Si el cuento de Cenicienta hubiera ocurrido en nuestros días y en Inglaterra, el príncipe se habría ahorrado ese enorme despliegue de efectivos para buscar a la hermosa dueña del zapato perdido. Hoy en día le habría bastado con acercarse a la comisaría de policía más cercana para encontrar a su legítima propietaria.
Algo tan imaginativo como crear una base de datos de huellas de zapatos es lo que se le ocurrió a la policía británica, hace ya años, para luchar contra la delincuencia. La información de esta base de datos es proporcionada directamente por los fabricantes de calzado, que envían a la policía las huellas de cada marca y tipo de zapato fabricado en Inglaterra y Gales, junto con fotografías y muestras de cada uno, principalmente del deportivo, que parece ser el preferido por los delincuentes británicos cuando están “de servicio”. -Desde estas líneas me atrevo a vaticinar que el próximo avance podría ser una base de datos con muestras de tejido de chándal-.
Esta técnica de análisis, bautizada con el acertadísimo y ocurrente nombre de Cenicienta, permite a la policía forense comparar con esa base de datos las marcas recuperadas en el lugar de un delito, las cuales son capaces de obtener casi de cualquier superficie, incluida la piel humana; aunque parece que Cenicienta y la policía británica aún tienen alguna pequeña complicación para obtener huellas sobre alfombras. Basándose en el uso regular del calzado, en el peso del individuo, el ángulo y la forma de la pisada, en la combinación de las huellas de ambos pies y otros parámetros (“Footwear impression evidence. Detection, Recovery and Examination”, Willian J. Bodziak), la policía científica es capaz de establecer, con un alto porcentaje de seguridad, si el propietario del zapato es quien dejó la huella en la escena del crimen.
Para entender la importancia de este hecho, es conveniente indicar que las huellas de calzado tienen la misma validez legal que el ADN o las huellas dactilares, y que la policía cuenta con medios suficientes para hacer una reconstrucción completa incluso si la huella sólo se pudo recuperar parcialmente.
De vuelta a nuestro país, hay que reconocer al gran Francisco Ibáñez como uno de los grandes visionarios de nuestra época. De pequeño era aficionado a las historias de Mortadelo y Filemón y siempre me hizo gracia la idea del “zapatófono”. ¿Quién iba a imaginar que sólo unos años más tarde se haría realidad? No me refiero a usar el calzado para hacer llamadas, sino al hecho de que nuestros zapatos lleven antenas. ¿Antenas?, os preguntaréis. ¿Y si añado que se trata de antenas RFID? Seguro que dejáis de haceros esa pregunta y empezáis a hilar e imaginar potenciales usos relacionados con el inicio de este post.
Que los artículos que compramos vengan con chip RFID incrustado desde la fábrica, y que éste no sea eliminable sin destruir el producto, hace que los movimientos del objeto (y, por tanto, los de su propietario) sean trazables durante toda su vida útil si se cuenta con una adecuada red de lectores RFID. Esta práctica, que se conoce con el nombre de source tagging, o etiquetado en origen, y que se utiliza como método antirrobo, está siendo muy polémica en ciertos foros.
Los más preocupados por la privacidad tienen fundadas razones para llegar al punto de la “conspiranoia”, ya que poco a poco la mayoría de productos de cierta entidad van incorporando este sistema de identificación (“Tyco protege 50.000 millones de artículos mediante el etiquetado en origen”), que cuenta con sus ventajas y sus inconvenientes, entre los que destaca la aparente facilidad con la que podrían ser leídos y falsificados o suplantados estos identificadores.
Si combinamos la técnica Cenicienta con la del source tagging y tenemos en consideración que la mayoría de compras se hacen ya mediante tarjeta bancaria, eventualmente se podría disponer de una base de datos donde se identifique al propietario de cada zapato, siendo posible trazar los movimientos de estos (propietario y zapato) cada vez que pasara cerca de un lector de códigos RFID.
Así que, a través de un delicado zapato de cristal, en nuestro tiempo el príncipe del cuento de Cenicienta habría podido saber no sólo el nombre, DNI y dirección de su propietaria, sino qué comercios visitó recientemente, qué compró y si el zapato había estado involucrado en algún delito, siempre y cuando éste no se hubiera cometido sobre una alfombra.
Imagen: West Midlands Police

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