La impresión 3D, o fabricación aditiva como prefieren llamarla los expertos, es una de las grandes tendencias tecnológicas del momento y un habilitador clave de la transformación digital, capaz de revolucionar muchos aspectos de nuestra vida cotidiana.
En la exposición “3D. Imprimir el mundo”, que puede visitarse estos días y hasta el próximo 22 de octubre en Fundación Telefónica, se recoge su impacto en disciplinas tan variadas como la medicina, la moda, la gastronomía o la arquitectura. La muestra reúne una amplia mirada a este fenómeno digital considerado por muchos la próxima revolución industrial. Pero ¿qué capacidad transformadora tiene esta tecnología en los procesos productivos? Desde RePro3D apuntan la velocidad de producción, cambios y mejoras en tiempo real, eliminación de la necesidad de mantener un stock o supresión de las tiradas mínimas.
También modifica la relación del individuo con los objetos y la sociedad en general y se habla de la transición desde un modelo de producción industrial a un modelo de manufactura personal.
Dentro del ecosistema que se está formando en torno a la impresión 3D quiero destacar un concepto que surge en el MIT y está resultando clave en todo el mundo para su popularización: los FabLab.
El término proviene de la expresión en inglés Fabrication Laboratory y, según la Fab Foundation, que coordina 200 centros de este tipo en más de 40 países, se define como “una red global de laboratorios locales que favorecen la creatividad al proporcionar a los individuos herramientas de fabricación digital, de forma que cualquier persona puede usarlos para fabricar cualquier cosa.” Es decir, un componente clave de los FabLabs es su “fuerte vinculación con la sociedad”, ya que se crearon para acercar esta tecnología de impresión a los ciudadanos.
Otro aspecto importante de los FabLabs es su vertiente local, ya que nacen con la intención de integrarse en el contexto donde se ubican, gracias a lo cual existe gran diversidad en los proyectos y objetivos de cada uno de ellos. Una forma de constatarlo es revisar algunos de los distintos FabLabs existentes en Madrid: Makespace Madrid (que surge de una asociación de desarrolladores de tecnología), FabLab Madrid CEU, FabLab UPM y FabLab Medialab Prado, una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid. En Barcelona, por su parte, se pueden encontrar entre otros, el FabLab Barcelona y el MADE Makerspace, así como la red de ateneos de fabricación del Ayuntamiento de Barcelona.
En estos laboratorios se desarrollan además proyectos que refuerzan su potencial, como el programa Fab Academy, un innovador sistema de formación que provee soporte a los usuarios del FabLab para que mejoren sus aptitudes de fabricación.
Pero quizá más importante aún es la aplicación de los FabLabs en el ámbito educativo (Fab Education). Y es que estos laboratorios son la plataforma ideal para facilitar a las instituciones educativas de todo tipo (colegios, institutos, universidades…) un entorno abierto y especializado en la impresión 3D.
De hecho, algunos de los laboratorios mencionados ofrecen talleres para niños (FabKids) y familiares, convocatorias para unirse a proyectos tecnológicos avanzados, programas para colegios y proyectos de investigación asociados a universidades… en definitiva, una oferta plural y diversa.
Y, como fruto de su labor, quiero destacar que los resultados de estos centros colaborativos de impresión 3D empiezan a recogerse. En enero el FabLab Madrid CEU hacía pública la fabricación con éxito de una prótesis de brazo que ya había sido entregada a su destinatario. Y recientemente se exponía en Madrid y Barcelona el proyecto #REme, desarrollado en el FabLab Alicante, que consiste en un sistema constructivo de piezas de fácil colocación para refugios de emergencia que ha sido galardonado en el Festival Internacional de Arquitectura eme3.
Imagen: Panchenko Vladimir/shutterstock

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