La tecnología digital va transformando todos los ámbitos de la vida ¿Por qué no habría de hacerlo con el deporte profesional? En los últimos años hemos visto la aplicación de numerosas soluciones tecnológicas a los deportes más populares con el fin de mejorar la experiencia del espectador, tanto en el campo como en las transmisiones televisivas.
Tenemos estadios de fútbol inteligentes, retransmisiones de vela utilizando drones y 5G, cámaras y telemetría en tiempo real a bordo de los coches de competición, además de la posibilidad de difundir las imágenes a través de RRSS, para ser analizadas desde diferentes perspectivas por infinidad de profesionales y aficionados. Pero, no sólo tenemos cámaras que permiten observar cada detalle de la competición deportiva. También, disponemos de herramientas de data analytics que recopilan una enorme cantidad de datos y permiten extraer estadísticas, detectar patrones y explicar mejor los resultados a los aficionados. Y esto pasa en el fútbol, el automovilismo, el tenis, el ciclismo, el baloncesto y en casi todos los deportes profesionales que tengan una gran audiencia.
Adicionalmente, los entrenadores disponen ahora de una gran cantidad de herramientas tecnológicas para mejorar el rendimiento de sus deportistas. La utilización de wearables, analizadores de imágenes y diversos programas de diagnóstico permite medir las capacidades y diseñar programas específicos para cada competidor. En los deportes de equipo sensores térmicos y otros artilugios permiten estudiar los movimientos colectivos y diseñar nuevas tácticas y patrones.
Sin embargo, los organismos que regulan el deporte fueron mucho más prudentes a la hora de incorporar soluciones para asistir a los árbitros en la difícil tarea de administrar justicia deportiva. Se argumentaron diferentes razones. Desde mantener la agilidad del juego (toda consulta a una máquina implica duplicar el tiempo de resolución) hasta la comparación con los resultados históricos anteriores que no contaban con esta tecnología (importante en los deportes con marcas o registros).
Con el tiempo se fueron dando avances. El tenis fue uno de los precursores autorizando el uso del “Ojo de Halcón”, un sistema de visión artificial para seguir la trayectoria de una bola y mostrar un perfil estadístico de su trayectoria más probable. Aunque la tecnología estaba disponible desde hacía un lustro, se implantó en 2006, tras un polémico match entre Serena Williams y Jennifer Capriati, en la cual a la primera le quitaron erróneamente tres puntos en el set decisivo.
Desde entonces el Hawk-Eye ha evolucionado mucho, reduciendo su margen de error e incluso reemplazando a los jueces de línea humanos. En 2021 el Mutua Madrid Open ha incorporado un sistema desarrollado por FoxTenn, una empresa española, para verificar los botes sobre la superficie de tierra batida. Otros deportes han seguido esta estela como el cricket, el snooker o el badmington.

