado: tanto el terreno de juego como los jugadores.
Hoy en día una de las preocupaciones fundamentales del sector es la llamada “banca en la sombra” (shadow banking), que son entidades que, al olor de la crisis y en plena sequía de crédito, empezaron a ofrecer financiación al mercado, al margen de las entidades financieras y sin estar sujetas a ningún tipo de regulación. Dentro de esta modalidad de banca están por ejemplo las sociedades de crowdfunding (financiación colectiva), business angels y fondos de capital riesgo.
Dentro del shadow banking se incluyen también las empresas de fintech, que prestan servicios financieros a través de la tecnología y fuera de la banca tradicional, como Google, Amazon, Paypal o Apple, así como infinidad de pequeñas startups emergentes que ya operan en determinados segmentos concretos del negocio bancario.
Estos nuevos jugadores tecnológicos están empezando a comerse una parte muy importante de la tarta hasta ahora reservada a la banca tradicional, por lo que actualmente todas las alertas están activadas en el sector financiero.
En los últimos años ha sido muy frecuente ver cómo compañías puramente digitales han irrumpido en distintos mercados y los han transformado, cambiando drásticamente los modelos de negocio y provocando la desaparición de todas aquellas empresas tradicionales que no han sido capaces de reaccionar a tiempo. Por ejemplo, Uber es la mayor compañía del sector del taxi en el mundo y ni siquiera tiene un taxi, Alibaba y Amazon son las mayores empresas del sector retail y no tienen tiendas, Facebook es la mayor empresa de contenidos y no genera ninguno propio, y Airbnb es el mayor gestor de alquileres de habitaciones sin habitaciones en propiedad.
A día de hoy cualquier autónomo o pequeño comerciante podría empezar a aceptar pagos con tarjeta con sólo convertir su móvil o tableta en un TPV a través de soluciones que ofrecen compañías de reciente creación como SumUp, o bien acceder a un servicio de cambio de divisas mediante la plataforma Kantox. Cualquier emprendedor podría financiar sus proyectos mediante plataformas de crowdfunding como Kickstarter. O las empresas podrían empezar a aceptar monedas virtuales como Bitcoin como forma de pago. Todos estos ejemplos ponen de relieve la gran cantidad de servicios financieros que confluyen actualmente en el mercado y son ajenos a la banca tradicional.
Se acerca el invierno para el sector financiero y las entidades no tendrán más remedio que remontar el vuelo para poder enfrentarse a todas las amenazas que acechan en este nuevo escenario.
Sin lugar a dudas, uno de los mejores activos para los bancos es la gran cantidad de datos que tienen almacenados de sus clientes. Hay que tener en cuenta que toda operación, por mínima que sea (pagos con tarjetas, transferencias, domiciliaciones, ingresos…) queda registrada. Debido además a la nueva normativa de prevención del blanqueo de capitales, todos los usuarios de banca han tenido que identificarse debidamente y esto ha supuesto un incremento notable de dichos datos.
Ahora bien, los datos por sí solos no sirven para nada. Lo verdaderamente importante es el conocimiento que se puede extraer a partir de dichos datos, y es aquí donde entra big data.
Gracias al uso eficiente de tecnologías de big data, y al procesamiento de un volumen ingente de datos, de gran variedad y a una gran velocidad, los bancos serán capaces de entender mejor el comportamiento de sus clientes y podrán plantearles ofertas personalizadas en el momento oportuno y, así, proporcionarles la mejor experiencia de usuario posible.
Como casi siempre, la teoría es mucho más fácil que la práctica, ya que implementar soluciones de big data en las entidades financieras es de todo menos trivial. Lo más importante para que una estrategia de este tipo resulte efectiva es que la alta dirección apueste rotundamente por ella, y que internamente la impulsen las áreas de Negocio y Marketing.
Big data permitirá a los bancos emprender un proceso de transformación hacia una banca digital que sea capaz de ofrecer a sus clientes acceso sencillo a servicios bancarios personalizados justamente cuándo y dónde lo precisen (banca contextual).
Además, big data podrá ayudar a las entidades financieras a optimizar su gestión de riesgos (tanto de crédito, de liquidez, de mercado, operacional y reputacional) así como la detección y prevención del fraude tal y como explicaba en un post anterior.
La cuenta atrás ya ha empezado. La banca tradicional tiene aún muchos deberes por hacer. Sólo aquellas entidades que consigan adaptarse al nuevo ecosistema digital tendrán cabida en el mercado: “renovarse o morir”.
Imagen: jose a. del moral

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