Acababa de estrenarse el siglo XVI cuando Leonardo da Vinci daba las primeras pinceladas a la que sería una de las obras maestras de la pintura universal, su célebre Gioconda. Ignoro si fue consciente del valor que aquella obra tendría para su viaje al olimpo de los genios. Lo que sin duda no pudo imaginar era la importancia que aquel lienzo iba a tener siglos después para la economía francesa, al amparo de nada menos que seis millones de visitantes anuales ansiosos por contemplar su obra.
No es oro todo lo que reluce, ni solo lo cuantificable tiene valor
Lisa Gherardini, la presunta modelo, se ha convertido en musa inmortal por razones completamente etéreas e intangibles. El contingente de sus admiradores es consecuencia y no causa de su popularidad.
Reflexiones de este calado son las que hace Reyes Calderón en un interesante artículo titulado Prohibamos las humanidades, en el último número de TELOS, el que se pregunta sobre la supuesta dicotomía entre las prósperas disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) y las agonizantes SSH (ciencias sociales y humanidades), de dudosa rentabilidad en un contexto dominado por el beneficio inmediato. Las humanidades digitales son clave en este momento pero tendemos a abordar estas cuestiones en términos de derbi, algo que resulta muy emocionante en el ámbito deportivo pero bastante estéril si tratamos de generar conocimiento o fomentar la producción artística.
TELOS 112: No basta con tecnología y ciencia
Por otra parte, esto de la modernidad es un asunto muy viejo. No es ahora la primera vez que toda una generación hace un alto en el camino para replantearse las certezas heredadas de sus mayores. Ocurrió en el Renacimiento y, no en vano, fue esta corriente la que inauguró un nuevo tiempo que hoy conocemos como historia moderna. El horizonte de aquellos hombres y sus expectativas cambiaron radicalmente respecto a las inquietudes de generaciones anteriores. Algo que volvió a ocurrir y de forma mucho más radical en el siglo XIX, cuando la industrialización acompañó un convulso tiempo de revoluciones que abarcaron desde lo político a lo social, pasando por la aparición de nuevas corrientes artísticas y de pensamiento. En ambos casos la tecnología y la ciencia jugaron un papel de primer orden, pero nunca fueron las únicas protagonistas.
Adónde queremos llegar, por qué y para qué
En nuestra época es la llegada de Internet lo que marca el disparo de salida para la historia reciente, cuyo impacto corre paralelo al de episodios de trascendencia política como la caída del Muro de Berlín. Estamos en la era digital y de nuevo es preciso reconsiderar adónde queremos llegar, por qué y para qué y, sobre todo, qué entendemos por progreso y cuál es su precio.
Precisamente éste es el tema central del último número de la revista TELOS que se presentó el pasado 16 de enero en Espacio Fundación Telefónica, dedicado a las humanidades digitales. En él colaboran figuras de primer orden en distintos ámbitos del conocimiento que plantean los riesgos no solo de una tecnología deshumanizada, sino también de unas humanidades enclaustradas en el ámbito académico y desconectadas del tejido empresarial.
Más allá de los cantos de sirena, Ricardo Alonso, autor del artículo Agenda para una sociedad digital más feliz, abogó durante el evento por la necesidad de acortar distancias entre “apocalípticos” e “integrados” a la hora de apuntalar un desarrollo cultural económicamente sostenible. La oportunidad llega de la mano de esa ventaja que proporciona nuestro idioma para la comunidad hispanohablante en el contexto de un nuevo cambio tecnológico marcado por los avances de la inteligencia artificial.
Las humanidades como tabla de salvación
Lo cierto es que, como insistió Mónica Nepote, “la tecnología no es inocente”. Los sistemas de vigilancia y análisis de datos que persiguen nuestra huella digital/ conocen “qué deseos nos atraviesan”, lo que nos coloca en una situación de vulnerabilidad que, queramos o no, afecta a nuestra vida offline. En este contexto, las humanidades ofrecen una tabla de salvación porque “sirven para pensar críticamente sobre nuestra forma de estar en el mundo”, al tiempo que la tecnología les permite explorar territorios difícilmente transitables sin ella. Proyectos como los que desarrolla el Centro de Cultura Digital son un ejemplo elocuente de las oportunidades que presenta la confluencia del mundo virtual con iniciativas sociales o artísticas, en beneficio de sus protagonistas.
Humanidades digitales: urge un planteamiento STEAM
Y es que aplica aquello de “si no puedes con tu enemigo, únete a él”, suponiendo que STEM y SSH fueran mundos antagónicos. Resultado de la ecuación hombre-máquina nace la expresión “humanidades digitales”, un pleonasmo equivalente al frío invierno o el caluroso verano porque es un hecho innegable que las ciencias sociales, como cualquier otro ámbito del saber, o integran su trayectoria en el mundo digital o están condenadas a marchitarse en tertulias de eruditos.
Pero tampoco podemos olvidar que el desarrollo tecnológico no está exento de amenazas, si en su carrera hacia el progreso no coloca en el centro al ser humano. Corremos el peligro de repetir errores del pasado, ahondar en la desigualdad de colectivos marginados por la revolución digital y, sobre todo, nos arriesgamos a perder algunas de las conquistas más valiosas de nuestra civilización en términos de derechos y libertades. Por eso, el último número de TELOS trata la problemática digital desde perspectivas muy diversas y en él se cuestionan, entre otros temas, hacia dónde debe orientarse la educación y la investigación o cómo serán las empresas en las que trabajarán nuestros hijos.
Un cambio de agujas en las agendas política y educativa
El desarrollo tecnológico presenta un horizonte que se nos antoja infinito, pero es preciso encontrar el camino para no perdernos en el viaje y, para ello, el éxito dependerá cada vez más del esfuerzo de perfiles y equipos multidisciplinares. La vieja dicotomía SSH-STEM ha de dar paso al concepto STEAM, un ámbito donde la “A” de “artes” represente esa dimensión social imprescindible en la hoja de ruta del ecosistema digital. Con esta convicción, Juan M. Zafra, director de la revista, se declaraba, en el debate abierto durante el evento, no ya un convencido, sino un verdadero “activista” de las humanidades digitales, en la tarea de promover un cambio de agujas en las agendas política y educativa.
Por todo ello parece una oportuna coincidencia que este monográfico se haya publicado precisamente en el número 112 de la revista TELOS. No deja de ser una llamada de emergencia para promover espacios de reflexión que permitan encauzar la senda digital. Al fin y al cabo, tanto los ingenieros como los filósofos tienen hijos y a todos nos preocupa qué suerte de mundo vamos a dejarles en herencia. Nadie duda de que será digital, la cuestión es si realmente lograremos ser más felices de lo que fueron hace miles de años nuestros antepasados en Atapuerca.
Imagen: Kotomi

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