La era digital ha alterado nuestras necesidades e incorpora nuevas variables en nuestra identidad. Así, en la base de la pirámide de Maslow actualizada, que irónicamente incluyen en muchas presentaciones, aparecen como necesidades básicas del individuo la batería y la conexión Wifi, claves para la felicidad digital.
Por otro lado, recientemente una compañera, en defensa del mundo real (#realworld) subía una imagen suya con y sin filtro y animaba a encontrar las cincuenta diferencias, que las había. Es habitual que la gente muestre continuamente una imagen que no le corresponde.
¿No se gustan ellos mismos y piensan que a los demás tampoco? ¿Es fruto de la presión por un estereotipo de perfección? No solo ocurre con el aspecto estético, pasa también con la personalidad. Incluso el hecho de dar likes sin que realmente guste algo o haya interés verdadero se ha bautizado como ‘orbiting‘. Estamos ante una pregunta ya clásica: ¿son culpables las redes o las personas? Porque quizá con más sentido común y cerebro no habría ningún problema. Pero la naturaleza humana es débil y a determinadas edades, más.
Una elaborada identidad digital para ser más felices
Si Sigmund Freud levantara la cabeza tendría que hacer una clasificación distinta a la que desarrolló en la teoría del psicoanálisis hace más de un siglo ya, en línea con la nueva pirámide de Maslow y la felicidad digital a la que me refería.
Muy simplificado, los tres “yo” que identificaba el neurólogo austriaco eran:
- El "Ello": el inconsciente, los instintos y necesidades animales.
- El “Superyó”, que marca las normas sociales y educativas que nos han impuesto y, en muchos casos, entra en lucha directa con lo que el “Ello” pide. El “Superyó”, por ejemplo, sabe que no se puede robar pero el “Ello” no dudaría en coger ese reloj tan bonito que no está vigilando nadie. Todos los vicios suponen una lucha entre el “Ello” y el “Superyó”.
- Y, entre ambos, el “Yo”, nuestra parte consciente, que actúa en cada decisión como mediador entre el “Ello” y el “Superyó”. Una persona será más “estable” psicológicamente cuanto menos diferencias existan entre el “Ello” y el “Superyó”.
El "cuarto yo": cómo queremos que los demás crean que somos
Además de estos tres "yo" que afectan a cómo somos y cómo tomamos nuestras decisiones en el día a día, hay un "cuarto yo", que es el que queremos que los demás vean. No es el cómo somos, sino queremos que los demás crean que somos. Instagram o Snapchat podrían ser su mejor ecosistema: ahí la gente siempre aparece con su mejor cara -trampas mediante-, luciendo tendencias, en estado de permanente felicidad.
Y es que en la actualidad Internet y la identidad digital se han convertido en una herramienta poderosísima para alimentar ese “cuarto yo”.
En Facebook se airea a los cuatro vientos el estado de ánimo, en Instagram se cuelgan las fotos de las maravillosas vacaciones, en Twitter se hacen ingeniosos comentarios al hilo de la actualidad, en Linkedin publicamos el currículum vitae quizás algo inflado…
¿Por qué es un "yo" distinto?
Porque es nuestro “yo público", el social, el que queremos que los demás perciban. Ese “yo” que sale siempre guapo en las fotos, el que hace comentarios a los estados de sus amigos que nunca se le ocurrirían en tiempo real, que tiene un blog propio porque es experto en un tema…
Según la famosa pirámide de Maslow, el ser humano necesita cubrir una serie de necesidades en su vida para ser feliz y estar motivado. Su teoría se utiliza mucho en el entorno empresarial pero también tiene aplicación en el plano individual y en sociedades completas.
- En los niveles más básicos, el ser humano necesita tener cubiertas sus necesidades vitales primarias: comer, beber, dormir, no tener frío ni calor excesivo. Es decir, el ser humano necesita tener a su "Ello" calmado para poder avanzar. Un individuo o sociedad con hambre no dedican su talento a la filosofía o las artes, buscarán alimentarse.
- En el siguiente nivel está la seguridad ya que si hay problemas de salud o nuestra vida está en riesgo por una guerra o catástrofe natural, solo podríamos preocuparnos por resolver eso. Sigue relacionado con el "Ello" y el instinto de supervivencia.
- Posteriormente están las necesidades de afiliación y afecto, esto es, el sentimiento de pertenencia a un grupo, el sentirnos queridos y respetados. El ser humano como ser social necesita sentirse aceptado por otros. Las redes sociales se han constituido en una herramienta básica para cubrir esta necesidad. Aquí pasamos a un “Yo” más consciente, aunque en el fondo siga siendo el “Ello”…
- El siguiente nivel es el reconocimiento: el individual (autoestima) y el que los demás tienen de nosotros y cómo lo manifiestan. Así, en el mundo empresarial, se ha demostrado que, mientras una subida de sueldo tiene un poder motivador puntual, una vez cubierto el salario apropiado para satisfacer nuestra seguridad, es más ilusionante el reconocimiento por la labor bien hecha. Tener mil seguidores en Twitter, 500 amigos en Facebook que comentan lo graciosa que es nuestra última ocurrencia o un blog con miles de visitas, entra en este apartado. Y creo que sigue siendo el “Ello” al que afecta este nivel de motivación. Las normas sociales o el “Superyó” también obligan al individuo a triunfar, a ser reconocido, a ser líder de masas. “Pues mi hijo es presidente de…”. “Pues el mío, más”.
- El último nivel es el de autorrealización. Aquí la persona es feliz haciendo lo que hace porque tiene una utilidad indiscutible, un sentido que le llena y le hace saber que merece la pena.
Pues bien, en la sociedad actual hemos debido cubrir los niveles de supervivencia y seguridad ampliamente y estamos volcados en crear una identidad digital que nos permita afiliarnos, sentirnos queridos y reconocidos, como forma de ser más felices. Y lo hacemos a través de un “yo digital", creado para mostrar la mejor imagen de nosotros mismos. Aunque la búsqueda de esa mejor cara acumule ya una tasa de muertes por selfies que llama la atención y va en aumento, o los especialistas alerten sobre problemas de autoestima y salud mental.
En el directo de la vida real la comida que nos comemos no siempre está perfectamente emplatada ni luce colores irreales, ni salimos con el mejor perfil o puede que ni lo tengamos, y tampoco siempre hay comentarios ni son tan ingeniosos. Pero nuestro “yo digital” tiene la oportunidad de preparar sus respuestas y mostrar siempre la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros.
Pero ¿nos permitirá esto autorealizarnos? Cuando tanto se habla de una vuelta a los clásicos, quizá sea momento de recuperar el “mens sana in corpore sano”.
Las empresas como entes vivos
Las empresas, que en esto de la digitalización van por detrás de las personas, en este caso puede que lo estén haciendo mejor. En el mundo corporativo se está produciendo una transición del yo al superyó, como explicaba un compañero. Hay compañías con mayor madurez tecnológica que otras pero, por muy avanzadas que sean en el puesto de trabajo y las soluciones TIC implantadas, saben que no hay tiempo para la autocomplacencia.
Su coeficiente digital y edad metabólica no engañan.
Imagen: Lorena de la Flor

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