Imaginad la cara de sorpresa de Bill Gates cuando en una entrevista le preguntaron por qué había nacido en Estados Unidos y no en Paraguay. La cuestión se la planteó Andrés Oppenheimer, fruto de su obsesión respecto a por qué los países latinoamericanos no cuentan con estos referentes y se están quedando atrás en la era de la innovación, y de su convencimiento de que esto puede cambiar.
La conversación tuvo lugar hace bastantes años y en ella está el origen de su último libro: “Crear o morir”, que se presentaba a principios de esta semana en Espacio Fundación Telefónica.
Al parecer, Gates se rio, se sonrojó y contestó que en su caso consideraba determinante haber tenido una buena educación en la escuela secundaria. Ahondando en qué hace que unos países progresen y otros no, señaló -y puede sorprender de entrada- la humildad, como factor clave. Y lo explicó: los países que progresan son los que no caen en la autocomplacencia y temen en todo momento quedarse atrás (EE.UU respecto a Rusia, Japón, China luego…). Es un factor de motivación, una especie de paranoia constructiva que les impide dormirse… y que se los lleve corriente.
En LATAM falta eso, se lamentó Oppenheimer. Creen que están muy bien pero se autoengañan, como refleja el Informe Pisa, que encabeza Shangai y en el que ellos aparecen en los últimos puestos. Pero cuando el autor argentino acudió a entrevistar al ministro de educación chino, éste le dijo que no estaban tan bien, que Shangai era la excepción pero aún les quedaba mucho trabajo por hacer, que el auténtico referente era India y de allí lo remitieron a Singapur… En cambio, en Latinoamérica –dijo- cada ministro de educación se habría recreado y hablado de sus maravillas, sin ningún espíritu crítico ni ánimo de mejora. Por tanto, el examen de conciencia y otro espejo en el que mirarse, son también aspectos importantes para el progreso.
Otro marcador que refleja la realidad: los rankings de innovación y registros de patentes arrojan datos casi tan malos o peores: Estados Unidos registró 159.000 patentes internacionales el año pasado; Corea del Sur, 18.000; España, 867; Brasil, 362 y Argentina, 80.
Y un argumento aplastante: en una camisa Ralph Laurent o en un café de Starbucks, el dinero que recibe la manufactura o el productor de café es tan sólo del 8 y el 1 por ciento, respectivamente.
No cabe duda de que es necesaria la transformación digital para encajar en la era del conocimiento en la que vivimos. Kodak es uno de los mejores ejemplos de empresa a la que “se le acabó el carrete” por no innovar" y apostar por la fotografía digital. Mientras, Instagram se vendía por mil millones de dólares.
Oppenheimer continuó exponiendo, en una charla interesantísima, que ahora sus columnas las traduce Google translator y los programas de televisión en los que participa se graban con cámaras robóticas: las personas van desapareciendo en muchos casos. Y es que, según un estudio de la Universidad de Oxford, el 47 por ciento de nuestros empleos será automatizado en los próximos diez o quince años. De ahí –argumentó- que un país no pueda limitarse a vender materias primas o hacer manufacturas simples, porque le irá cada vez peor. Es necesario crear una economía del conocimiento y “hablar de tú a a tú con Estados Unidos”. En definitiva, la disyuntiva es: crear o morir, que es como ha titulado su libro, una obra que aún no he leído pero estoy segura de no equivocarme si recomiendo ya.
En la primera parte del libro habla de drones comerciales, eHealth , la escuela al revés y otros aspectos que revolucionarán el mundo, no por la novedad que suponen, sino por razones mucho más profundas. Por ejemplo, con la impresión 3D pasaremos de la producción masiva a la individualizada. Los coches autónomos son un 25 por ciento más seguros porque eliminan el fallo humano pero ¿qué pasará con las compañías de seguros y los talleres? Si pueden dejarnos en el trabajo y luego autoaparcarse fuera de la ciudad hasta que pasen a recogernos, ¿qué ocurrirá con el amplio espacio dedicado a aparcamiento en las urbes? ¿Se reconfigurará su aspecto? Sin duda, estas innovaciones tendrán un importante impacto social en nuestros empleos, ciudades y países.
Otro apartado del libro está dedicado a grandes innovadores del momento, no necesariamente relacionados con la tecnología, entre ellos el promotor de la gastronomía peruana Gastón Acurio, que ha sido locomora de la creatividad y el crecimiento económico de su país, con una filosofía de compartir y contribuir a ampliar el movimiento, más que competir.
Oppenheimer extrae conclusiones sobre qué podemos aprender de ellos y, en el encuentro de la otra tarde, adelantó algunas cosas:
- Los innovadores surgen en culturas que veneran a los innovadores. Esto nos lleva a que la admiración por cantantes y astros del balón está muy bien pero debería existir también por científicos e investigadores.
- Es necesaria una cultura del fracaso y tolerancia social al mismo. En Silicon Valley tienen interiorizado que todo éxito es la culminación de una larga carrera de fracasos. La historia habla: los hermanos Wright, pioneros en la historia de la aviación, se estrellaron antes 163 veces y el Ford T se llama así porque anteriormente hubo 19 intentos fallidos. Pero en Latinoamérica a quien le ocurre queda marcado, dijo.
- El talento florece en ambientes tolerantes con la diversidad, la interconexión ayuda y, en ese sentido, mencionó un ranking de creatividad de la Universidad de Toronto en el que tanto Latinoamérica como España aparecen muy bien situadas.
Por tanto, con una buena calidad educativa, tolerancia por lo distinto, admiración por la innovación y una cultura del fracaso como aprendizaje, el progreso tiene el terreno abonado.
También destacó que estos cambios nunca se producen de arriba abajo, sino de abajo a arriba y comentó algunas iniciativas: una ONG de empresas brasileñas para trabajar por la mejora en la educación o un “abusómetro educativo” en las calles de Méjico, para crear conciencia e indignación del mal uso de fondos, entre otros. Es necesario que esta presión de la gente hacia sus Gobiernos exista para que se produzcan cambios, que se cree un estado de opinión que los considere necesarios. Para innovar no basta con crear un parque científico, sino asegurar la calidad de la docencia, que la gente tenga ambición y ganas de superarse.
Por último, destacó el valor de que las grandes empresas contribuyan, aunando sus esfuerzos para avanzar en esta dirección. Un camino que Telefónica lleva tiempo recorriendo.
Imagen: Frits Ahlefeldt-Laurvig

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