En estos días tenemos la sensación de que los jinetes del Apocalipsis galopan sobre nuestras certezas. Tal ha sido el impacto de COVID-19 en la educación. Hace meses nadie hubiera imaginado una situación como la que estamos viviendo y, sin embargo, corría el año 2015 cuando Bill Gates alertaba sobre la amenaza de una pandemia con las características de la actual. El tiempo ha demostrado que sus predicciones, al hilo de la crisis del ébola, distaban de ser una excentricidad.
Nuestra confianza en las posibilidades de la tecnología nos ha hecho olvidar que no basta con disponer de recursos técnicos y científicos, sino que es preciso habilitar los mecanismos que nos permitan reaccionar con la celeridad que requieren las circunstancias. Y, en ese sentido, -reconozcámoslo- no se han hecho los deberes a tiempo, por lo que el flagelo de esta nueva versión de la peste nos ha pillado por sorpresa.
Son tantas las paradojas que parecen fruto de los planes del más socarrón de los dioses del Olimpo. Cual castigo mitológico, son precisamente los países más desarrollados los que están recibiendo los primeros zarpazos. Asisten estupefactos a la saturación de sus sistemas sanitarios y a la parálisis de sus economías. Enclaustrados en casa, solo nos salvamos del ostracismo gracias a la ventana al mundo exterior que nos brinda Internet, mientras suspiramos por abrazar a viejos amigos y compartir con ellos el aperitivo en una terraza al aire libre.
Un antes y un después en la manera de entender el mundo
Lo cierto es que la resaca se augura larga y son muchas las voces que predicen un antes y un después en la economía pero también en nuestros hábitos y manera de entender el mundo. La cultura, de la mano de la tecnología como su más fiel aliado, ha demostrado ser un eficaz consuelo y una potente arma de cohesión social en momentos como éste. También ha aflorado lo mejor y lo peor del ser humano y nadie, sea cual fuere su situación, se ha podido librar de que esta epidemia marcara, como en las plagas bíblicas, la puerta de su casa.
1.600 millones de estudiantes afectados
En este sentido uno de los ámbitos donde los daños colaterales se han dejado sentir de manera más transversal en los cuatro puntos cardinales es la educación. El impacto de COVID-19 en la educación es de tal calibre que el cierre de los centros de enseñanza en distintos puntos del planeta afecta, según datos de la UNESCO, a casi 1.600 millones de estudiantes. Eso representa más del 90 por ciento del total de los alumnos matriculados. Y son los colectivos más vulnerables los que menos posibilidades tienen de mitigar los efectos de una situación tan excepcional como la que estamos viviendo.
COVID-19 en la educación ahonda en la brecha de desigualdad
Una educación de calidad aspira a equiparar las oportunidades de progreso para los ciudadanos y es la promesa de un futuro mejor para sus países. Sin embargo, el cierre de las escuelas ha ahondado en la brecha de desigualdad. Engancharse a la locomotora de la educación en remoto requiere disponer de unos medios con los que no todos los alumnos ni todos los gobiernos cuentan.
Por otro lado, en los países en vías de desarrollo muchos de los estudiantes que hoy han abandonado las escuelas no regresarán, acuciados por las necesidades económicas de sus familias. Y, entre los colectivos más vulnerables, esta situación afectará especialmente a muchas niñas que viven en lugares donde la lucha por su educación es aún objeto de debate. La UNESCO teme que las consecuencias de esta situación supongan un retroceso de años en la lucha por la igualdad de más de 111 millones de niñas, con especial riesgo para las que se encuentran en edad adolescente, cuyo entorno es fuente de riesgos añadidos. COVID-19 en la educación tendrá importantes consecuencias.
ProFuturo en la coalición de la UNESCO
Por eso, programas como ProFuturo insisten en la urgencia de potenciar iniciativas como #NosVemosEnDigital, cuyo objetivo es paliar los efectos de esta crisis en los sectores más vulnerables. Para ello utiliza la tecnología para evitar la desconexión de los estudiantes con sus centros escolares. Para colaborar con el llamamiento mundial de la UNESCO, Fundación Telefónica y la Caixa, promotores de ProFuturo, están desarrollando actuaciones especiales en los 38 países de Latinoamérica, Asia y África en los que operan, a la vez que habilitan soluciones para los colectivos más desfavorecidos de los países desarrollados.
Así, bajo la iniciativa #SumaFuerzas, en España se han donado 5.600 tabletas a las comunidades autónomas en el contexto de un plan de apoyo que ha comenzado en Madrid y se extenderá al resto del territorio. Se trata de que ningún estudiante quede atrás por falta de recursos a la hora de seguir aprendiendo desde casa.
Retos y esfuerzos conjuntos
Y es que éste es un reto sin precedentes que protagonizan docentes, pero también los propios alumnos y sus familias. De ahí que la UNESCO haya impulsado la colaboración de organismos públicos y privados en un esfuerzo global para habilitar plataformas de comunicación y bancos de recursos digitales. La iniciativa implica a entidades como UNICEF o ACNUR pero también a medios como la BBC y empresas como Microsoft, Google o Facebook. El objetivo de esta coalición mundial es que nadie quede rezagado.
En España distintas editoriales están colaborando con el portal Aprendo en casa, impulsado por el Ministerio de Educación, que cuenta también con el apoyo de Cisco, IBM y Telefónica. Se están distribuyendo tarjetas SIM a los estudiantes de Bachillerato y Formación profesional con menos recursos y se instruye a marchas forzadas a la comunidad educativa para el desarrollo de clases virtuales a través de plataformas como Webex o Teams.
Las universidades han contado con entornos como Moodle para reconvertir sus programas en clave virtual, aunque se ha hecho patente la disparidad en el desempeño de distintas universidades, facultades e incluso asignaturas, según la vocación digital de profesores y alumnos. A ello se ha unido en algunos casos la dificultad para conectar con sus respectivas plataformas de trabajo.
En la enseñanza obligatoria, donde se requería mayor apoyo de las familias, el protagonismo lo han tenido entornos colaborativos como los que facilitan la suite de Office 365 o Google, a la hora de mantener el contacto con los alumnos a través de videoconferencia. Aunque no dispongo de datos, sospecho que en las primeras semanas de confinamiento herramientas como Google Classroom se convirtieron en trending topic dentro de los grupos de Whastsapp de padres de los alumnos más pequeños.
Los cimientos para una educación del siglo XXI
Pero más allá de la reacción inmediata, importan las lecciones aprendidas del impacto de COVID-19 en la educación. Esta crisis ha demostrado que la digitalización ha sido un elemento clave en la capacidad de respuesta del sistema en distintos ámbitos. En el educativo, tal y como afirma Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO, tenemos la oportunidad de “repensar la educación, ampliar el aprendizaje a distancia y hacer que los sistemas educativos sean más resistentes, abiertos e innovadores”. Ya no hay excusa para mantener la inercia de un modelo educativo esencialmente presencial. Si continuamos por el camino que hemos iniciado, tal vez no terminemos el programa previsto para este curso, pero habremos apuntalado los cimientos para una educación de calidad, adaptada a las necesidades del siglo XXI, sin que nadie quede atrás. Como decían nuestras abuelas, no hay mal que por bien no venga.
Imagen: verkerorg

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