Hay un chiste muy viejo y malo que sirve para identificar cómo se producen los cambios en la sociedad del conocimiento: un tipo se tira desde lo alto de un rascacielos para suicidarse y, como tarda tanto en caer, alguien le pregunta si siente algo especial o nota que haya cambiado algo en su vida, a lo que él, que en ese momento está cayendo, contesta que no, que todo sigue igual…
En 2008, hace una eternidad en esta era digital, estuve en una reunión para ayudar a promover el desarrollo de una aplicación para un organismo público. Por entonces acababa de salir el iPhone y el interés por las apps se había desatado. El resultado fue un desastre. Los responsables tecnológicos defendían que había que hacer la app para Nokia y Blackberry, que eran quienes dominaban el mercado de móviles. Les avisamos de que aquello no tenía sentido, que debería desarrollarse en Android e iOS. Pero no nos escucharon.
No ha pasado ni una década de eso y Blackberry y Nokia han sido fulminados del mercado de los smartphones junto a sus sistemas operativos. Como éste hay muchos ejemplos, ¿quién se acuerda de los videoclubs? ¿Y de las tiendas de discos?
La era digital tiene por costumbre entrar de forma disruptiva en sectores desprevenidos para darles la vuelta como a un calcetín y sacar beneficio. Uno de los que tiene en mente es la educación superior.
Pensemos en ello. La formación se sigue impartiendo mayoritariamente en aulas físicas, a través de un sistema de clases magistrales, por un periodo establecido de tiempo (cuatro o cinco años), con unos horarios fijos y por unos costes crecientes. A cambio, se recibe una formación que en muchas ocasiones se encuentra desactualizada y lejos de las necesidades profesionales. Lo más aprovechable quizá sea la titulación oficial.
Vayamos ahora a San Francisco, a visitar a mi viejo conocido el pingüino Jiji. Este pingüino es la mascota de un software formativo elaborado para las Rocketship Schools, escuelas fundadas por un padre jesuita a principios de este siglo para atender a hijos de inmigrantes latinos y asiáticos. Como no disponía de muchos recursos apostó por la innovación y solicitó la ayuda de unos conocidos de Silicon Valley que desarrollaron este programa formativo “gamificado” para enseñar matemáticas. Se llama STMath. En la hora de matemáticas, los niños van a un aula y se sientan delante de un ordenador. Cada uno tiene que resolver retos para que Jiji consiga avanzar en su camino, y pueden conversar entre ellos para ayudarse. Les encanta. Les gusta tanto que aprenden mucho. De media, los niños de las Rocketship School están avanzando tres cursos por cada dos. Tiene sentido. La clase de matemáticas pasa de tener un formato poco productivo: la clase magistral, en donde la mitad o más de los niños se pasa la mayor parte del tiempo pensando en otra cosa a otro digital, en el que cada hora es de aprendizaje activo real e individualizado.
Hagamos ahora un ejercicio de imaginación y extrapolemos el ejemplo de Jiji a algo que me gusta denominar como la "Google Academy" (que por lo que sé no existe). En esta academia, siguiendo el ejemplo de las Rocketship Schools, se ha desarrollado una formación eficaz on line de, por ejemplo, ingeniería informática (o de cualquier otra materia). Para acceder a ella se tiene que pagar 200 dólares al mes y se recibe una formación que en dos años garantiza estar al mismo nivel que los estudiantes de facultades reales de ingeniería informática de cualquier parte del mundo. No sólo eso. Como la formación tiene que ser para toda la vida, la "Google Academy" ofrece acompañarte siempre, en ciclos de cinco en cinco años, y es posible actualizar por un fee anual los conocimientos en lenguajes y sistemas. Nuevamente, de forma eficaz y medible. Además, resulta que, a medio plazo, las empresas se vuelven locas por contratar a todo aquel que se forme en la "Google Academy".
El siguiente paso lógico es pensar que si esto fuera real, ¿a quién le iba interesar matricularse en las facultades de ingeniería informática, donde los costes son muchos mayores, la accesibilidad muy limitada, los conocimientos no siempre están actualizados y en donde a los cuatro o cinco años ya ha terminado todo? ¿Es por el título oficial? ¿Y si ya no fuera la mejor opción para el futuro profesional? Si extendemos el potencial de este ejemplo, nos podemos encontrar que de un plumazo la revolución digital pone en entredicho una institución milenaria como es la Universidad. Eso es disrupción. La Universidad podría tener el mismo futuro que los videoclubs.
No es un futuro cierto, es uno de los posibles resultados de ese consenso generalizado de cambio necesario que tiene que producirse de cara a adaptarse a las realidades de la sociedad de la información. Sólo en los países de la OCDE se generaron 450 reformas educativas en los últimos ocho años. Pero tampoco es un futuro tan incierto. ¿Conocen las plataformas de MOOC como MiríadaX ? ¿O Udacity que, por cierto, tiene unos nanogrados desarrollados junto con Facebook para formar a desarrolladores informáticos por 200 dólares al mes? ¿Google analytics academy? ¿Google Actívate?
El tipo del chiste que se tiró desde el rascacielos jamás asumió, hasta el temible desenlace final, que su vida ya había cambiado. Es difícil predecir lo que tardarán en llegar los cambios, pero en general siempre sorprenden y, poco después, la nueva realidad digital se ha impuesto de tal manera que nadie recuerda la anterior. Ni siquiera en el caso de instituciones educativas milenarias.
Imagen: Richard Lee

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