Si hay eventos gratificantes son los de docentes, sin duda. Me encantan. No conozco a un colectivo que ame más su profesión ni que asista a tantos encuentros, congresos o jornadas educativas para formarse y así preparar de la mejor manera posible a sus alumnos.
Los pasados 22 y 23 de septiembre asistí al I Congreso Internacional de Innovación Educativa, al que acudieron ponentes de primera línea de distintos puntos del planeta, como María Acaso, con su propuesta “Art Thinking”, una metodología que se basa en utilizar el arte y la creatividad para revolucionar la forma de enseñar en el aula; Richard Gerver, que dejó las clases para poner en práctica un plan de motivación para alumnos y docentes que ya es un referente mundial; David Johnson, padre del aprendizaje cooperativo, que se aplica en multitud de centros educativos por sus grandes beneficios; David Cuartielles, cofundador de Arduino y defensor de la cultura maker o César Bona, finalista del Global teacher prize… Y allí estaban además 1.400 personas vinculadas a la educación con sus cinco sentidos puestos para absorberlo todo y sacarle partido en sus aulas, con los chavales.
Pero si algo me parece verdaderamente importante es que quienes han impartido los talleres en los que se han compartido buenas prácticas innovadoras son los profesores que un día decidieron ir contracorriente para transformar la educación por el bien de sus alumnos y ahora ya gozan de cierto reconocimiento nacional. Es relevante que en los últimos eventos de este tipo gran parte de la jornada se centre en talleres impartidos por docentes innovadores que cuentan a los compañeros sus éxitos, fracasos y últimas andaduras. Este formato anima a que los profesores dubitativos vean a profesionales como ellos que han sido capaces de romper la rutina en la enseñanza.
En dichos talleres se pusieron en práctica algunas de las tendencias educativas de las que tanto se habla últimamente: educación neuroemocional, aprendizaje cooperativo, “gamificación”, aprender a pensar, aprendizaje basado en proyectos (ABP), educación inclusiva, realidad virtual, videojuegos, drones, movimiento maker, diversidad educativa… y, sobre todo, se transmitió a los participantes la necesidad de “empoderarse” para innovar en sus aulas.
Como apuntaba antes, en los últimos eventos educativos en los que he participado (unas veces como asistente y otras desde la organización) lo que triunfa es que haya profesores que compartan sus experiencias, profesionales que cuenten cómo empezaron a introducir en sus clases pequeños cambios que funcionaron y siguieron adelante con la transformación, compartieron sus logros en las redes y se fueron dando a conocer fuera de sus centros y creciendo hasta formar una comunidad.
Se trata de profesoras y profesores que tenían en sus aulas a chicos que no se sentían atraídos por el colegio, desmotivados en muchas asignaturas, con un bajo rendimiento escolar e incluso absentismo. O de docentes que no vivían estas situaciones pero sabían que otra forma de enseñar y aprender es posible y que en este momento no tiene sentido seguir impartiendo clases con los mismos métodos de hace cincuenta años, que tenían que preparar a sus alumnos para la sociedad digital en la que les toca vivir.
Ellos, lejos de tirar la toalla, investigaron y decidieron actuar para cambiar las cosas y tener alumnos felices, curiosos, interesados, solidarios entre ellos, capaces de desarrollar otro tipo de competencias aparte de las del conocimiento, que pudieran formarse y crecer también como personas. Y entonces le dieron la vuelta a las programaciones y cambiaron sus métodos de enseñanza. Al ponerlo en práctica, a veces les salió bien y otras no… y cambiaron de nuevo. Se enfrentaron a colegas de sus propios centros que los criticaron y les pusieron etiquetas como “el innovador” o “el de los jueguecitos”, dicho con cierto retintín, y también algunos padres y madres se quejaron de que sus hijos no estaban aprendiendo. Dio igual. Estaban convencidos de que el cambio era necesario y siguieron luchando contra los elementos, trabajando mucho más que si hubiesen continuado con el método tradicional que ya conocían y dudando en alguna ocasión de si habían tomado la decisión correcta al querer cambiar. Pero siguieron.
Vieron entonces que los alumnos mejoraban sus notas, acudían a clase con una nueva ilusión, disminuían las ausencias, había menos conflictos entre ellos, potenciaron sus habilidades personales y sociales… También disminuyó la desconfianza inicial de algunas familias. Así hasta llegar a poder mostrar con orgullo el trabajo realizado.
Estos profesores innovadores son solo la punta de lanza de todos los que están detrás, que se sienten entre “presionados porque tenemos que ser innovadores, pero no sabemos cómo” e “ilusionados en el camino de la innovación, mientras observan el cambio y se preparan para transformar la educación”. Porque no nos olvidemos de que “innovar” es hacer algo diferente a lo que habitualmente hacemos. Lo más sencillo es empezar con pequeños cambios e ir a más con criterio y sentido común.
Cuando oigo contar su experiencia a estos valientes en encuentros como el de Zaragoza siento orgullo de su empeño y dedicación incondicional por transformar la educación para bien de los chavales, que en ocasiones son nuestros hijos.
Telefónica Educación Digital, a través de su comunidad de educadores ScolarTIC, también tiene una apuesta clara por la transformación educativa, y ofrece formación gratuita y apoyo a los docentes que se deciden a dar este paso.
Imagen: Ten minutes from home

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