El otro día recibí una multa por circular por el hermoso y céntrico Barrio de las Letras en Madrid, zona restringida al tráfico de vehículos. Había aparcado en un parking público que existe en su interior, puesto que asistía a un evento en un hotel y ambos se ubican en la misma plaza. Era una denuncia por fotografía usando las cámaras que vigilan el acceso por una de sus calles.
Al principio no entendí ni siquiera que había hecho mal, la denuncia era imprecisa. Después de hablar con otros compañeros que habían asistido conmigo (y que también fueron pertinentemente multados) deduje que había atravesado una señal que impedía el paso precisamente por esta calle para llegar al aparcamiento. La señal pasó inadvertida a mis ojos, pues yo seguía las evidentes indicaciones del navegador (el camino más corto) e intentaba circular con prudencia por un Madrid turbulento. Es cierto que me percaté de la señal, pero el aparcamiento aparecía en mi navegador al final de la calle e imaginé que un estacionamiento público (y municipal) necesita de clientes que transiten para llegar hasta él. Tal señal de tráfico hablaba de restricciones; pero prueben a leer frases largas y a conducir a un tiempo, a mí eso no se me da nada bien. Necesito cosas simples: paso o no.
La cámara funcionó de maravilla, eso sí, y la multa llegó a casa. No funcionó la estrategia existente para evitar que se circule por el barrio, pues muchos transitan a diario usando sus GPS con la misma inocencia y son multados.La mayoría desconocemos en cualquier grado de detalle dicha normativa de restricción. Me explicaron que existía otra entrada al barrio donde sí estaba permitido acceder al parking (extendieron un plano y me hicieron un tour de la zona) y que mi infracción definitivamente no era recurrible. Mi caso, por otro lado, es bastante habitual.
No crítico las políticas de disuasión de uso del vehículo en el cogollo de la ciudad, es más, las comparto completamente. Me encanta el transporte público. Pero veo una oportunidad para el uso de la tecnología adecuada en su ordenamiento y aplicación. Para racionalizar la circulación y estacionamiento en las ciudades congestionadas. Hablo de sensores y de barreras que impiden el acceso, de tarjetas NFC o móviles que identifican y autorizan a los residentes, a los servicios de emergencia o a los clientes de los hoteles. Los carteles poco claros y las cámaras chivatas son herramientas del siglo XIX y más si hacen referencia a normas que nadie, fuera de una zona concreta, conoce.
Porque ahora, la gente sigue las indicaciones de su navegador, no nos engañemos. Un navegador que recogiera información en tiempo real, lo que nos sucede realmente, ayudaría a organizar el tráfico, a ahorrar combustible, a disminuir el ruido. Un navegador que mostrará los sitios libres de parking o como llegar a un lugar próximo sin cometer infracción alguna, sería mi mejor amigo en esta ciudad alocada. Bueno, después del perro, que todo se sabe.
Pobre Barrio de las Letras. Google Maps no lo quiere nada.
Imagen: Alsaarom

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