Estamos en una carrera vertiginosa hacia ese concepto ligeramente etéreo que es Internet de las cosas (IoT) y que, en la práctica, significa que toda entidad física susceptible de generar datos debería ser capaz de ponerlos a disposición de lógica de programación (idealmente en la nube), mediante algún tipo de sensor que lo digitalice y conectividad que lo transmita.
En el camino, ya nos hemos familiarizado con el concepto de wearables, dispositivos que tienen como objetivo tomar medidas (datos) de nuestro cuerpo (esa “entidad física” que comentábamos antes) y ponerlos a disposición de diversas aplicaciones, locales o remotas. Conocemos bien ya los sensores de ritmo cardíaco, de presión sanguínea, de temperatura, de oxígeno en sangre, contadores de pasos… y las formas más habituales que adoptan (un reloj o pulsera de muñeca, una banda a la altura del pecho…) e incluso algunas de las no tan normales, como el tatuaje que propone Chaotic Moon, que funciona desde el punto de vista ergonómico como cualquier tatuaje temporal y puede recoger información del nivel de sudoración o temperatura y enviarlo por alguna comunicación radio de corto alcance (por ejemplo Bluetooth). O las Google Contact Lenses, que parece que se empezarán a probar en personas reales este año y que podrán medir y transmitir los niveles de glucosa y, por supuesto, ayudar en las funciones visuales.
Pero no todos los datos que puede proporcionar nuestro cuerpo, ni mucho menos, se encuentran en la superficie del mismo. Por lo tanto es obvio pretender dar el salto a intentar medir datos de su interior. Y ahí están surgiendo ya los “endowearables” (neologismo que proponemos para nombrarlos) o, como se han llamado ya en algún foro, ingestibles (que traduciría al español como ingeribles, pero este término se quedará corto si se utilizan otros mecanismos para introducirlos en nuestro cuerpo, por ejemplo cirugía o vía rectal). Se trata de tecnología que se traga y que realiza mediciones que transmite a algún recolector externo durante el tiempo que se encuentre dentro de nuestro organismo.
En cuanto a implantes ya existe una compañía, GrindHouse Wetware, que introduce tecnología subcutánea para medición de constantes, pero también para permitirnos interactuar con nuestro alrededor (sistemas de identificación y apertura de puertas) o incluso con nuestro interior (tatuajes luminosos, parches para estimuladores cerebrales). Puede parecer futurista, pero hace unos meses una empresa sueca empezó a implantar chips RFID en sus empleados para pagar en la cantina o identificarse en la fotocopiadora.
Las posibilidades de medidas se disparan con los ingeribles. Se prevén dos tipos de dispositivos:
- Los que tendrán un paso temporal por nuestro cuerpo y pueden ayudar a diagnosticar enfermedades a nivel celular o a dosificar adecuadamente los fármacos en función del grado de absorción que el cuerpo hace de los mismos (este uso podría reducir drásticamente el precio de los medicamentos, si se consigue mejorar el porcentaje de absorción).
- Los permanentes, que pueden quedar introducidos en el cuerpo, incluso en el flujo sanguíneo, para medir constantes de forma continua como la fluidez o la tasa de alcohol en sangre.
La FDA (sociedad americana encargada de aprobar los fármacos) ya está analizando (digamos que “ha admitido a trámite”) un medicamento que incluye un sensor denominado Proteus Ingestible Sensor cuyo objetivo es monitorizar la correcta posología de la medicación, informando a un parche que lleva el paciente, que se conecta a una app.
Las pruebas médicas no se quedan fuera de esta revolución. La PillCam COLON, ya aprobada para su uso en EE.UU., se compone de una batería, una luz y dos minicámaras, y puede ser usada como alternativa a la colonoscopia para pacientes que no hayan podido completarla. Se conecta a una grabadora que el paciente lleva en el cinturón.
No todo el desafío técnológico para el auge de los ingeribles es miniaturizar los componentes y evitar así los riesgos de obstrucciones (sanguíneas o intestinales) durante su empleo. Por un lado, tienen que avanzar aspectos periféricos a la tecnología en sí, como ya está ocurriendo en el campo de los vendajes inteligentes. Por otro lado, y mucho más importante, es que los materiales usados sean inocuos para el organismo y no provoquen ningún tipo de reacción del mismo. Esto es importante sobre todo en el campo de las baterías que, como todos sabemos, son en general tóxicas. Los ingeribles actuales están alimentados por baterías estándar, similares a las de los relojes, que en caso de producirse un atasco intestinal podrían llegar a estar demasiado tiempo en el cuerpo y provocar un envenenamiento. Por ello, se están analizando materiales alternativos de origen biológico o incluso mecanismos de generación de electricidad donde se usarían los propios electrolitos del cuerpo para el proceso.
Tengo un buen amigo y gran médico que dice con ironía que no hay paciente sano, sino enfermo mal diagnosticado. La disponibilidad de esta nueva miríada de datos, que podríamos llamar el body big data, seguro que ayudará a prevenir cientos de enfermedades y evitar muertes, gracias a un diagnóstico temprano y una mayor efectividad de los fármacos; pero tanta información nos puede abrumar y también representará nuevas fuentes de preocupación y un pasatiempo continuo para los más hipocondríacos.
Imagen: David Yeo T.B.

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