El más popular de los deportes, el fútbol, ha evolucionado con mucha más prudencia. Aunque la tecnología de video-arbitraje (VAR) estaba disponible desde los años 80, sólo en 2018 la FIFA determinó que se aplicara en un campeonato mundial, y a partir de allí se ha ido extendiendo a torneos internacionales y locales.
A primera vista parecía una solución muy adecuada, tendiente a terminar con los resultados injustos, a veces seguidos de incidentes violentos. Veníamos de errores garrafales en las copas mundiales como el gol de Maradona con la mano ante Inglaterra en 1986, el gol fantasma de Inglaterra contra Alemania en la final de 1966, la violenta agresión no sancionada del portero alemán Schumacher a un jugador francés en 1982, o el mítico tanto anulado a Morientes contra Corea del Sur en 2002, entre otros.
La realidad fue muy diferente. El VAR no ha terminado con las polémicas. Se pudo apreciar en el último mundial con el segundo gol de Japón contra España, uno de los tres goles anulados de Argentina contra Arabia o los penaltis no sancionados en Uruguay-Ghana y Francia-Marruecos, por no hablar de otros incidentes menores en Portugal-Marruecos o Argentina-Holanda.
En la Liga Española las discusiones son diarias. Hay un estado de gran confusión entre árbitros, aficionados y periodistas por los diferentes criterios que se aplican, no siempre bien informados y explicados, que pone la justicia deportiva bajo la lupa. Para empeorar las cosas se han conocido los pagos realizados por el FC Barcelona durante al menos 17 años al vicepresidente del comité arbitral, Jose María Enríquez Negreira.
No es extraño que el presidente de la Liga, Javier Tebas, pida una revolución total del sistema arbitral “Es necesaria una profunda revisión del arbitraje…Hay que hacer una reflexión importante porque los árbitros son parte de la justicia y del espectáculo.”
¿Qué podría aportar la tecnología digital a esta revolución? Al parecer, los aportes mencionados hasta ahora no han conseguido resultados. Sin embargo, hay que considerar un aspecto fundamental: la tecnología ha actuado hasta ahora como asistente de las capacidades arbitrales de los seres humanos. Sigue siendo una persona la que toma las decisiones, la tecnología sólo le aporta otros elementos de juicio.
Es decir, el árbitro sigue estando sujeto a una serie de factores que indudablemente afectan sus decisiones: su estado mental y físico, la influencia del entorno, la manipulación psicológica por parte de jugadores y entrenadores; y otras emociones humanas (la codicia, el deseo de progresar, etcétera). Es muy difícil aislar a una persona de todo eso. Es muy tentador pensar que podríamos lograr el 100% de objetividad si le diésemos la responsabilidad de la decisión a un software. Quitar la carga de las personas y transferírsela a una máquina. Esto no es tan raro como parece: lo venimos haciendo en otras actividades. El piloto automático en los aviones, los sistemas ópticos de selección y clasificación de frutas en los empaques, los vehículos autoguiados y muchas otras aplicaciones.
Bastaría con entrenar, mediante técnicas de machine learning, a un software que analice las imágenes de una jugada y determine si es reglamentaria o no. La mayoría con reglas muy simples: si el balón está dentro o fuera del campo, si hubo contacto o no, con qué intensidad, en qué zona del campo, etc. Con el agregado de que esta decisión por parte del software sería irrevocable por una persona. El árbitro se limitaría a un rol de comunicar las decisiones y asesorar a los jugadores en aspectos reglamentarios, poco más.
¿Por qué no hacerlo? Uno puede encontrar cientos de referencias a expertos opinando y trabajando sobre el tema. Parece la solución ideal, aunque hay que tener en cuenta algunas desventajas. Por ejemplo, si todas las faltas en un forcejeo son pitadas, el juego podría interrumpirse más. Habría que modificar el reglamento o el propio comportamiento de los jugadores podría cambiar y evitar cualquier contacto físico, cambiando la esencia del juego.
La estrella de la NBA, Kevin Durant, ha explicado su preocupación de que se aplique esta tecnología en el baloncesto. Si todas las pequeñas faltas son pitadas muchos más jugadores serían expulsados, reduciendo el interés del juego o los mismos jugadores evitarían el contacto, bajando el nivel de confrontación. Pero ¿estarían todos conformes con el arbitraje?

Probablemente no. Todavía se discute el penalti de Domingos da Guía en el Mundial de 1938 (¡a pesar de que este admitió la falta!). Ahora, surgirían sospechas sobre sesgos del software, el conjunto de datos de entrenamiento para establecer las reglas o el favoritismos y fraude que puedan dejar caer los desarrolladores. E incluso se abriría la cuestión del posible hackeo del sistema por parte de grupos ultra de cada uno de los equipos. La cuestión de la ciberseguridad sería objeto de debates en las calles y en los bares.
Adicionalmente, hay que tener en cuenta que eliminar un factor de error haría el fútbol mucho más predecible, lo que tiene otras consecuencias. El negocio de las apuestas y quinielas sería menos interesantes y rentable. Una objetividad total favorecería a los equipos con mejores jugadores (por ende, mayor presupuesto), reduciendo la afición de los espectadores (si siempre ganan los mismos ¿Cuál es el interés?).
Esto obligaría a redefinir probablemente las reglas de fairplay financiero, el mercado de fichajes y obligaría a los entrenadores a investigar en métodos para engañar o aprovecharse de los criterios de la máquina. En definitiva, se perdería algo de lo más bonito del fútbol que es la imprevisibilidad. La posibilidad de que, por un error o la propia naturaleza humana del árbitro, el equipo pequeño se iguale al grande. De que los entrenadores encuentren formas de igualar el talento del otro equipo con métodos tácticos y capacidades físicas.
Como en muchas otras cosas, la solución no pasa por reemplazar a las personas sino ayudarlas con más herramientas para tomar decisiones y un sistema de incentivos para garantizar su independencia de las partes interesadas, que puedan influir sobre ellos con dinero o prebendas. Todo lo demás debería quedar en el complejo mundo de la mente humana.

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