Quienes nos movemos en el mundillo de las Tecnologías de la Información (TI) acostumbramos a manejarnos con estándares, normativas y buenas prácticas, y los temas emocionales nos cuestan más… Pero si alguien me pregunta acerca de la cultura de trabajo de un equipo DevOps, tendremos que entrar en el terreno de la actitud (con “c”) y no la aptitud (con “p”).
En un artículo anterior, “Grandes cambios, pequeños equipos: la filosofía DevOps”, utilizaba un paralelismo con la película “Los siete magníficos” para explicar que los equipos de un proyecto DevOps deben ser de tamaño reducido y que es necesario trocear cada problema para que esas pequeñas partes se puedan ir resolviendo de forma independiente.
Hasta aquí parece sencillo, ¿verdad? Pero, ¿a quién escoger para el equipo? Y ¿cómo se gobierna el trabajo en ellos? Desde mi punto de vista, las claves para lograr el éxito son las siguientes:
- La composición del equipo
- La dirección del trabajo
- El espacio de trabajo
Veámoslas una a una.
La composición del equipo DevOps
Si tuvierais que llevar a una isla desierta a tres personas que os ayudaran a sobrevivir, ¿a quién escogeríais? Seguramente la mayoría elegiría a un experto pescador o cazador, a un especialista en escalada o exploración o al mejor en construcción de refugios… Cada uno tendría unas prioridades diferentes, pero el grado de experto, especialista o “el mejor en” seguro que se repetirá en todos los casos, porque si vamos a poner algo que consideramos valioso (nuestro coche, nuestra salud, nuestro negocio) en manos de alguien, no nos vale cualquiera. Pero puede haber ocasiones en que esto no sea lo más idóneo y, en vez del experto, sea mejor contar con alguien metódico, sistemático y, mucho más importante, capaz de aprender y mejorar de forma continua.
Es el caso de los proyectos DevOps. Si bien es cierto que sin los expertos las primeras iteraciones de un producto resultarán imperfectas, o más imperfectas de lo que serían en manos de especialistas, a cambio tendremos un equipo que irá creciendo en su conocimiento técnico y en el aspecto anímico y emocional como un todo y esto lo fortalece como grupo.
Además, ¿qué ocurre cuando a un experto del motor se le pide que revise los frenos? Es probable que diga que no, y no porque carezca del conocimiento necesario, sino porque pensará que su tiempo y esfuerzo están siendo desaprovechados si no se hace uso de su valor fundamental. Los menos expertos, en cambio, suelen tener mejor predisposición a colaborar en otras tareas cuando se producen cuellos de botella y se adaptan más fácilmente a otras actividades que no son la suya principal. Poseen conocimiento suficiente, y tienen la actitud, para resolver parte del excedente de carga de trabajo. Actitud, actitud, actitud…
También es importante que el grupo sea homogéneo en cuanto a edad, experiencia, categoría, etc. para evitar que uno de los miembros sea visto desde el principio como “el jefe”. Si así fuera, el equipo no funcionaría igual de bien que si empiezan viéndose a sí mismos como iguales.
La dirección del trabajo
¡Un momento! ¿Qué es esto de que no hay jefe? Si no hay jefe, ¿quién controla que se hace el trabajo?
Qué manía tenemos con controlar… En DevOps no controla nadie, y ésta es una de las principales barreras emocionales para su implantación en las grandes organizaciones.
Lo que se hace en DevOps es dirigir al equipo. Una persona, desde fuera, se reúne con él periódicamente (idealmente, cada semana) y marca la dirección, priorizando entre los diferentes requisitos, tanto los que vienen impuestos como los que proponga el propio equipo. Esta figura también debe servir de apoyo al equipo cuando necesite resolver un problema externo a ellos mismos. Y, no menos importante, supervisará los resultados que se vayan entregando con la frecuencia establecida (por ejemplo, quincenalmente).
Pero -importante- siempre desde fuera. La organización del trabajo dentro del equipo es cosa del mismo.
El espacio de trabajo
Una vez seleccionadas las personas del equipo y organizada la periodicidad de la supervisión y las entregas, queda la cuestión del espacio de trabajo, que también tiene su importancia… Si los integrantes del equipo DevOps permanecen en el mismo sitio que cuando hacían su trabajo anterior, en el que probablemente además estaban separados unos de otros, les costará concentrarse en sus nuevas responsabilidades y el nuevo espíritu.
Lo ideal es llevárselos a otro lugar (si puede ser lejos del que estaban antes, mejor) en el que puedan estar juntos y, si es posible, con algún aislamiento del resto de equipos (DevOps o no). A partir de ahí, que empiecen a trabajar y a sentirse como una unidad es cosa de ellos, pero para esto, rebobino, es cuestión de actitud, actitud y actitud.
¿Y dónde hemos dejado el cine del oeste?
Lo estaréis echando en falta… Pues si queréis ver la actitud necesaria para trabajar en un equipo DevOps, en el que es preciso inventarse las reglas y adaptarse a un entorno cambiante y retador mientras los mandos se esfuerzan en respetar esa libertad de actuación, a la vez que cumplen con el rigor de los procedimientos establecidos por la organización, entonces no podéis dejar de ver “Río Grande” (John Ford, 1950), protagonizada por John Wayne, Maureen O’Hara y Victor McLaglen, en una interpretación magistral que explica por qué John Ford los volvió a escoger dos años más tarde para interpretar “El hombre tranquilo” que, aunque no sea un wéstern, es otra película extraordinaria.
Imagen: Dominio público.

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