Cuando los dispositivos cobran vida

Nadie pone en duda el desarrollo exponencial de la tecnología en los últimos años: hoy tenemos más potencia de cálculo en un Raspberry Pi (que cuesta unos 30€) o en un smartphone (que cabe en nuestra mano) que en muchos supercomputadores que hace años costaban cientos de millones, consumían megavatios y ocupaban enormes salas.

Estamos ante una nueva revolución que cambiará nuestras vidas: la hiper-conexión, o como comúnmente se está llamando: la Internet de las cosas (Internet of Things o IoT).

¿Y qué es Internet de las cosas? La idea es muy sencilla: se dice que todo ser humano está rodeado de 1.000 a 5.000 objetos; si cada uno de estos objetos estuviera equipado con un tag o etiqueta inalámbrica (más o menos complejo y, en muchos casos, tan barato que vendrá incorporado de fábrica en los objetos que compremos), este podría comunicarse con otros para ser identificado y gestionado tanto por otros objetos como por los seres humanos.

Las aplicaciones son casi infinitas: la nevera nos avisará de que el cartón de la leche va a caducar, que lleva más de 7 días abierto o que no se ha conservado a la temperatura adecuada… El coche se comunicará con los de su alrededor (y con la carretera) para evitar accidentes y atropellos, el taller nos enviará una oferta, porque sabe que nos toca cambiar los amortiguadores y el ebook nos recordará que el niño no ha repasado la lección del día. En muchos casos nosotros nos comunicaremos con los dispositivos, pero en otros muchos serán los dispositivos los que automáticamente se comuniquen con otros sin que nosotros necesitemos saberlo.

Lo que a priori parece sencillo se convierte en algo muy complejo de manejar sin un alto grado de automatización. Un coche del futuro muy cercano podrá llamar automáticamente a emergencias en caso de accidente, informará a la compañía de seguros de nuestra forma de conducir más o menos agresiva (a la vez que a la administración para que nuestra eco-tasa por contaminación sea mayor o menor), el fabricante conocerá el estado de las piezas, recibiremos una alarma porque están intentando llevarse el coche (aunque no arrancará por no ser un conductor autorizado) y el sistema Infotainment habrá descargado la noche anterior de nuestra biblioteca de películas una selección para que los niños puedan verlas durante el viaje que tenemos previsto, etc. Si todo esto puede darse en un coche, qué no podrá existir en nuestra casa o en la oficina.

Con los avances que se están produciendo y la investigación basada en los nuevos materiales como el grafeno o los nanotubos de carbono, será posible la utilización de wearable devices cuando dispongamos de zapatos  o chaquetas que puedan dar energía a dichos dispositivos.

En cuanto a la información que proporcionen los dispositivos, existirán distintos ámbitos en los que se podrán manejar los datos proporcionados. Así, en una smart city podremos tener dispositivos que proporcionen información útil al ciudadano y al mismo tiempo a la administración o a una compañía. Por ejemplo, podremos tener autobuses que circulen por rutas inteligentes creadas automáticamente en tiempo real dependiendo del número de personas que detectemos esperando en las paradas; al mismo tiempo podremos informar a un padre con un carrito de bebé de que el próximo autobús ya lleva otro carrito y del tiempo que tardará en llegar el próximo con sitio libre y saber la forma de conducir del conductor. Mientras tanto, la empresa que anuncia un producto de belleza en la cartelera digital de la parada sabrá que lo han visto 7 mujeres y 2 hombres.

Para que funcione Internet de las cosas, además de ser necesario el uso de IPv6 por los miles de millones de dispositivos que existirán (y que necesitarán una dirección IP), se hace imprescindible la creación de nuevos estándares. Cuando hablo de un estándar, no me refiero a la forma de comunicarse entre los dispositivos (para eso ya tenemos el IPv6 como protocolo y WiFi, Bluetooth, Zigbee, NFC, M2M por 3G/LTE, etc. como tecnologías inalámbricas), me refiero a cómo la nevera se comunica con el cartón de leche para avisarnos de que se está terminando o de cómo comparte la información el sistema de riego automático con los sensores de las macetas para saber que necesitan agua. No es viable que para conseguir información o gestionar un dispositivo de los varios miles que nos rodean tengamos que tener una herramienta distinta por cada fabricante, de la misma forma que deben venir preconfigurados de fábrica para empezar a funcionar inmediatamente para facilitarnos las cosas.

Para ello debe existir un estándar abierto para la gestión de muchos dispositivos distintos (no dará la misma información un aparato de aire acondicionado de una casa que el sistema de Infotainment del coche o el sensor de temperatura y humedad de un abrigo) y para la comunicación entre ellos de una forma en la que se puedan entender. De este modo, se hace imprescindible que se puedan definir los dispositivos de una forma abstracta para poder comunicarse entre sí y que desde capas superiores se puedan describir dichos dispositivos en función de su aplicación para entender los datos que cada dispositivo puede manejar.

Para mí la gran preocupación sobre Internet de las cosas es qué ocurrirá con toda la cantidad de información sensible que podrá ser compartida entre dispositivos y cómo se gestiona el quién o qué puede acceder a esos datos. Aquí se hace mucho más importante la protección de los datos de las personas y deben buscarse formas más rigurosas para que terceros no puedan acceder (o modificar) esos datos. Dicha protección no es algo trivial de implementar, dado que somos muchos los que desconocemos las técnicas avanzadas de protección contra hackers y además tampoco queremos conocerlas (aunque todos queramos estar protegidos, nadie quiere que haya un ‘Big Brother’ que sepa todo sobre nosotros). Además serán necesarias nuevas leyes que redefinan el concepto de propiedad de los datos generados y que protejan a las entidades y a las personas de malos usos.

A día de hoy existen muchas organizaciones (entre ellas Telefónica) y particulares trabajando en  Internet de las Cosas (muchos proyectos están tratando de financiarse mediante crowdfunding). Existen algunos buenos intentos como el de Pachube (ahora llamado Cosm) para que sensores remotos de todo tipo puedan subir la información que proporcionan a la nube; me parece un proyecto interesante pero también me hace pensar sobre qué información quiero que esté en la nube. Recomiendo también echar un vistazo a postscapes para ver otros proyectos interesantes que se están llevando a cabo.

Internet de las cosas va a abrir un mundo nuevo a las startups que deseen crear nuevos productos y servicios. Aunque no está todo por inventar, sí hay muchísimas oportunidades, ya que la IoT solo está empezando.

Aprovecho para recomendar el libro Robopocalipsis, de Daniel H Wilson, aunque plantea un posible dramático futuro que se puede alcanzar con la IoT.

Ingeniero Técnico de Telecomunicación por la UPM de Madrid. Apasionado por la tecnología, fan crítico de Apple y con muchas ganas (y menos tiempo del que quisiera) de estar siempre aprendiendo. Creo que las TIC nos ayudan a hacer un mundo mejor para las personas (que son las que realmente importan) y a acercarnos el futuro más lejano; por ello espero poder contribuir para hacerlo posible.

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