Como siempre, con el cambio de año, los diferentes analistas anunciaron sus pronósticos respecto a la evolución del mercado TIC (tecnologías de la información y las comunicaciones) en España. El pasado mes de noviembre, uno de los más reconocidos, IDC Research España, publicaba su estudio “IDC Futurescape 2019”. Su principal conclusión es que el gasto total en TI se acelera, como se recogía en “La Razón”, desde el 0,4 por ciento en 2018 al 1,7 por ciento en 2019. Considera también que esta aceleración se traslada a medio plazo y pronostica una tasa de crecimiento anual compuesto del 2,1 por ciento en el período 2019-2022, que supera el 1,1 por ciento del período 2018-2021 estimado el año anterior, y con el que se recuperan tasas de crecimiento previas a la crisis 2009-2012.
El informe también recoge que el 60 por ciento de las empresas en España se encuentra en un estado de “madurez” respecto a su transformación digital y que apenas un minúsculo 9 por ciento no se ha iniciado todavía en este proceso. La prioridad presupuestaria de los CIO, en un 58 por ciento, sigue ligada a estos proyectos de transformación.
A principios de año leíamos que otro de los motores del sector, la consultoría, sigue creando empleo a un ritmo acelerado y se prevén casi 5.000 nuevos puestos de trabajo en 2019 solo entre las “Big IV”, por la “explosión en la demanda de asesoramiento para la transformación digital”.
Desde el punto de vista del consumo y la accesibilidad de los consumidores, España alcanzó, ya en 2017, el liderazgo en materia de penetración de smartphones (casi el 88 por ciento). Además, ostenta el liderazgo en Europa en penetración de fibra óptica hasta el hogar (34 por ciento). E incluso el despliegue de un nuevo tipo de dispositivo, el SmartTV, está en torno al 50 por ciento, una de las más altas del mundo.
Así las cosas, todo apunta a que estamos en un período de auge del sector TI. Es difícil mejorar el grado de interés, prioridad e inversión concreta de las compañías y administraciones para transformarse y adaptarse a la revolución digital, empujadas por la demanda de sus clientes (empresas y consumidores) y la competencia en un entorno global y en un contexto económico de crecimiento.
Dicho esto, sorprende que el sector TI crezca tan poco. Desde el inicio del último ciclo expansivo en España en 2014 hasta 2019 la economía habrá crecido alrededor de un 17 por ciento. Según las cifras de IDC, en el mismo período el crecimiento del gasto en TI quizá alcance la mitad de esa cifra. Incluso con el último salto o “aceleración” en 2019, ese 1,7 por ciento está bastante por debajo del crecimiento promedio de la actividad económica (2,2 por ciento según el Banco de España).
En otras palabras, el sector que empuja la innovación, el crecimiento de la productividad, el establecimiento de nuevos modelos de negocio, de atención a clientes y los nuevos medios de transporte, distribución y estrategia de bienes y servicios, tiene cada vez menos peso en la economía de uno de los países más “informatizados” del mundo. Toda una paradoja digna de análisis.
En mi opinión, esta aparente contradicción se resuelve si consideramos el sector TI de una forma diferente. Lo que antes veíamos como una actividad de “inversión” o “innovación” en manos de especialistas para mejorar los procesos, reducir gastos, incrementar la productividad y generar nuevas oportunidades de negocio, se ha transformado en una utility: una actividad que gestiona, cada vez más, una infraestructura para un servicio público, como la distribución de gas, electricidad o agua.
Las cifras de IDC nos permiten ver un poco el alcance de este fenómeno en España. Mientras que las ventas de hardware se desploman (-10,2 por ciento en almacenamiento, -2,1 por ciento en servidores, -0,9 por ciento en PC), las ventas de servicios “públicos en la nube” se disparan: 22,5 por ciento de crecimiento en 2019. Incluso en el estudio se afirma que para 2023 el 50 por ciento de las empresas elegirá la nube pública como modelo de despliegue.
El core del sector TI, la infraestructura de procesamiento y almacenamiento de datos (y muchas aplicaciones de propósito general) han llegado a un grado de madurez y estandarización tal que se contrata a demanda, como la energía o el gas, sin necesidad de grandes inversiones y despliegues, para soportar cualquier proceso de la organización.
Es más, los propios managers de cada proceso entienden lo suficiente de tecnología como para sacarle beneficio sin pedir recursos de infraestructura a sus áreas internas. Esto es lo que Nicholas Carr había anticipado en el año 2005 cuando publicó su polémico artículo: “El fin de la computación corporativa”.
Debido a su avanzada infraestructura de comunicaciones, fundamental para acceder a recursos de computación compartidos y centralizados, las empresas y consumidores españoles tienen mayor facilidad para explotar este nuevo paradigma. Por eso, España es uno de los países en el cual esta tendencia ha impactado más rápidamente.
