Lo que tiene el mes de enero (además de las rebajas) es que siempre te trae una palabra nueva y si no te lanzas a descubrirla es que te estás haciendo mayor ¡Así que afilen sus lapiceros y esbocen una sonrisa, que viene el fog computing…!
Este concepto es poderoso: se comprende sin mayores complicaciones, pues está a medio camino entre cloud computing e Internet of the Things (IoT). Podríamos pensar que es otra de las novedades que CES, la feria de electrónica de consumo, nos trajo el mes pasado y, sin embargo, aquí se enfatizan ciertos elementos en los que hasta ahora el IoT se mostraba a mi juicio muy cojo y que se corresponden a conceptos de sistemas distribuidos:
Baja latencia en la respuesta del dispositivo, con independencia de su localización. Entornos masivos de elementos, fundamentalmente conectados inalámbricamente. Aplicaciones de streaming y, por supuesto, en tiempo real. Heterogeneidad de los dispositivos y de los servicios a los que se subscriben.
Puede sonar un tanto sofisticado y difícil de entender pero intentaré explicarlo. Por fin la industria busca valor más allá de las aplicaciones Hello world de IoT y se pretende algo más que conectar un dispositivo muy delimitado (y limitado) y subir el dato recogido, en canal, a la nube… para luego ya veremos qué hacer con él. Es decir, el mundo fragmentado de los verticales de IoT que ahora sufrimos toca a su fin. ¡Ya era hora! Porque con el fog computing el dispositivo ahora habrá de ser realmente inteligente, deberá ser capaz de almacenar información y ser programado para mantener “conductas” o interacción con el usuario. Y los datos que se almacenan en la red deberán ser datos de valor, datos susceptibles de rentabilizarse bajo estrategias de big data o que mejorarán la coordinación de los servicios a través de la coordinación de sus dispositivos.
Y ¿quién demonios puede querer desplegar ese tipo de soluciones?
Creo que hablamos de los siguientes escenarios fundamentales: vehículo conectado, smart grid, redes masivas de sensores y actuadores y, finalmente, dispositivos con alta interacción humana, asociados fundamentalmente a eHealth o a escenarios de realidad virtual.
Y pondré un ejemplo. Recuerdo cuando me compré mi primer iPhone allá por 2008 y en la tienda virtual encontré más de cien aplicaciones-linterna y poco más. Pensé con retranca… ¡menudo gran negocio han hecho los chicos de Apple! Y era que las primeras aplicaciones no sabían explotar las capacidades del modelo, no entendían sus posibilidades.
Justamente es lo que vivimos ahora dentro de las aplicaciones de IoT. Creo que fog computing es IoT 2.0 porque fog computing permite construir una verdadera autopista de dispositivos y servicios que interactúan entre sí. El fog computing será el brazo armado que permitirá que nuestros vehículos interactúen con los semáforos y que se detengan a tiempo sin colisionar entre ellos. O que avisen a nuestro ropero cuando llueva para que no nos olvidemos el paraguas, dónde quiera que lo hayamos guardado. Quizá esto incluso alumbre una nueva industria entre las smart city y el automóvil o entre el servicio meteorológico y nuestro hogar inteligente.
Lo que me encanta del fog computing es justamente eso, que se encuentra a medio lugar de casi todo. Es un insensato cruce de caminos. Pero sea cual sea su nombre y su destino final es un motor de innovación para el mundo IoT. Muchos dirán que no vale para nada y son palabras mojadas. Y fíjense que como soy un soñador empedernido… hoy tomo la palabra y creo vislumbrar en esta hibridación de lo cercano (el dispositivo) y lo lejano (la nube), el santo grial poderoso que nos dará mucho para hablar y con vehemencia en estos prósperos años IoT que nos esperan.
Imagen: albularider

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