"Grinders": de la trashumancia a la transhumanidad

Estoy convencido de que la realidad supera a la ficción y, en este sentido, puede que no falte tanto tiempo como pensamos para compartir nuestro día a día con una nueva raza de seres humanos evolucionados, dignos de protagonizar el mejor episodio de la saga X-Men o de la serie Heroes.

Ya introducía, hace casi dos años, el concepto de “body hacking en mi post sobre el hombre aumentado. Una tendencia que sigue creciendo y cuyos entusiastas, autodenominados grinders, celebraron el pasado mes de marzo lo que podríamos denominar como su “primer congreso”.

En mi artículo mencionaba, por ejemplo, el implante de imanes del tamaño de granos de arroz en la yema de los dedos, que permitía detectar la existencia de ondas electromagnéticas en la cercanía, como las que emiten las redes Wi-Fi, gracias a las pequeñas vibraciones que éstas producen sobre los imanes y la cantidad de terminaciones sensoriales que tiene esa parte del cuerpo. Personalmente, sigo viendo este tunning mucho más útil para sujetar clavos, salvo que por el tipo de vibración podamos diferenciar cuándo una red Wi-Fi es de acceso libre y cuándo está protegida con clave.

En realidad hay algo de verdad en esa broma: la vibración puede ser más o menos intensa dependiendo de la fuerza del campo electromagnético. Esto ha sido aprovechado por el grupo Grindhouse Wetware para construir un sonar portátil, capaz de detectar desde objetos cercanos a emisiones térmicas, según el sensor empleado en el dispositivo, que puede combinarse con implantes magnéticos o bien con un complemento externo.

A pesar de la poca utilidad que yo personalmente le veo, el implante de imanes es uno de los hacks más extendidos. Otro curioso ejemplo es el del grinder Rich Lee, que se ha construido unos auriculares permanentes insertando pequeños imanes en su tragus (cartílago exterior de la oreja), los cuales reaccionan ante las ondas electromagnéticas emitidas por un pequeño amplificador que lleva en un collar. La razón de este hack tiene un fondo mucho menos frívolo del que podríamos pensar, como puede leerse en esta extensa entrevista a su autor (en inglés).

Más práctico parece el uso de la clorina e6, un análogo de la clorofila empleado como tratamiento de algunos tumores y ceguera nocturna. Una disolución especial de este compuesto, aplicado sobre los ojos en forma de gotas, permite dotar de visión nocturna y distinguir formas en plena noche a cincuenta metros de distancia. Esta prueba de concepto ha sido realizada con éxito por el bioquímico Gabriel Licina, un biohacker miembro del grupo “Science for the masses”. La solución tiene un efecto temporal de unas pocas horas y no deja efectos secundarios de ningún tipo.

Otros elementos usados con frecuencia en implantes subcutáneos son los chips RFID y NFC, similares a los usados para la identificación de perros y gatos. Con ellos, en mi opinión, sí que se abre realmente un mundo de opciones útiles, dado la gran cantidad de sistemas que hay en nuestro entorno capaces de comunicarse mediante estos protocolos. En estos chips podríamos guardar información de diversa utilidad: desde alergias a compuestos y medicamentos, el grupo sanguíneo o el historial médico, hasta claves de acceso que nos permitan abrir nuestro coche o nuestra casa con tan sólo acercar nuestro implante a un lector que desbloquee el acceso y hasta pagar el metro.

Ahora bien, con tanto dispositivo intracorporal y su comunicación con el exterior, corremos el peligro de convertirnos en el siguiente objetivo de hackers, virus informáticos y ciberterroristas, con serios riesgos para la salud en algunos casos. No será lo mismo que nos pidan un rescate a modo de ransomware  para que el audífono vuelva a funcionar a que el objeto infectado sea nuestra bomba de insulina o el marcapasos. Confío en que alguien esté ya dedicando esfuerzos a inventar el bio-firewall y el bio-antivirus.

Han pasado algunos miles de años desde aquellos primeros seres humanos que poblaron nuestro planeta “a golpe de trashumancia”, hasta llegar a esta creciente corriente de “transhumanidad”. ¿Cuánto tiempo pensáis que pasará hasta que todas estas evoluciones, ahora forzadas, formen parte de nuestra impronta genética?

Imagen: JD Hancock

Aprendiz de mucho y maestrillo de nada. “Atado” desde casi siempre a las soluciones técnicas de servicios con una mano y al Negocio con la otra, esto me ha permitido tener una visión global del mundo de las TIC, sin posibilidad de dar clases a nadie pero con el aliciente a cambio de tener espacio para aprender más, mucho más.

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