En definitiva, las pérdidas relativas al sector TIC se compensan con nuevos productos y servicios que la economía española es capaz de crear en otros sectores (como el turismo o la industria exportadora), con las TIC como factor habilitador. Es decir, estas pérdidas se absorben por otros sectores dinámicos de la economía que generan valor y empleo, con un aumento de la calidad de vida para todos. Para entenderlo mejor, veamos la paradoja que vivió el sector de la energía eléctrica en España, hace casi cien años.
Aunque las primeras ciudades españolas ensayaron la electrificación desde la década de 1860, su uso se limitaba a la iluminación de la vía pública o espacios públicos cerrados. El uso industrial de la electricidad fue extendiéndose más lentamente por las grandes inversiones que requería. La tecnología de corriente continua impedía el transporte de electricidad a largas distancias y cada fábrica precisaba un generador en propiedad (una “infraestructura dedicada”).
Con el desarrollo de la corriente alterna las posibilidades de transporte mejoraron y, con ello, las inversiones en grandes centrales de generación eléctrica. El sector empezó a crecer con fuerza y cada vez acaparaba más recursos y mano de obra. El valor del Kwh crecía porque aumentaba la demanda. A comienzos de la década de 1920 la producción se había incrementado por 12 y existía una incipiente infraestructura de transporte de electricidad a grandes distancias, cuyo 81 por ciento era de origen hidroeléctrico. Podríamos decir que existía ya una “red” y un exceso de producción.
Sin embargo, entre 1921 y 1934 el precio por Kwh empezó a caer, aunque la demanda seguía creciendo al 5 por ciento anual. El tamaño relativo del sector disminuyó casi un 11 por ciento, en un contexto de alto crecimiento del PIB (un 38 por ciento entre esos años).
¿Qué había pasado? El sector industrial y el público, en general, se habían “electrificado”. Las industrias habían mejorado su competitividad contratando energía más barata “desde la red”, que produciéndola con sus propios generadores y así podían fabricar más productos a menor coste, de manera cada vez más rápida.
Además, el sistema de transporte permitía coordinar y optimizar los ciclos de producción, ajustándolos a la demanda, con una competencia entre los “operadores” y generando una “sobresuscripción” de los servicios. Surgieron por todas partes nuevas aplicaciones de la energía eléctrica: en las empresas y los hogares (metro, trenes y tranvías eléctricos, por ejemplo).
Nada muy distinto a lo que ocurre ahora, hasta con la misma terminología. Sin embargo, 85 años después (tras guerras, crisis petroleras, cambios de regulación y desastres nucleares), el sector eléctrico español es uno de los más diversificados e innovadores y líder mundial en energías limpias y renovables, con compañías que compiten globalmente y operan infraestructuras en otros países. Una vez que sabemos esto, ¿hacia dónde se debería orientar el sector TIC para generar más valor?
En este vídeo que grabamos en diciembre de 2017 daba una pista. En mi opinión, el próximo paso son las “soluciones verticales”. Es decir, utilizar el potencial de las nuevas tecnologías para acelerar la transformación del resto de sectores clave de la economía. Para esto, el énfasis no está ya en la solidez, confiabilidad y seguridad de las infraestructuras (que se da por supuesta), sino en el análisis sectorial, en la creatividad y la rapidez para desplegar nuevos modelos de negocio, con anticipación de los posibles riesgos y amenazas y una mejora de su competitividad global.
El pasado 10 de enero Telefónica anunció el lanzamiento de su nueva marca, Telefónica Empresas, bajo la cual se comercializarán los servicios de tecnología de la información y comunicaciones dirigidos al mercado empresarial, desde PYMES hasta grandes corporaciones y AA.PP. No es solo un cambio de nombre. Como declaró la CEO de Telefónica España, María Jesús Almazor, "Queremos que las empresas en España sean más competitivas y por eso reforzamos la propuesta de valor con soluciones de conectividad, cloud, big data, IoT y seguridad”.
Hacer esto con excelencia no es trivial. Requiere un conocimiento específico de cada sector y expertise en las tecnologías, y eso se logra con dedicación y especialización (por eso “Telefónica Empresas”). En la siguiente imagen se ve una buena muestra de compañías que ya están utilizando estas tecnologías para transformarse y generar ese valor añadido que el sector TIC les habilita a crear.
En resumen, como los profesionales de la energía eléctrica en los años 30, Telefónica está recorriendo el camino para seguir siendo líder en los próximos 85 años.
Imagen apertura: Nave de motores del Metro de Madrid en 1923. La disponibilidad de electricidad generó muchas nuevas aplicaciones.
Imagen interior: Telefónica

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