El día 7 de agosto de 1996, en el camping Las Nieves de Biescas el infierno bajó de las montañas. Un aluvión de lodo, fruto de una crecida inesperada, descendió por el río Arás ocasionando la muerte a 87 personas y provocando 83 heridos.
Me pregunto si aquel terrible suceso podría haber sido evitado, predecido o al menos alertado de alguna manera con ayuda de la tecnología. Lo cierto es que desde aquel momento las administraciones públicas tomaron cartas en el asunto y construyeron una tupida red de sensores que cubren muchas de las áreas hidrológicas de nuestro país. Y lo sorprendente de esta historia es que mucho antes de que la primera smart city hubiera sido planificada o siquiera planteada por los gurús, teníamos ya caudalímetros y fluviómetros en muchos de nuestros pantanos: es el Internet de los ríos.
Bien analizado, esta red juega un papel trascendente. Porque cuando pensamos en recursos estratégicos a uno le viene a la cabeza la electricidad, las telecomunicaciones, los gaseoductos… pero no podemos olvidarnos del agua. Los primeros son vías artificiales, construidas íntegramente por el hombre, pero no sucede así con los ríos, puesto que siempre estuvieron allí y, lo más importante, se trata de un camino vivo y que evoluciona. Nosotros quizá podremos modificarlos, alterarlos para garantizar nuestras necesidades de abastecimiento pero o bien la naturaleza es tozuda y recuerda los antiguos cauces drenados o es impredecible: hablamos del cambio climático y de España, un país donde la diversidad hídrica juega un papel importante y donde la foto actualizada de lo que sucede en nuestros ríos y montañas está cambiando.
El agua es un recurso finito, un bien común y compartido. De aquí la importancia de medirlo y controlarlo para garantizar su justa administración. Todos solemos imaginar cuando pensamos en el Internet de las cosas en contadores de agua controlados inalámbricamente o a través de una app desde nuestro móvil, y no nos damos cuenta de que “aguas arriba”, en los ríos y pantanos, en las estaciones de tratamiento de agua potable (ETAP), los sensores pueden aportar actualmente un valor relevante: informar al ciudadano de la calidad del agua que bebe y alertar de una potencial contaminación de la misma. También “aguas arriba” tiene lugar otro proceso crítico para el país como es la gestión del agua para consumo no humano, puesto que la agricultura precisa de herramientas cada vez más sofisticadas: las Comunidades de Regantes precisan, pues, de automatización, de información en tiempo real. La huerta murciana sería quizá imposible sin ellas, o mucho menos productiva, y tendría consecuencias económicas impredecibles para la competitividad del sector primario.
¿El futuro? Desde mi punto de vista creo que he bosquejado algunas palabras en este asunto: tiempo real, ciudadano, coordinación. Son actuaciones costosas como lo son las autopistas… pero tan necesarias como ellas. Los túneles atraviesan montañas y nos hacen llegar antes. Los sensores permitirán un agua “digital”, que la información fluya con facilidad entre los diferentes agentes y se convierta en una nueva forma de riqueza.
Imagen: grungepunk2010

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