La conservación de nuestro patrimonio cultural es una labor muchas veces no lo suficientemente reconocida por los que somos ajenos a este singular sector. Nos parece que los muros, los torreones, sus cuadros y las estatuas o los legajos estuvieron siempre allí y allí seguirán, per secula. Nadie se imagina al acueducto de Segovia desmoronándose o a la mezquita de Córdoba derribada o carcomidas sus techumbres. Y esto no sucede gracias a la labor impagable y silente de sus arqueólogos, sus arquitectos, sus conservadores, los grandes expertos del arte, pequeños cancerberos del tiempo que por misión custodian nuestra diversidad y la singularidad cultural.
Hasta ahora creíamos que la tecnología nos ayudaría fundamentalmente a hacer los edificios históricos y sus obras de arte mucho más accesibles, facilitándonos su visita: los tags RFID, beacons bluetooth o wifi, pantallas inmensas que interactúan gracias a sus cámaras y nuestros smartphones. Sin embargo, todas estas piedras, todos estos objetos hermosos… además, laten. Y cuando digo que laten quiero decir que lo hacen de verdad, pues ¡es tanta la carga emocional y simbólica que atesoran! Imaginen el virginal que acompañase la locura de Juana en el Monasterio de Santa Clara en Tordesillas, o el libro de horas de Isabel I la Católica, su madre, y que llevaría entre sus manos poco antes de morir. Nuestra historia, nuestro pasado, han quedado registrados y literalmente congelados en aquellos objetos.
Un caso reseñable lo tenemos en la catedral de Palencia, en el Museo Vasco y de la Historia de Bayona o en la iglesia portuguesa de Roriz, donde los sensores ahora recogen aquellos latidos y ayudan, así, a los conservadores, a realizar una labor científica. Dichos sensores les permiten conocer el estado u origen exacto de las patologías de dichos edificios o de los bienes que allí se exhiben, y a preparar las actuaciones de restauración. De estos casos en torno a la innovación en la gestión del patrimonio oímos hablar el pasado 17 de diciembre en el Auditorio de Distrito Telefónica en el II Congreso de Shbuildings, organizado por la Fundación Santa María la Real junto al AIDIMA , la Facultad de Ciências e Tecnología de la Universidad Nueva de Lisboa, Nobatek, el centro tecnológico CARTIF y Tecnalia. Gracias a estos dispositivos y a las herramientas de gestión integral es posible elaborar el denominado plan de conservación preventiva, algo así como el roadmap de obras y restauraciones que necesita de nuestro patrimonio.
¿Qué hay detrás de un sistema de este tipo? Bueno… muchos sensores de humedad, temperatura e iluminación, por supuesto sensores estructurales… pero también aquéllos que detectan los xilófagos (verdaderos devoradores de la madera), una nube que almacene los datos… y bastante sabiduría, es decir, el big data patrimonial. En este sentido, quiero destacar un algoritmo es la piedra angular de estos sistemas. Un algoritmo desarrollado usando un laboratorio completamente realista, y que se convierte en la mejor navaja suiza del conservador, ya que permite comprobar el mortero más apropiado, conocer si se cumplen las condiciones para la conservación sin riesgo para un material u otro… No se trata de obtener de los edificios datos al tuntún, sino de ayudar a su interpretación.
Para finalizar, una reflexión que surgió varias veces en el II Congreso de Shbuildings:
Cada euro invertido en estos sistemas reporta enormes beneficios directos, puesto que se obtienen ahorros en inversiones en términos de restauración. Los presupuestos de las administraciones deben estar bien dirigidos y los recursos necesitan de resultados y de medios empíricos para determinar su éxito. No se trata de si es caro o barato, sino de lo necesario que es y de cómo implantarlo cuanto antes para afianzar los ahorros esperados. Pero no podemos olvidarnos de otro beneficio, el indirecto, no mesurable aunque mucho más ventajosos para nuestro espíritu: el que nace de la contemplación de lo bello bien conservado, de lo que atraviesa el fragor de los tiempos y de los mundos que cambiaron y llega a nosotros para relatarnos las historias de los que vivieron tiempo atrás.
Imagen: Paolo Trabattoni

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