Hace casi año y medio, ya escribí sobre las redes sociales corporativas como nuevo paradigma de colaboración y apuntaba que, según los expertos, mejoran el sentido de pertenencia y favorecen el clima laboral, sirven para generar y compartir conocimiento, crean entramados de ayuda mutua y estimulan sinergias, fomentan el liderazgo distribuido y son útiles para atraer y retener talento, entre otras bondades.
El post fue muy compartido y el mes pasado, en un encuentro del Grupo TPI sobre “La organización social: retos y oportunidades”, comprobaba que el tema sigue suscitando interés entre empresas que están dando los primeros pasos y otras que aún no se han atrevido a hacerlo. Aquéllas que apostaron por esta nueva cultura hablan satisfechas de sus primeros resultados.
Según Gartner, este año el 20 por ciento de las organizaciones ya tendrán las redes sociales corporativas como principal herramienta de comunicación y según Forrester vivirán un ritmo anual de crecimiento del 61 por ciento hasta 2016. Autelsi, que ha elaborado un informe sobre “Las 20 claves para el éxito del social business” del que escribiremos próximamente en el blog, lo considera un asunto estratégico.
En la jornada del mes de julio a la que me refería, Miguel Ángel Morcuende, de Gartner, calificó al social business como la tercera ola de IT y aseguró que la tecnología y las herramientas sociales son clave en la actualidad para un CEO por su repercusión en el negocio. Pero también advirtió que el 80 por ciento de esfuerzos en proyectos sociales no tendrá éxito porque se enfocan en la tecnología y lo importante son las personas, la colaboración masiva, el talento. Para movilizar a la comunidad, que ésta crezca y se cosechen resultados, debe haber una intersección entre lo que motiva al empleado a participar y el valor del proyecto para la organización.
En esa frontera está el éxito. Y nunca mejor dicho porque, entre otras cosas, esta forma distinta de trabajar representa ventajas competitivas. Una organización social cuenta con empleados más eficientes, se acerca de manera diferente a los clientes, genera innovación con terceros… Su impacto en el negocio está cuantificado.
La clave de no dar el paso en falso radica en entender que las redes sociales corporativas implican un cambio de cultura en las organizaciones: apostar por un nuevo espacio de relación abierto y espontáneo, en el que pueda germinar la “inteligencia colectiva”. Responden a una mentalidad más democrática en la forma de comunicarse dentro de las organizaciones, que animará a la implantación de estructuras menos piramidales y más cooperativas en las que primará el conocimiento y no tanto la categoría profesional.
Las ventajas de implantar una red de este tipo son múltiples porque ayuda no sólo con contenidos, sino con contactos, conversaciones y colaboración. “No es lo que sabes, sino a quién conoces” porque encontrar la información precisa depende de hallar a la persona adecuada para suministrarla y esto agiliza la toma de decisiones. La importancia de este tipo de redes para la gestión del conocimiento está clara.
Pero también tienen un valor enorme para las estrategias de aprendizaje, como contaba Virginio Gallardo, que sostiene que los entornos sociales más eficientes para el aprendizaje no son entornos creados para aprender, sino que las comunidades diseñadas para mejorar procesos, reducir costes, incrementar ventas o analizar nuevos productos serán las comunidades donde los profesionales aprenderán más porque en el futuro no estará separado aprendizaje y trabajo, ni aprendizaje teórico y tomas de decisiones reales.
Imagen: e.gpdoc

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