No descubriré la pólvora si escribo de las smart cities como el mejor exponente de lo que la tecnología puede hacer para mejorar nuestro ecosistema. Aprovechar todo su potencial para reducir costes, mejorar la eficiencia, la sostenibilidad, el servicio a los ciudadanos, estimular la innovación y la economía local es, sin duda, un argumento contundente.
Largo y tendido se ha tratado de las plataformas que hacen realidad este concepto, de las leyes que lo están apuntalando y de casos de éxito que sirven de guía. Pero a veces me pregunto si no corremos el riesgo de traicionar el concepto de smart city, que nace como un paradigma holístico e integral, imposible de explicar sin tener en cuenta todas sus partes, porque sus ventajas sólo son plenas si todos los elementos están presentes.
Hay experiencias punteras de colaboración ciudadana. En España tenemos la plataforma MiNT del Ayuntamiento de Madrid para la gestión de incidencias relativas a basuras, arbolado, riegos, pavimentos y alumbrado es líder nacional en el área de medioambiente. En Málaga un ambicioso proyecto ahorrará un 20 por ciento del gasto energético y reducirá las emisiones de CO2 e incrementará el consumo de renovables. En Barcelona ya hay manzanas energéticamente autosuficientes con cubiertas solares para calefacción y elementos de reciclaje de agua. Y en Santander los ciudadanos cuentan con aplicaciones que informan en tiempo real sobre plazas de aparcamiento libres, estado de las playas, ocupación de las bibliotecas o tiempos de espera del próximo autobús.
No pongo en duda que los habitantes de estas ciudades estarán encantados, pero me pregunto si es la eficiencia energética y la sostenibilidad medioambiental el único reto que tenemos por delante y hasta qué punto los ciudadanos se sienten “colíderes” de esta trasformación o la viven como algo que les sobreviene.
De hecho, el estudio que Telefónica acaba de publicar con IE Business School y PwC recoge que para el ciudadano en una smart city lo prioritarios es, por este orden, la mejora de la calidad de vida y la calidad de los servicios públicos; la limitación del impacto medioambiental, una mejor comunicación con los ciudadanos y una mayor transparencia en la gestión municipal.
En cuanto a los actores involucrados, los ciudadanos tienen claro que las smart cities deben estar encuadradas en la esfera de lo público y lideradas por la Administración (prefieren los Ayuntamientos a las comunidades autónomas y éstas al Estado). Ellos reclaman un rol, menor que el de las Administraciones pero al nivel de las grandes empresas. La sociedad civil y las organizaciones ciudadanas también tienen su papel,
Por todo ello quizá los encuestados en un rango de 1 (nada inteligente) a 5 (muy inteligente), otorgan a sus ciudades una media de 2,7.
En los últimos años hemos cambiado drásticamente la forma de comunicarnos y relacionarnos, nuestros hábitos y también nuestros valores. El homo digitalis que hoy somos ansía participar. De igual modo que ejerce su rol prosumer, para reivindicar con fuerza productos y servicios a medida, emerge un perfil deseoso de interactuar para colaborar activamente en el diseño y la gobernanza de su ciudad. Son los digizens
Quienes llevamos años ayudando a las empresas a a mejorar la eficiencia de sus procesos, conocemos la importancia del factor humano. Sin incorporarlo, cualquier modelo cojeará y los ciudadanos nunca lo sentirán como propio. Sólo si se alinean tecnología y personas evitaremos encontrarnos con ciudadanos cansados de soluciones “modernas” que no les aportan valor.
Igual que las ciudades medievales se agruparon por barrios gremiales en torno al centro de actividad económica que constituía el mercado, es tiempo de levantar ciudades abiertas a la participación y a nuevos modos de relación. ¿Acaso no son las smart cities una gran oportunidad para replantear los modelos actuales de convivencia?
Así, junto con los avances en proyectos de monitorización de indicadores urbanos y en la hiperconexión de elementos, tenemos que crecer en soluciones que favorezcan la comunicación con los ciudadanos y de los propios ciudadanos entre sí. Las ciudades inteligentes del futuro deben ser, además de eficientes y confortables, interactivas. Hechas a la medida de sus ciudadanos.
Deben incorporar elementos que favorezcan la conexión y el intercambio de información, la creación de redes de cooperación y trabajo colaborativo entre ciudadanos y empresas que gestionen sus iniciativas y necesidades, y sistemas de escucha que fomenten las recomendaciones de los ciudadanos en lo que a servicios públicos se refiere.
Es momento de plantearnos si las ciudades necesitan avanzar hacia nuevas formas de gobierno en las que pase a un primer plano la participación ciudadana.
Quienes hemos acompañado a muchas empresas en su transformación digital, sabemos cómo usa la gente la tecnología, lo que espera y desea de ella. Tenemos la oportunidad y también la responsabilidad de ofrecer este conocimiento a los Ayuntamientos y ayudar a la transformación digital de los propios gestores públicos con la puesta en marcha de iniciativas como el eGovernment que acerque la administración a los ciudadanos; la eParticipación que incluya la intervención ciudadana en la gestión de iniciativas, la elaboración del mapa de preocupaciones o el cuadro de mando de su ciudad; o un CRM ciudadano para el seguimiento unificado de trámites municipales, incidencias, quejas y sugerencias.
Porque en el nuevo modelo de ciudad se impone la conversación. La voluntad de rendir cuentas a la ciudadanía y permitirle entrar en los procesos de creación de los servicios públicos ha de formar parte del núcleo de la estrategia. La apertura y la transparencia son imperativas. ¿No son acaso las ingentes capacidades de tratamiento de datos de estas plataformas IoT una inmejorable ocasión para avanzar hacia una gestión hipertransparente de los recursos?
Tomemos pues estas reflexiones para el debate, por delante del factor velocidad. Porque no olvidemos que los grandes viajes han de hacerse sin prisa aunque sin pausa, para garantizar el equilibrio entre la potencialidad de la tecnología y la visión tanto del gobernante como del gobernado, a los que tal vez les cueste acostumbrarse a todos los cambios. Que el entusiasmo de lo que la tecnología nos permite hacer no nos haga perder la perspectiva sobre lo que, todos juntos, queremos hacer.
Imagen: Smart Citizens

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