¿Conquistar Marte? ¿En serio?
Disrupción es ruptura radical. Es mucho más que innovación, es crear un nuevo contexto, un nuevo mercado, unas nuevas reglas, una nueva sociedad.
¿Un nuevo mundo, tal vez?
Prometer la Luna es sinónimo de ofrecer un sueño, un sueño brillante, un sueño que roza lo imposible.
Pero en el inspirador y turbulento contexto tecnológico actual, la Luna se nos ha quedado pequeña.
Ahora queremos Marte.
La colonización de Marte es uno de los sueños disruptivos de Elon Musk, el revolucionario emprendedor de origen sudafricano afincado en los Estados Unidos. No es su único sueño. También sueña con popularizar el coche eléctrico y para ello ha creado la compañía Tesla Motors. Y con impulsar las energías renovables, para lo que participa en la empresa SolarCity.
Pero sospecho que su sueño más querido, y sin duda el más disruptivo, es la colonización de Marte. Como suena: no solo la exploración, que no es poco; no solo el envío de viajes tripulados, que ya roza lo fantástico. Elon Musk aspira a la colonización de Marte… y antes de que acabe este siglo.
La compañía en la que ha depositado tan desafiante proyecto, probablemente el más ambicioso y disruptivo que pueda tener ninguna empresa actual, es SpaceX.
Pero, aunque suena a sueño, SpaceX tiene unos planteamientos muy razonables, unas raíces muy sólidas y unos éxitos que ya puede lucir.
SpaceX comenzó su andadura en 2002 en Los Ángeles. En 2008 consiguió el primer lanzamiento con éxito de su cohete Falcon 1 y el primer lanzamiento comercial para la puesta en órbita de un satélite en julio de 2009. En 2010 hizo el primer lanzamiento de su Falcon 9. A partir del tercer lanzamiento ya iniciaron la colaboración con la NASA para el envío y recogida de material de la Estación Espacial Internacional. En 2011 la NASA adjudicó un contrato a SpaceX para el desarrollo de una nave espacial para el transporte de pasajeros. La nave se llama Dragon2 y está previsto que comience sus operaciones en 2017.
Un área en que trabaja intensamente SpaceX, porque es imprescindible para hacer económicamente viable el viaje a Marte, es la de los cohetes reutilizables. Es bien conocida por todos la imagen de los Apolo y de cómo las diferentes fases se desprendían cuando se acababa el combustible y, simplemente, caían al mar. En el caso del transbordador espacial, aunque lo que es el transbordador propiamente dicho sí se reutilizaba, los cohetes propulsores con el combustible también eran desechados.
SpaceX espera reducir al 10 por ciento el coste de los cohetes mediante la reutilización incluso de las primeras fases, y en esa línea de trabajo en 2015 consiguió el primer aterrizaje de una fase y en 2016 ha realizado el aterrizaje con éxito, en tierra o sobre buques, de las primeras fases de sus cohetes.
Pero la ambición de Musk va más allá de lo tecnológico e incluso del negocio. Y se atreve incluso a explorar ideas de legislación y gobierno, a coquetear con modelos disruptivos para organización y gestión de la colonia marciana, a la que le concede amplia independencia con respecto a la Tierra.
Elon Musk tiene una vocación singular. No busca los negocios por sí mismos, aunque evidentemente precisa de una rentabilidad mínima y de una sostenibilidad económica. Lo que pretende es cambiar el mundo. Con Tesla aspira, y parece camino de conseguirlo, a arrastrar a la industria de la automoción hacia el coche eléctrico. Con SolarCity persigue el desarrollo de la energía solar.
Y en esa casi mesiánica y enormemente sugerente visión de la tecnología, Musk pretende ahora arrastrar a todos los países, a toda la humanidad, hacia esa conquista que se antoja casi definitiva, que parece rozar la ciencia ficción: colonizar el planeta rojo.
¿Quién da más?
El mundo digital y la tecnología nos están conduciendo a cotas de progreso hasta hace poco inimaginables. Hemos unido todo el planeta con comunicaciones en muchos casos de banda ancha. Con Internet de las Cosas comunicamos y dotamos de inteligencia a todo tipo de dispositivos e incluso, mediante wearables, las propias personas nos comunicamos con ese universo digital. Mediante big data somos capaces de relacionar y analizar en tiempo real gigas y teras de datos. La nanotecnología promete soluciones en medicina, en energía, en producción agrícola y en muchos otros campos de una eficacia y eficiencia nunca vistas. Mediante CRISPR se empieza a generalizar la edición genómica. Y la inteligencia artificial y la robótica apuntan hacia un mundo de máquinas autónomas e inteligentes.
Definitivamente, estamos inmersos en una apasionante y exponencial explosión de posibilidades abiertas gracias a la tecnología.
La Tierra se nos empezó a quedar pequeña en el último cuarto del siglo XX y llegamos a la Luna e iniciamos la exploración espacial.
Pero ahora vamos más allá. La última disrupción no es de procesos ni de modelo de negocio. La última disrupción, impulsada por la tecnología, es planetaria y de modelo de gobierno. Ahora pedimos más que la Luna.
Y porque la Luna ya no es suficiente, Elon Musk quiere liderarnos hacia la conquista de Marte.
Imagen: Kevin M. Gill

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