Apenas hace quince días que cerraba su edición de 2018 el Mobile World Congress. Valorar un evento de esta magnitud requiere su tiempo. No tanto por lo mucho que se muestra y la cantidad de información que hay que procesar, sino porque, como en casi todo, es preciso que las cenizas se aposenten para poder leer bien las tendencias.
Este año ha irrumpido con ruido la apuesta generalizada, no solo por parte de los grandes de Internet sino también de algún operador como Telefónica, por los denominados smart speakers, como el Movistar Home que a lo largo de este año llegará al mercado. Es una batalla que libran Google, Amazon, Microsoft, etc. por disponer de un nuevo dispositivo en el hogar, basado en el lenguaje natural, que permita integrar nuevos servicios y fidelizar masivamente al cliente.
En el importante apartado de los smartphones Samsung aprovechó el encuentro para acaparar la atención de los medios con sus nuevos S9 y S9+, unos terminales en los que el frontal del dispositivo se convierte por completo en pantalla y su formato de 18:9 resulta muy interesante para los creadores de contenidos.
LG acompañó en la fiesta con el v30 y Huawei se desmarcó al llevar como su gran novedad el MateBook, un pequeño portátil con el que quiere practicar sobre Windows el ejercicio de elegancia del MacBook de Apple.
¡Cómo no!, también estuvo el nuevo modelo retro de Nokia que fue por segundo año consecutivo contracorriente. El 8110 a 79 euros tomaba el relevo del 3310 de la pasada edición. Pero más que un juego, la estrategia de este móvil consiste en convertirse en el segundo dispositivo de la gente, en el terminal complementario que permita estar conectado, sobre todo a Whatsapp, y nos libere de recargarlo en un mes. Se trata de una estrategia de terminal 4G que en algunos países, como en India, está permitiendo la transición del 2G prepago al 4G.
Pero la clave en los dispositivos está, desde mi punto de vista, en lo que no se ve: los nuevos chipsets que van a permitir el desarrollo de la inteligencia artificial (ya tardaba). De momento en los dispositivos esta inteligencia se centra en la cámara, que permite reconocer diferentes tipos de objetos y escenas para poder capturar las mejores instantáneas.
A mi parecer también ha habido otras tendencias que han tenido menos notoriedad pero que, bien a las claras, marcan el rumbo de lo que en breve vendrá. Una de ellas es el gran desarrollo en lentes para permitir mejorar la experiencia relacionada con las realidades extendidas (virtual y aumentada). La realidad aumentada sigue esperando el momento idóneo para su despegue, que cambiará radicalmente el ecosistema de servicios, aplicaciones y dispositivos. La corrección del mareo que puede producir, gracias a la adaptación de las lentes a la distancia pupilar y al enfoque de objetos lejanos, contribuirá a que la experiencia recomendada de veinte minutos de realidad virtual se prolongue a contenidos de mayor duración. Por otro lado, la mejora en el tratamiento de la luz natural con sistemas de luz digital permitirá integrar la realidad aumentada sin posibilidad de distinción de la realidad física.
Y en esta edición no lo hemos podido ver, pero no creo que pase de 2019 que encontremos en formato comercial las pantallas plegables. El llamado “form factor” de los dispositivos. Algunos pueden pensar que simplemente nos permitirá rescatar aquel concepto de los terminales de “concha” que tanto nos gustaban a principios del milenio, pero va mucho más allá de esto. El poder dominar la tecnología por la que, sin pérdidas de luminosidad, contraste, etc., se puedan doblar las pantallas, permitirá crear dispositivos totalmente nuevos que convivan con nosotros de una forma más integrada.
Los fabricantes de red, por su parte, andan inmersos en acelerar el 5G, en una línea continuista con la del año pasado. Sus esfuerzos inversores por generar antenas más compactas, de menor consumo energético, multibanda (FDD+TDD) con capacidades de “massive MIMO” los está llevando a un desgaste que solo los asiáticos pueden soportar. También parece clara la tendencia a generar equipamiento de red que permita su virtualización y adopción desde la nube. Esto último es una exigencia que van marcando los operadores, en vista de las inversiones fastuosas que tendrán que empezar a acometer para desplegar el esperado 5G.
Y al igual que los fabricantes de dispositivos, los fabricantes de red están incluyendo chiptsets de inteligencia artificial (AI) en su equipamiento. Sin duda, el objetivo es claro: acercar la capacidad de decisión basada en algoritmos de AI más cerca del origen del dato, es decir, del cliente.
Y quiero terminar destacando que referirse a 5G como un mero incremento en ancho de banda o disminución de latencia es no asumir el cambio de era que supondrán las nuevas redes basadas en la virtualización y la “softwarización” de las funciones de red. El advenimiento del 5G redefinirá por completo la forma en la que concebimos la comunicaciones y una nueva era de servicios llegará a novedosos dispositivos que ahora no nos imaginamos. Yo suelo decir que la forma en la que nos comunicamos ahora está limitada, como si tuviéramos que correr una maratón con las piernas atadas. Pero el caldo de cultivo está ahí, los ingredientes están en la olla y muchas veces es conveniente cocinar a fuego lento para obtener el mejor guiso.

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