"En el nombre de mi empresa": presentaciones eficaces y experiencia de oyente

Me hizo gracia el otro día este tuit: “Detectar cuándo alguien no soporta vuestras charlas es la habilidad que os hará solidarios”. Y es que creo que todos alguna vez hemos padecido algún tortuoso monólogo de alguien que lo ha perpetrado sin pensar lo más mínimo en el público, en algún caso he llegado a pensar que quien procede así continuaría adelante aunque viera ahorcándose uno a uno a todo el auditorio.

Ha empezado septiembre y con él los congresos, eventos, conferencias, jornadas y talleres varios, en letargo durante el verano por falta de público al que congregar. Quien los frecuenta -por trabajo o afición- seguro que tiene en su memoria a algún ponente magnífico, cuyo mensaje perdura como si acabara de escucharlo. Pero si lo recuerda es precisamente porque no abundan tanto. Incluso ocurre a veces que, después de una buena primera impresión, nos llevamos una decepción cuando al oír por segunda vez a quien nos pareció un gran conferenciante descubrimos que está repitiendo exactamente lo mismo. Como la canción del verano…

A otros -este caso es mucho peor- dan ganas de ofrecerles un clínex porque se les ve sudar la gota gorda por acabar cuanto antes su suplicio de hablar en público. Glosofobia se llama este miedo o ansiedad que, además del aumento de la sudoración, provoca temblor en la voz, sequedad de boca e incluso náuseas. La buena noticia es que se puede trabajar y superar.

No pensemos en el autor ilusionado que presenta su libro, en el gurú de moda o en el contertulio habitual de mesas redondas variadas, el problema lo tienen muchas veces esos empleados a los que la compañía en la que trabajan les pide que la represente en algún foro y, por la responsabilidad que conlleva, esa inseguridad se hace aún mayor y las consecuencias pueden ser bastante catastróficas. Si lo exageráramos en plan “13 Rue del Percebe” algunos prototipos serían el que va a hablar de su libro -en este caso corporativo- y deja corto a Umbral en el empeño, el que no es consciente o le da igual que su discurso está resultando ininteligible para el público, el que entra en bucle porque le viene grande el encargo y agradecería un GPS para salir de su propia presentación o el que cree que por robar tiempo de otros para extenderse conseguirá que sea su mensaje el que predomine. En algún caso las hojas no nos dejan ver el bosque y cuando terminan solo recordamos sus “umms”, “ahhhs” y coletillas como “¿vale?”.

Lo cierto es que lo de hablar en público no es tan sencillo… pero tampoco debería resultar tan complicado. Si hacemos caso a los expertos se trata de adecuar el mensaje al contexto y al público, de simplificarlo y de tratar de que emocione porque solo así será recordado

Este verano, con idea de escribir este post, tuve ocasión de asistir al curso que daba un compañero, Pablo Ortega Bofill sobre presentaciones eficaces, de gran ayuda para resultar persuasivos, en el que explicó que había bastantes técnicas y dio algunas pautas que incluían la importancia de la forma de presentarse -¿procede contar “vida y milagros” o la carta de presentación debe ser ad hoc para cada evento de forma que nos legitime y acredite para el mismo?

Pero quizá la idea que más repitió fue que “no hay improvisación sin preparación”. El éxito de la espontaneidad exige desenvolverse como pez en el agua en el tema que se trata. Para salirse del guión e impactar al público nada como tener ese guión y haberlo ensayado y practicado mil veces…

Un correcto hilo argumental que ayude a la finalidad de la presentación es condición sine qua non para que la intervención de alguien no se convierta en un desastre.

Y a ese hilo argumental, igual que las casas no se construyen por el tejado, contribuye una buena estructura, que permita a la audiencia navegar sin marearse por lo que le están contando. No debe ser demasiado generalista ni estar compartimentada en exceso. Los indicadores de transición, los enlaces y el uso adecuado de resúmenes para afianzar las ideas más relevantes son valiosas ayudas para el ponente.

Conocer el perfil de la audiencia y los medios con los que uno va a contar para determinar el formato también es clave. Las expectativas de los oyentes mandan, se ha de buscar la utilidad del mensaje para el público. El orador debe trabajar para recabar su interés haciendo uso de la empatía  (“¿No os pasa qué…? ¿Cuántos habéis…”). Aproximarse al tema desde el punto de vista de una necesidad o un problema ayuda. También quien habla debe asegurarse de que su mensaje se entiende o habrá predicado en el desierto, darle su espacio al receptor, que haya feedback y, cómo no, sorprenderlo. Hay mucho encuentro profesional, muchas presentaciones de productos y servicios… y se trata de dejar huella.

Ahí resulta fundamental cómo se integra “el libro de uno” en el relato de la presentación.

Y lógicamente hay diferencia entre una ppt que parezca el Quijote en un grano de arroz y otra con la información precisa y un buen equilibrio de recursos: casos de éxito, alguna infografía, vídeo… ¿Y cuántas transparencias o slides? Pablo aconseja una que se ajuste al tiempo -que es bueno ensayar y de paso recabar una primera opinión sobre lo persuasivos que resultamos- y otra, como plan B, más corta por si otros se han ido comiendo nuestro tiempo, el rato del café se ha dilatado o el auditorio está muy participativo.

Y, no olvidemos “la puesta en escena”, la importancia que tiene permanecer en el estrado como un soldadito de plomo o desenvolverse con naturalidad y convicción, modular la voz, jugar con los silencios, el ritmo y hasta cómo nos posiciona despertar una sonrisa.

Hace poco una amiga escribía  en Facebook “Veo mucho en prensa y en otros contextos como la psicología la expresión "ponerse en los zapatos de alguien" por influencia del inglés "put oneself in someone’s shoes". Ay, ¿qué pasó con lo de "ponerse en la piel de alguien" con lo bonito que es?”. Coincido plenamente en que se transmite mucho más a través de la piel que de ponerse los zapatos de alguien, que a mí me recuerda a la bolera. La piel, que es nuestro mayor órgano, puede además reflejar multitud de emociones y lo que transmite es de verdad frente a los seis sombreros de los coachs que solo representan seis maneras de mirar interpretativamente, así que por favor poneos siempre en la piel de vuestra audiencia. Vuestra empresa os lo agradecerá.

Imagen: Matt Harasymczuck

Periodista especializada en tecnología. Responsable del blog de Telefónica Grandes empresas (antes A un clic de las TIC). Empecé en ABC Informática, el primer semanario español del sector, y he trabajado en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión) y en el mundo de la comunicación corporativa. Mi mayor afición es la equitación

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