En Bután, un pequeño Estado del Himalaya, se mide la "felicidad interior bruta" (FIB). Su monarca ha decidido incluir el bienestar psicológico de sus ciudadanos como una prioridad nacional.
Decía Freud que en esta vida hay dos maneras de ser feliz: una hacerse el idiota y otra serlo. ¿Está entonces sobrevalorada la felicidad? Probablemente haya razones de peso que lo justifiquen cuando en el mundo empresarial los empleados alegres y optimistas también cotizan al alza. La razón es que sea cual sea nuestro trabajo, parece claro que si somos felices en él, lo haremos mucho mejor. No es fácil cuantificar exactamente cuánto, aunque hay estudios como el de Harvard Business Review que se atreven a decir que los empleados felices son un 31 por ciento más productivos que los que no lo son. En concreto, en España, ocho de cada diez trabajadores son felices en su trabajo según la IV Encuesta Adecco sobre profesiones felices. Las profesiones más vocacionales como médicos, profesores o deportistas son las que porcentualmente tienen mayor grado de felicidad.
Aunque también hay quien no está muy de acuerdo con que los empleados felices hacen a las empresas más rentables, y más bien piensan que es al revés: que son las empresas rentables las que pueden permitirse el lujo de invertir en mejorar la felicidad de sus trabajadores. Hay varios autores que más o menos coinciden en la misma conclusión: las empresas tienen más incentivos para tratar bien a sus empleados en países donde la legislación laboral es flexible, y en aquéllos en los que es más restrictiva las compañías no están tan motivadas para cuidar a sus trabajadores.
La importancia de la satisfacción en una compañía ha cambiado con el tiempo. En la clásica empresa industrial del siglo XX había pocas posibilidades en cuanto a contentar y motivar a los empleados, y la producción de cada uno podía medirse fácilmente, así que los gerentes contaban el número de unidades producidas y les pagaban en función de eso.
Pero para la empresa de servicios del siglo XXI, en la que intangibles tales como las relaciones con los clientes o la reputación de la marca son más difíciles de medir, motivar a los trabajadores pagándoles por lo que produzcan es muy complicado. Si pensamos en empresas que se dediquen por ejemplo al software o a servicios financieros, los empleados no directivos se involucran en el desarrollo de productos y la innovación, en construir relaciones con los clientes y proveedores, en atraer a otros trabajadores cualificados… El principal activo de la empresa son, pues, sus trabajadores y no sólo los de la alta dirección, sino todos. Así que se llega a un quid pro quo. Compañías con trabajadores motivados y comprometidos, con mejor servicio al cliente y que hacen posible el crecimiento aún en tiempos de crisis.
España es un país en el que la legislación laboral se está haciendo cada vez más flexible y donde el sector servicios es la base de la economía, así que parece que las empresas deberían estar motivadas para cuidar el talento e invertir en el bienestar de sus trabajadores. ¿Y qué pueden hacer para conseguirlo?
No parece existir una fórmula mágica que traiga la felicidad a todos los rincones de la oficina. Podemos empezar por echar un vistazo a las empresas que salen en los primeros puestos de rankings como el Great place to work de mejores empresas para trabajar. Y encontraremos cosas de lo más curiosas: empresas cuyo principal atractivo parece ser la ausencia de jefes o que carecen de organigramas y cadenas de mandos, lo cual fomenta la iniciativa personal. Otras que basan su éxito entre los empleados en una apuesta por un espacio de trabajo lúdico e inspirador que contribuye a disminuir el estrés y fomenta el positivismo y la creatividad. O ejemplos de compañías que han creado un “decálogo de la felicidad” basándose en que el empleado es el centro de la empresa y del mismo modo que miden las cifras de negocio, miden también el grado de satisfacción de los trabajadores dentro de la organización. Como Bután….
Pero hay elementos comunes a todas las empresas con empleados felices (y, por tanto, productivos): contratos fijos y una buena remuneración, posibilidades de desarrollo profesional, teletrabajo y otras medidas que permitan conciliar la vida laboral y personal, un seguro médico o un plan de pensiones, instalaciones adecuadas, transparencia y fluidez en la comunicación… Cada vez son más las empresas que piensan que invertir en la felicidad de los empleados es rentable para ellas y quieren ser happy companies, e incluso las hay que buscan un nuevo perfil: el CEO de la felicidad. De hecho, hay cursos como el “Design Happiness” (Diseñando la felicidad) de la Graduate Business School de la Universidad de Standford, que prueba el compromiso del CEO con este concepto. Tan sólo 80 candidatos son los elegidos cada año tras superar un fuerte proceso de selección, en el que los CEO tienen que demostrar su determinación por ser felices y facilitar que otros con su ayuda lo sean también sin importar las circunstancias. El jefe que no sea feliz la mayor parte de su tiempo nunca conseguirá unos empleados motivados e involucrados al cien por cien.
Respecto al grueso de los empleados, como en la vida, tienen que decidir ser felices, nadie los puede obligar y hay que salir de casa con un cierto grado de motivación. La idea de felicidad como algo que llega sin más no es correcta, hay que estar predispuesto con actitudes como aceptar las críticas, focalizarte en lo que quieres, gestionar las emociones, no dejar de lado la vida personal… Pero está claro que la empresa -pensando en su propio beneficio, además- sí puede y debe crear un entorno laboral motivador y compatible con la sonrisa.
Imagen: teamwork and team spirit

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