“Aquí no entra nadie que no sepa geometría”. No, no es un cartel que pueda leerse en el aula de alguna universidad de matemáticas. Era el aviso a los estudiantes que entraban por vez primera a escuchar las enseñanzas de Platón y sus discípulos. La inscripción colgaba en la puerta de la Academia de Atenas, la escuela del filósofo griego, fundada en torno al año 387 a. C. y considerada como la primera universidad. Y es que los griegos lo tenían claro. Los primeros filósofos se preocupaban de comprender tanto la naturaleza y las reglas matemáticas que la rigen como al hombre y su comportamiento. Ambas facetas se estudiaban con total continuidad entre ellas, como dos partes de un todo. Por no hablar de Leonardo da Vinci y su unión de artes y ciencias… Nuestra sociedad hace tiempo que reclama el fin de ciencias y letras.
Una división ficticia, tópicos y limitaciones
Sin embargo, en algún momento se estableció una diferencia insalvable entre “ser de letras” o “de ciencias”, basada en una serie de tópicos cuando menos cuestionables. A menudo sirve, además, para esconder las limitaciones propias de cada uno, como cuando “uno de ciencias” comete una falta de ortografía imperdonable o “uno de letras” no es capaz de hacer la más sencilla operación matemática sin ayuda de la calculadora.
Estudiar una ingeniería u otra carrera de ciencias se asocia con éxito y prestigio profesional, mientras que la elección de una filología se convierte en una preocupación para los padres de los jóvenes que la escogen por su “falta de salidas”.
Tenemos un ejemplo reciente: el de Gabriel Felipe Plaza, un chico madrileño de 18 años que se convirtió en el estudiante de Madrid con mejor nota en la EvAU de 2022 (13,964 puntos sobre 14) y decidió estudiar filología clásica. Llegó a ser tendencia entonces en redes sociales, recibió tal oleada de críticas y ataques en su cuenta de Twitter que no tuvo más remedio que cerrarla. “Luego nos quejamos de la precariedad”. “Vaya mierda de carrera”. “Tan esenciales no son las Humanidades cuando vivo sin ellas” fueron algunas de las perlas.
En realidad esa división entre ciencias y letras es bastante ficticia. La forma en la que que un geólogo estudia una roca no difiere apenas de cómo analiza una palabra un filólogo. La ciencia no está en el objeto que se estudia, sino en el método empleado para hacerlo.
Ciencias y letras se entremezclan continuamente
En la vida profesional, las ciencias y las letras se entremezclan continuamente. Para verlo, no hay más que pensar en la importancia de la comunicación para cualquier experto STEM. Debe ser capaces de explicar de manera que se entienda y atractiva su trabajo a audiencias no técnicas. Que alguien técnico sea capaz de explicarse con claridad y corrección es fundamental para que su teoría, solución o producto se entienda y “llegue” al público al que se dirige. Tirar del típico power point hecho por ingenieros – galimatías de flechas y siglas- es el camino más rápido para el fracaso de un proyecto. Y hay ejemplos célebres.
Cada vez más proyectos híbridos
Por otra parte, cada vez aparecen más proyectos híbridos “de ciencias más letras”, donde ambas se entremezclan sin saber dónde acaba una y empieza la otra. Por ejemplo, hay lingüistas trabajando con informáticos en proyectos de Procesamiento del Lenguaje Natural, como veíamos recientemente, ya que los modelos con los que se entrena la inteligencia artificial están formados por largas colecciones de textos de los que necesitan entender bien su sintaxis.
La inteligencia artificial es capaz de escribir novelas o crear obras de arte. Surgen disciplinas como la lingüística forense, que estudia la forma en la que un delincuente habla y escribe para obtener información sobre él. Y también está el abordaje de lo que experimenta el usuario antes, durante y después de entrar en contacto con una web o aplicación. El experto de UX acaba siendo un psicólogo, ya que la experiencia de usuario depende de cómo percibe cada uno una aplicación, la motivación que le lleva a ella y las emociones que le suscita.
Otro ejemplo más de profesión de humanidades relacionada con las nuevas tecnologías es el bot manager o entrenador de bots, que se dedica a ”humanizar” a esos asistentes virtuales con los que cada vez es más frecuente que nos relacionemos mientras navegamos por Internet.
El humanismo digital, clave de este momento
Klaus Schwab, presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, caracteriza la época actual en la que vivimos como “una fusión de tecnologías que difumina las fronteras entre lo físico, lo digital y lo biológico”. Por ello, el desarrollo de la inteligencia artificial necesitará tanto de programadores como de lingüistas y filósofos.
Las humanidades digitales ya son una realidad. Entrenadores para nuestros modelos de robótica y especialistas en ética para resolver las interacciones entre hombre y tecnología son ejemplos de los perfiles híbridos que abundarán en los próximos años. Nada nuevo, porque la filosofía siempre estuvo ligada a las matemáticas, como bien sabían en la academia de Platón.
Imagen: Ramón Peco

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