En Madrid la primavera se asienta a la sombra de las casetas de la Feria del Libro. Este evento, que comenzó a celebrarse en el Paseo de Recoletos allá por 1933, se vio interrumpido por el estallido de la Guerra Civil y no fue retomado hasta 1944, cuando el país empezaba tímidamente a recuperarse de la resaca de una cruel posguerra. La ubicación actual en el Parque del Retiro data de 1967, año de pantalones de campana -que ahora vuelven-, célebres cantautores y trifulcas entre los editores más contestatarios y un Régimen que no se resignaba a perder el control sobre la producción cultural. Y es que, por aquel entonces, las familias españolas percibían la educación y la lectura como instrumentos de progreso en aquellos años dorados de la literatura de quiosco, Círculo de Lectores y las novelas radiadas que, quienes peinamos canas, recordamos haber escuchado con nuestras madres en las largas tardes de verano de nuestra infancia.
La edición de este año, que hoy arranca, irrumpe con evocadores sones del vecino Portugal. El gallo, su icono emblemático, no solo se enseñoreó en el último festival de Eurovisión, sino que el rojo y verde de su bandera ondea también como país invitado en la más importante cita cultural de la capital española. No en vano, la música y la literatura siempre han sido los más elocuentes embajadores de una nación, al tiempo que protagonistas indiscutibles del ocio, al menos hasta que el contenido audiovisual irrumpió en nuestras vidas.
Sin embargo, con su doble rol como objeto de entretenimiento y producto de información, los libros continúan, después de siglos, acompañando nuestra andadura y es paradójicamente el único sector que se resiste al abrazo del formato digital, imparable en otras actividades relacionadas con la comunicación y la información (pensemos en el correo postal o la lectura de la prensa, por poner solo dos significativos ejemplos). No parece que vayan a cumplirse las previsiones de 2008 de la Feria de Frankfurt, el certamen editorial más importante del mundo, que vaticinaban la superación del libro impreso por la publicación electrónica en solo diez años. Ahora bien, esto no significa que la economía digital no haya irrumpido en el ecosistema del libro para alterar su cadena de valor tradicional, ni que el sector editorial se mantenga al margen del desarrollo de una prometedora industria de contenidos. La confluencia del mundo virtual con el analógico impacta en una cultura donde el discurso audiovisual reta al textual en la transmisión de conocimiento y ambos compiten por el favor del consumidor.
Pero en el riesgo está la oportunidad y, cual habanera de “ida y vuelta”, la innovación en el campo editorial se inspira en buenas prácticas de otros sectores como la música o el vídeo y experiencias del pasado que vuelven a la actualidad. Alrededor del libro se atisban nuevos modelos de negocio que obligan a replantear los pilares tradicionales del sector editorial:
- Actores. Junto a las alianzas que hemos visto en las últimas décadas entre editores y el mundo de la distribución, han irrumpido nuevos socios, como los fabricantes de software y hardware, que cooperan con los agentes tradicionales, ansiosos por poblar de contenidos sus plataformas y tiendas virtuales. También los agentes literarios han reformulado su papel en proyectos como Palabras mayores, en el que la emblemática Carmen Barcells republicó en Leer-e la versión digital de las obras maestras de autores a quienes en su momento ayudó a llegar a la fama (Cela, Vargas Llosa, Cortázar y un largo etcétera).
- Fórmulas del pasado como la autopublicación o el modelo de venta por suscripción se reinventan. Pensemos en servicios como Nubico, que se apoya, sobre la plataforma tecnológica de Telefónica, en un modelo de suscripción popularizado por Círculo de Lectores en los años sesenta. O en el fenómeno de los autores indies que recurren a la autopublicación, como antaño hicieran Clarín, Hemingway o Lewis Carroll, para editar (ahora en formato papel y/o digital) sus obras. Plataformas como Bubok y, por supuesto, Amazon constituyen auténticas canteras de nuevos talentos para los editores tradicionales sin que autores consagrados (Rosa Regás o Alberto Vázquez Figueroa, por ejemplo) prescindan de sus servicios.
- Contenido y continente han experimentado una revolución sin precedentes, especialmente en el libro educativo e infantil, pero también en el mundo de la ficción o la novela negra, la publicación de obras de arte y un sinfín de posibilidades abiertas a la innovación como demuestran los hackatones especializados en este campo que se celebran en distintos países desde 2014.
- Canales de distribución. El mundo editorial fue pionero en la convergencia de la tienda física con la virtual. Un fenómeno protagonizado no solo por operadores digitales nativos, como Amazon, sino también por la librería tradicional que compite con las grandes cadenas de distribución a la hora de crear espacios orientados a favorecer experiencias de cliente que trascienden el ámbito de la lectura.
- Promoción. Más allá de la proliferación de booktrailers, booktubers o redes sociales especializadas, la distancia entre autor y lector se acorta mediante fórmulas innovadoras que abarcan desde ediciones colaborativas vía crowdfunding hasta el desarrollo de software de lectura. Precisamente fue una editorial, RHM (hoy Penguin Random House), la primera en crear en España una aplicación para móviles que permitía leer, ya en 2010, a través de iTunes el best seller de Julia Navarro Dime quién soy.
El ecosistema digital ofrece grandes oportunidades para nuestra industria editorial, una de las más antiguas e importantes del mundo. De hecho no solo es uno de los sectores productivos con mayor proyección internacional (centenares de filiales en más de treinta países), sino además el principal contribuidor al PIB cultural, aún hoy por delante de la industria audiovisual.
La experiencia de nuestros editores en la prescripción de un contenido cualificado y las mejores prácticas importadas de la industria de los contenidos son la combinación perfecta para superar las limitaciones del modelo tradicional. ¿Quién no ha tenido alguna vez dificultad para adquirir un libro publicado hace años? Pues, por ejemplo, la popularización de servicios de impresión bajo demanda, suscripción o descarga podrían contribuir a paliar problemas como los relacionados como el stock de ejemplares, que obligan a reducir las tiradas, lo que implica acortar la vida comercial de las obras y con ello su disponibilidad en el mercado. La lista de posibles casos de éxito es amplia y beneficiosa para lectores, autores y editoriales.
Pensad en todo ello cuando paséis este año por la Feria del Libro de vuestra localidad y, si estos días estáis en Madrid, dejaos envolver por la saudade, aprovechad para que os firmen un ejemplar vuestros autores favoritos y tomad nota de la ubicación del Pabellón de contenidos digitales, en el corazón de la Feria. Ya sabéis aquello de que no sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta y cuando el río suena, agua lleva…
Imagen: Rawpixel.com/shutterstock

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