Un reciente informe de la Comisión Europea afirma que la innovación en Europa está concentrada en unos cincuenta núcleos principales, en concreto en 48 ciudades que, aunque representan solo el 14 por ciento de la población del continente, en términos de contribución al PIB suponen el 34 por ciento.
En España, en línea con lo anterior, Madrid y Barcelona concentran más del 85 por ciento de las principales startups del país. Barcelona, de hecho, se encuentra entre las diez ciudades europeas más dinámicas, nivel que Madrid todavía no alcanza, pero el crecimiento de este sector en los últimos años está siendo muy significativo. La inversión que han recibido en 2018 sus empresas emergentes con fuerte componente tecnológica fue de 342 millones, una cifra muy superior a los 60 registrados cinco años atrás, según el informe “Digital startup ecosystem overview 2019”. A este crecimiento ha contribuido, sin duda, el South Summit, importante evento del sector, y la apuesta de Google para crear en la ciudad uno de sus seis centros para este tipo de empresas en todo el mundo. Sin embargo, Madrid está todavía lejos de lograr las cantidades recibidas por otras ciudades europeas en este ámbito. Sus startups aún son en general pequeñas y jóvenes, lo que limita los fondos que pueden llegar a recaudar en rondas de financiación.
El desequilibrio que muestran las cifras entre las ciudades que lideran los rankings de innovación y el resto es palpable. Pero no es el único, cabe destacar también el que separa a los distintos países europeos. Reino Unido es el líder y Londres tiene mayor peso en el sector que bastantes países.
¿Qué se puede hacer al respecto? La Comisión Europea apunta a la creación de un segundo escalón de territorios innovadores, lo que ayudaría a diversificar el sector, disminuir las diferencias y potenciar la creación de regiones dinámicas en lugar de ciudades. Ejemplos como Valencia o Bilbao son identificados como posibles candidatos en esta línea de trabajo. La clave, sin duda, radica en apoyar estos núcleos desde las instituciones nacionales e internacionales, de forma que puedan conectarse al mundo emprendedor europeo.
En este sentido, cada vez se considera que juegan un papel más importante las conurbaciones, regiones que comprenden una serie de ciudades, pueblos grandes y otras áreas urbanas que, a través del crecimiento poblacional y físico, se fusionan. Algunas de ellas concentran un poder económico muy significativo y tienen la ventaja de no estar necesariamente circunscritas a un único país. La más importante de Europa es el corredor centroeuropeo, en el que se encuentran París, Ámsterdam, Bruselas y Múnich. Conocidas también como megarregiones, los expertos aseguran que tienen las mismas funcionalidades que las ciudades del pasado: amasan talento, capacidad productiva, innovación y mercados, pero a una escala mucho mayor.
Otra vía de trabajo es la que apunta el informe “Global talent competitiveness index”, publicado a principios de este año y en el que repiten en las diez primeras posiciones los mismos países de 2018. Todos ellos han invertido en crear y apoyar el talento empresarial y, además, son economías abiertas, en las que la educación juega un papel fundamental. En entornos de este tipo la innovación surge de forma exitosa.
Como hemos visto, la innovación se concentra en ciertas ciudades, países o regiones. La cuestión, como plantea el filósofo español José Antonio Marina, es “¿Realmente es importante vivir en una ciudad con startups, una ciudad en definitiva con talento?”.
La respuesta resulta obvia: el lugar donde vivimos es un factor crucial en nuestras vidas. Si bien la inteligencia individual es importante, ésta siempre se desarrolla en un entorno social que la bloquea o estimula, de forma que a todos nos interesa vivir en entornos dinámicos e innovadores, en definitiva, inteligentes.
Las ciudades inteligentes generan numerosas oportunidades de negocio y posibilidades de colaboración entre el sector público y el privado. Cada colectivo suma y forma parte de un ecosistema que involucra a todos: ciudadanos, organizaciones, instituciones, Gobierno, universidades, empresas, expertos, centros de investigación, etc.
¿Y cómo se consigue una ciudad con talento? Según explica Marina, mediante servicios públicos de calidad y sostenibles, un alto capital social (recursos que la ciudad pone a disposición de sus habitantes) y ofreciendo a los ciudadanos posibilidades de progreso económico, profesional, educativo y personal.
Cada ciudad es única e irrepetible y tiene sus propias necesidades y oportunidades, por lo que deberá diseñar un plan propio, establecer sus prioridades y ser lo suficientemente flexible para adaptarse a los cambios. Pero el reto está ahí y sus ciudadanos acabarán valorando vivir en una ciudad con talento.
Desde Telefónica la apuesta es clara y, a través de Wayra y Open Future, se están lanzando distintas iniciativas para fomentar el ecosistema emprendedor y la innovación en diversas ciudades españolas, así como en otros países.
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