“Se busca emprendedores con talento para cambiar el futuro de los negocios digitales” reza la nueva convocatoria de Wayra en sus academias globales. ¡Emprendedores del mundo, es vuestro momento!
Lo anterior no es baladí porque, aunque muchos opinan que las grandes empresas son fuente de empleo innovador en Europa, yo pienso que el emprendimiento digital florece fundamentalmente en las pequeñas empresas. Y no lo digo sólo yo, se puso de relieve en Davos.
Vale, necesitamos en nuestro continente “muchos pequeños” para que el sector digital genere empleo y mantenga su competitividad, pero llegamos entonces a un punto importante: ¿Cómo mejorar la tasa de éxito para estos pequeños proyectos?, ¿cómo evitar que sus grandes ideas mueran sin llegar al mercado?
Valga esta digresión para encontrar respuesta en un movimiento protagonizado por un puñado de emprendedores, agrupados bajo el nombre común de Emprendimiento ágil o Lean startup, que se han abierto camino en California. Ésta es su máxima: una startup no es una empresa al uso y, a diferencia de las establecidas que ejecutan un plan de negocio estable, una startup debe aprender hasta encontrar su modelo de negocio. Y Steve Blank dice que el plan de negocio de una startup aguanta lo que dura la primera conversación con los clientes. Que la clave está en explorar y validar cómo llegar a los clientes.
Tiempos han pasado (si alguna vez existieron, salvo quizá en las películas o en reuniones de negocio troleras) en los que las startups se financiaban a fuerza de rondas en las que los inversores eran cautivados o engañados por negocios que nadie entendía del todo pero que les colmarían de riqueza, algo así como el “Santo Grial digital” que proporcionaría la vida eterna. De cualquier manera, hasta el más modesto emprendedor sabe ahora que necesita de unos asideros metodológicos que eviten que dilapide sus pequeños ahorros en una idea que nadie quiere. Éste es el valor del Lean startup: formalizar nuestras hipótesis de negocio y testarlas cuanto antes.
Lo que ocurre es que personalmente tiendo a ser suspicaz cuando la metodología nos encorseta. Me gusta considerarla como una herramienta de comprobación de tareas que evita que se nos olviden cabos en el camino. Por ejemplo, cuando oigo "tal producto salió completo, y, sin embargo, el mercado había cambiado y fracasó", en realidad – y es la explicación simple- entiendo que sucedió que no habían preguntado bien a sus clientes para incorporar las características que ellos deseaban. Además, suelo pensar que muchas palabras suelen esconder cierto trasfondo cultural: el norteamericano cruzó las praderas y tuvo que aprender de su fracaso sin mucho tiempo para planificar. Comenzó a andar al oeste con alguna idea vaga. Ésta es la síntesis de Lean startup. Por eso podría tener peor acogida en el espacio europeo, con organizaciones mucho más analíticas y que temen al error… aunque no ha sido siempre así, pues Vasco de Gama (entre otros) hizo algo por el estilo e imitó este estilo vaquero en su aventura. Quiero decir que también soy optimista en la aplicación e implantación del Lean startup en nuestra cultura, al menos en la española.
Finalmente el Lean startup acuñado en el entorno que he descrito está cada día más próximo inclusive en las grandes corporaciones, que advierten que los productos tradicionales ya no funcionan y hay que explorar nuevos derroteros con recursos muy limitados (¿les suena?). Los grandes, en cierta medida, son un gran puzzle de diminutos semilleros, sobre todo en su área de nuevos negocios donde beben infatigablemente de los pequeños emprendedores. Y así, de esta forma, se cierra el círculo. Creo firmemente en el emprendimiento ágil, y creo mejor que los pequeños-muchos innovarán con firmeza y podrán hacer que los pocos-grandes lleguen mucho más lejos, puesto que ambos se necesitan tanto como la playa al mar. O viceversa.
Imagen: teamstickergiant

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