En poco tiempo podrían empezar a surcar los cielos de las ciudades y posiblemente en sólo unos años no nos resulte extraño verlos pasar sobre los edificios o incluso regando las plantas en los parques públicos. Hablo de drones (zánganos en inglés), esos robots voladores inteligentes que están en boca de todos desde que Amazon anunció que planea utilizarlos para hacer sus repartos.
¡Sorprendente que un robot nos entregue un pedido o nos traiga el pan a casa! Sin embargo, los drones, también conocidos como VANT (Vehículos Aéreos no Tripulados), no han surgido de repente, sino que nacieron pensados para la guerra hace ya muchos años en la esfera militar y, aunque en sus inicios no eran totalmente autónomos sino que se controlaban remotamente, con el tiempo fueron evolucionando y ganando autonomía. A día de hoy cuentan con un avanzado control autónomo, se guían por GPS y son capaces de operar sin intervención humana. Es decir, están capacitados para despegar, volar y aterrizar automáticamente ya que se fabrican con chips informáticos inteligentes y sensores altamente eficaces.
La inteligencia artificial está cada vez más presente en nuestra vida, entonces ¿por qué no integrar también a los drones? Lo cierto es que precisamente por su utilización original con fines bélicos siempre les ha acompañado la mala fama, sin embargo estos vehículos autónomos han pasado de matar a salvar vidas, localizar montañeros perdidos o llevar medicinas y alimentos a zonas de conflicto.
Han saltado del terreno militar al civil demostrando una enorme capacidad para hacer frente a multitud de tareas cotidianas y cada vez tienen más aplicaciones en la lucha contra incendios, socorrismo, servicios postales, agricultura, periodismo , etc.
Para muchos son los gadgets del momento, una tecnología clave que moverá mucho dinero en los próximos años. Por ello, tanto empresas aeronaúticas como investigadores de universidades y de organismos públicos están muy interesados en el desarrollo de estas aeronaves de nueva generación. Desde pequeñas start-ups, hasta grandes compañías, están prestando gran atención a este sector, ya que han visto la infinidad de aplicaciones que puede llegar a tener.
Con tamaños que van desde polillas y colibríes robóticos hasta aparatos de más de 45 metros de envergadura capaces de volar durante varios días, los drones se pueden adaptar a misiones de todo tipo, pero por ahora su utilización en las ciudades es bastante limitada. Por ejemplo, en el caso de Amazon, a la compañía estadounidense no le va a quedar otro remedio que esperar a que la Administración Federal de Aviación (FAA) se pronuncie sobre el uso comercial que se les podrá dar, ya que actualmente los drones comerciales no pueden volar en áreas con alta densidad de población. En otros países como China también se han encontrado con bastantes limitaciones legales, en una panadería de Shangai intentaron el reparto aéreo de pasteles, pero tuvieron que desistir por no contar con los permisos necesarios.
De momento, la normativa en todos los países es ambigua o inexistente, por eso las principales potencias del mundo están trabajando en consensuar el marco legal que regirá la utilización masiva de los drones civiles en el espacio aéreo.
Tras el militar, el uso más común de los drones es la vigilancia y el control, pero el debate sobre sus posibilidades está abierto y en poco tiempo se ha disparado el interés por ellos en todo el mundo, hasta tal punto que en algunas universidades estadounidenses ya hay asignaturas y cursos denominados drone journalism, en los que se estudian las posibilidades de esta tecnología aplicada al ámbito de la información. En el mundo audiovisual también han encontrado su hueco, y la industria de la publicidad y el cine los utiliza para rodar escenas que de otro modo resultarían extremadamente caras o complicadas.
Estos nuevos “drones civilizados” de los que tanto se habla ya no van a la guerra, al contrario, están pensados para facilitarnos la vida, pero aun así es imprescindible regular su utilización, porque aunque los avances tecnológicos nos benefician, de sobra sabemos que en muchas ocasiones eso también depende de “la mano” que los dirija. En este caso, debido a la gran cantidad de usos que se les puede llegar a dar, se hace todavía más necesario un control para impedir que los adquieran libremente organizaciones de “dudosa ética” que puedan utilizarlos para interferir en la intimidad o en la seguridad de las personas.
En cuanto a la tecnología, fabricantes y empresas aseguran que está madura, probada y lista para su comercialización. Jeff Bezos, fundador de Amazon, parece que también tiene muy claro que en sólo cuatro o cinco años los tendrá en funcionamiento, aunque algunos cuestionan esta afirmación asegurando que se trata sólo de una estrategia publicitaria.
Lo que sí es evidente es que ya hay multitud de compañías y organizaciones detrás de su desarrollo y acelerando su producción… y eso es por algo.

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