“¡Vaya tesoro!”, pensé cuando encontré aquel disquete de 3,5 pulgadas con mis primeros trabajos profesionales de programación. Movido por una mezcla de nostalgia y euforia, me decidí a echarles un vistazo para recordar qué pinta tenía aquello.
Con el disquete en la mano, raudo y veloz, me dirigí hacia mi nuevo portátil… “¡no, ahí no!”, reaccioné por el camino mientras cambiaba de rumbo. Acelero el paso hacia mi equipo de sobremesa, presto a insertar el disco en… en… “¡vaya!, ¡aquí tampoco!”, exclamé esta vez en voz alta.
Recuerdo que tenía un arcaico equipo en el trastero, “¡cómo me alegro de no haberlo tirado!”, y por fin consigo traspasar el contenido del disquete a mi PC de sobremesa. Curioseo el contenido y descubro varios ficheros con una extensión extraña. Trato de hacer doble clic para que mi ordenador los abra y me encuentro con un nuevo obstáculo: a mi sistema, el formato de los ficheros le resulta aún más desconocido que a mí y no encuentra ninguna aplicación que pueda abrirlos.
Y es que hemos querido avanzar tanto en tan poco tiempo (y lo hemos conseguido) que en muchos casos hemos descuidado que tenemos un pasado, una historia que mantener y que cuidar.
El acceder a información histórica presenta varios inconvenientes con los que ya nos estamos encontrando. El primero de ellos es el acceso al soporte físico por la no disponibilidad de dispositivos lectores (hardware) en los equipos modernos. El siguiente es la caducidad de los medios de almacenamiento, es decir, la corrupción de la información por desgaste o pérdida de las propiedades del soporte. Y tendríamos al menos un tercero, que es la propia compatibilidad hacia atrás de las aplicaciones con las que fueron creados los datos.
Al primero de los problemas planteados podríamos aplicar dos soluciones:
- Conservar, en buen estado de salud, ordenadores y unidades lectoras que garanticen el acceso a los soportes donde hemos almacenado información, creando así nuestro particular museo tecnológico.
- Migrar periódicamente la información hacia los nuevos soportes que vayan apareciendo.
Respecto al segundo problema, recuerdo con claridad haber estado muy preocupado por almacenar mis documentos y fotos en CD-ROM y DVD porque había leído que el soporte físico, el DVD en sí, tenía un tiempo de vida de unos pocos años.
Como solución debía aplicar la segunda opción del punto anterior: renovar periódicamente el soporte, en este caso copiando la información de CD-ROMs y DVDs en DVDs nuevos, para alargar la vida de mis datos unos pocos años más. Luego aparecieron los pendrives y los discos duros externos, que facilitaron considerablemente este proceso. Desgraciadamente olvidé mover mis discos de 3,5” y 5,25” pulgadas, soportes que algunos de los lectores de este post ni siquiera habrán tenido nunca en su mano. (Por si alguien se lo está preguntando: no, no tengo programas guardados en tarjetas perforadas).
El tercer inconveniente que nos encontramos es algo más complejo de resolver, ya que en muchos casos el tiempo con el que contamos es aún más limitado, dado que algunas aplicaciones no trabajan bien con documentos de más de dos o tres versiones anteriores, y esto nos hace perder información y formatos que pueden ser importantes.
Para solucionar esto sólo nos queda un trabajo ingente de conversión cada vez que sale una nueva versión de las aplicaciones o asegurarnos de exportar la información a formatos más compatibles, como texto plano o en imágenes (digitalización).
Pero ¿qué ocurre con las aplicaciones de usos menos generalistas que un procesador de texto, como aplicaciones de diseño gráfico (CAD), de contabilidad o incluso de correo electrónico? Porque eso del “correo en la nube” con capacidad casi infinita es cosa de hace “unos pocos días”.
Podríamos pensar que lo arreglamos si guardamos el instalable de la aplicación, pero esto sería insuficiente, ya que las aplicaciones se instalan sobre un sistema operativo que también va evolucionando e incompatibilizándose con versiones anteriores de los aplicativos.
Una alternativa razonable pasaría por usar la virtualización. Se podrían crear imágenes de máquinas virtuales con versiones antiguas de sistemas operativos y aplicaciones. Globalmente, se ha planteado ya este problema y han aparecido diversas iniciativas para lo que se ha llamado “preservación digital”.
Para los particulares, por suerte aún no está todo perdido, hay algunas páginas de conversión on line, como la de Zamzar, que soporta multitud de versiones, algunas incluso con más de una década de antigüedad.
¿Cuánto tiempo hace que no abres tu baúl digital de los recuerdos y te aseguras de que aún puedes acceder a esa información que no recordabas que tenías? Desde estas líneas te animo a que lo hagas antes de que sea tarde.

Soluciones y Sectores
Te puede interesar
-
Emisiones cero para una reindustrialización competitiva
Entre los pasados días 2 y 3 de octubre se celebró en Málaga la sexta edición del Congreso Nacional ...
-
Lecciones aprendidas en la implantación de la salud digital
Recientemente se celebró la III Semana de Salud Digital, que incluía, como parte fundamental, el X Congreso Internacional de ...
-
Cómo llegar con la comunicación a la Luna con ayuda de la tecnología: MoonBack
Una de las conclusiones del informe “El puesto de trabajo en España" es que uno de los principales beneficios ...