El debate sobre la transformación de la educación sigue de actualidad. La revolución digital -como ha ocurrido con todas las revoluciones- tiene sus claroscuros. De hecho, hay economistas que cuestionan el impacto económico positivo que algunos esperaban, más allá de las anécdotas de cambios de hábitos cotidianos. Por ello, para centrar el informe Top 100 innovaciones educativas 2016: “educar para la sociedad digital”, que se presentó en Fundación Telefónica a finales del año pasado, me parece interesante mostrar algo de perspectiva basada en los hechos que el propio estudio introduce:
Una de las características de esta revolución tecnológica es la velocidad -realmente vertiginosa- del cambio que está provocando, y las paradojas y retos sociales a los que nos aboca:
- Paradoja: La escalofriante cifra de 22 millones de desempleados en Europa en este momento -especialmente desempleo juvenil-, contrasta con la previsión de que en 2020 faltarán más de 800.000 profesionales TIC. Y es que la mayoría de los cambios tecnológicos han provocado la desaparición de empleos y la aparición de otros nuevos. Esto nos conduce a la parte de los desafíos.
- Retos: El empleo tiene una función social incuestionable, pero el ritmo de cambios en el que estamos inmersos muestra que no da tiempo de reconvertir, a través de formación y capacitación, a profesionales de un sector para reubicarlos en otro y, aún más crítico, tampoco nos está dando tiempo de cambiar la formación de los jóvenes que se deberían incorporar en breve al mercado laboral. Sabemos que no funciona tratar de frenar la implantación de la tecnología, sería como poner puertas al campo… El precio de “aparcarla” implicaría pagar por ello de manera agravada más adelante. Si hablamos de las organizaciones, podría suponer su propia desaparición y, para el usuario, la curva de aprendizaje sería mucho más costosa. Se trata, pues, de reaccionar en el ámbito de la educación y buscar soluciones nuevas (es decir, innovar), basándonos en las grandes palancas existentes: un enorme conjunto de buenos profesionales de la educación, unas buenas infraestructuras educativas -aunque todo es mejorable-, y unos estudiantes que demandan nuevas ideas y más participación en las aulas.
En el informe de Fundación Telefónica en colaboración con UpSocial, Ashoka y el Instituto de Innovación Social de ESADE que mencionaba, se han seleccionado cien innovaciones procedentes de los cinco continentes, recogidas con unos criterios prácticos ponderados:
- Impacto social sobre el contexto local (30 por ciento).
- Capacidad de implantación en el contexto (25 por ciento).
- Modelo económico de sostenibilidad (25 por ciento).
- Grado de innovación (10 por ciento).
- Velocidad de resultados (10 por ciento).
Estas innovaciones educativas, además, no solo resultan inspiradoras para abordar mejoras, sino que se trata de experiencias que se han llevado a la práctica con éxito y son, por tanto, replicables en contextos similares o con la necesaria adaptación.
Como denominador común, el equipo de expertos que ha contribuido a la realización del documento señala cuatro reglas básicas que podemos reconocer en todas las innovaciones educativas seleccionadas:
- Hay que atreverse a actuar desde el universo cultural del alumnado.
- Es preciso eliminar barreras espacio-temporales y metodológicas para que el aprendizaje fluya.
- Es necesario generar y consolidar sistemáticamente alianzas para fortalecer la acción educativa.
- Es recomendable aprovechar la experiencia de ensayo-error de otros innovadores.
Y, como dicen en los concursos, “hasta aquí puedo leer”. Lo mejor es que descubráis por vosotros mismos este fabuloso informe y podáis reflexionar sobre todas estas ideas que han impactado en la sociedad provocando mejoras y sobre nuestra capacidad para incidir en el entorno a partir de esa inspiración. Y, ¿por qué no?, vuestras ideas podrían estar en el Top 100 de innovaciones educativas 2017.
Imagen: Nube de palabras elaborada por el autor de este post con lenguaje R.

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