“Todo pasa y todo queda”, decía el poeta y así parece ser desde lo más sublime hasta lo más trivial. La historia parece circular y, a veces, uno tiene la sensación de volver al mismo punto de partida. Ahora toca la segunda juventud de lo analógico.
Hace veinte años recorrí infinidad de establecimientos en busca de una minicadena de música que incluyera pletina de discos. Hoy, el vinilo resurge y sus ventas crecen año a año, pese a la crisis que asola a la industria discográfica tras el boom de Internet, nuevos formatos de audio y un consumidor que se debate entre servicios como Spotify y un pirateo descontrolado. Nostálgicos y puristas melómanos reivindican la calidez del sonido analógico en ediciones en las que prima lo artístico sobre lo comercial.
Vive también días de gloria el hermano menor de este formato: la entrañable casete. Sus ventas experimentaron en 2015 un repunte sin parangón desde 1969, como afirma Steve Stepp, presidente de National Audio Company, la principal empresa de fabricación de este tipo de cintas de Estados Unidos. Sellos como Mondó Canapé Records trabajan sólo en este formato, que hasta ahora había permanecido en el mercado de forma residual, de la mano de movimientos alternativos “anejos” como el punk o el death metal. Más aún, esta fiebre revival ha llevado a la celebración de eventos como el Cassette Store Day, que el pasado mes de octubre cumplía su tercera edición haciéndose eco del éxito que ya ha experimentado este soporte en países como Estados Unidos, Dinamarca, Inglaterra o Japón.
Los defensores del casete abogan por las bondades de su manufactura a la hora de difundir a bajo coste el trabajo de nuevos talentos. Sin embargo, no parece que el duelo entre lo analógico y lo digital se juegue en este campo, ni en ningún otro, precisamente en la arena de lo práctico. Hay una cierta estética de la nostalgia, con un puntito hipster, entre moda y postureo, a medio camino entre lo retro y lo vintage.
Los fabricantes punteros en el mercado se están haciendo eco de esta tendencia. Sony, inventor del célebre walkman, emblema de los años ochenta, sigue en la brecha aunando pasado y futuro, con dispositivos punteros que permiten, entre otras cosas, digitalizar vinilos. Hazuo Hirai, presidente de esta firma, constataba el retorno de lo analógico en unas declaraciones a comienzos de año en el marco del CES en Las Vegas, feria emblemática para la electrónica de consumo.
La industria musical vuelve su mirada hacia estos soportes, con nuevos dispositivos e innovadoras fórmulas. El fenómeno no puede explicarse sólo en clave de nostalgia a juzgar por la edad de sus principales consumidores, menores de treinta y cinco años. Tampoco por cuestiones de índole práctica, plano en el que lo digital, más acorde con nuestra forma de vida en la actualidad, gana por goleada la partida. ¿Cuál es entonces la explicación…? Hay quien habla de una experiencia diferencial. De la necesidad de un formato tangible, que se pueda coleccionar, que sea posible capturar como pieza única y reproducir en circunstancias especiales.
Pero no sólo ocurre en el terreno de la música. Corren ríos de tinta, y nunca mejor dicho, respecto a la experiencia de lectura sobre eBooks en comparación con los libros en papel, y los primeros, pese a estar experimentando un crecimiento exponencial, no terminan de desbancar a las ediciones tradicionales.
Pero además de la experiencia íntima en el consumo del objeto físico hay también un componente “Do It Yourself” (háztelo tú mismo) que reivindican los amantes de los casetes o, en otro campo, de la fotografía analógica, ámbito en el que la popularización de la impresión 3D junto con los últimos avances en electrónica y óptica, están dando lugar a nuevos dispositivos que combinan las antiguas cajas negras con nuestras modernas cámaras digitales.
Hay quien no renuncia al placer de revelar una fotografía y la emoción de calibrar las tomas en cada uno de los 36 disparos, frente a la experiencia digital donde, a posteriori, con más técnica que arte, todo se puede rehacer. Por ello, en los últimos años, muchos fotógrafos realizan parte de su trabajo en estos soportes, y protagonizan distintas iniciativas para divulgar métodos de trabajo que se están perdiendo entre las nuevas generaciones. Y no sólo como experimento artístico; incluso han aparecido fotógrafos especializados en bodas que, entre sus servicios, ofrecen la posibilidad de realizar un reportaje exclusivamente en película. En nuestra carrera hacia el futuro parece que se extiende una sensibilidad que añora objetos del pasado, los rescata y los reubica en nuestro día a día.
Cual habanera de ida y vuelta, en la era de la movilidad también vuelven las máquinas de escribir, y se antoja delirante el sonido del teclado conectado a nuestra tableta, con numerosas iniciativas que recuperan aquel mágico objeto. Gadgets que recuperan el objeto original y lo reinventan en clave digital. Dispositivos como Freewrite pugnan por sacar al mercado una máquina de escribir pero… ¡con pantalla electrónica! y la posibilidad de publicar en Google Drive, vía conexión wifi o bluetooth. No está claro si corremos hacia el futuro con la mirada puesta en el ayer o si, al estilo de la popular serie televisiva “El Ministerio del Tiempo”, regresamos al pasado pertrechados de los cachivaches tecnológicos que definen nuestro tiempo.
Y en esta maraña que oscila entre hipster (anti-moda convertida en moda) y geek (ultra-tecnólogo), nos encontramos también románticos incurables, como Harlequin Creature, que se rebelan contra cualquier criterio de productividad y sacan tiradas de prensa a golpe de papel carbón y máquina de escribir… o artistas que obsequian en la calle a los viandantes con espontáneos poemas escritos con este artefacto. No es que el fin justifique los medios, es que el medio cobra todo el protagonismo sobre el fin.
Mientras, ferias que exhiben teléfonos analógicos sorprenden a nuestros hijos, que no entienden mucho de teclados y menos aún de discos giratorios, incapaces de comprender cómo un teléfono puede servir sólo para llamar. En una auténtica paradoja temporal, al más puro estilo de “Regreso al Futuro” (gran éxito, por cierto, de los años ochenta) “se hace camino al andar” y la realidad presente se funde con objetos rescatados del olvido tras varias décadas para reescribir el pasado en clave de futuro.
Por eso, si quieres ser moderno, pero moderno de verdad, te recomiendo lo siguiente: organiza una fiesta en tu casa y escribe a máquina las invitaciones. Envíalas por correo postal, por supuesto. Recibe a tus amigos con música de fondo de algún vinilo que tengas a mano, a ser posible de jazz. Sirve un café en vasos Duralex de color caramelo (si están descoordinados, mejor). Para el azucarero utiliza uno de latón, en tono azul o verde metalizado. Como actividad lúdica, entrega a los invitados varias cintas de casete con el correspondiente bolígrafo Bic y explica la mecánica de rebobinado manual.
Finalmente, graba la velada en film y no olvides hacer alguna fotografía que revelarás posteriormente. No te preocupes, si la digitalizas, podrás publicarla en Facebook O, tal vez encuentres algún gadget que permita emular el sonido de un flash cuando hagas fotos con el móvil.
En cualquier caso, como se decía en los ochenta, “partirás la pana”. Garantizado.
Imagen: Hernán Piñera

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