Hace poco leía una entrevista a Georgina Mace, artífice de la “Lista roja” de especies amenazadas, a propósito de las causas del auge de enfermedades infecciosas. En ella planteaba que “es el momento de resetear nuestra relación con la naturaleza”. Esto me llevó a pensar que quizá, en estos momentos de tanta incertidumbre, nuestro país debería replantearse también su relación con la España vaciada. El resultado nos permitiría desarrollar un modelo más eficiente y sostenible, con mayor protagonismo del mundo rural.
La España rural también existe: nuevo destino turístico
Esto me retrotrae a mi infancia, cuando las vacaciones eran el momento soñado durante todo el año y nuestro destino final, el pueblo. Allí teníamos más libertad y un contacto directo con la naturaleza. Todo se vivía con más intensidad y, encima, en un entorno de seguridad. Allí vivía, en definitiva, todas las sensaciones que, creo, la mayoría hemos añorado después. Especialmente durante el confinamiento provocado por el COVID-19.
La pandemia ha supuesto una revisión de los destinos de este año. La previsión es pasar de un turismo de masas a un turismo nacional, de proximidad. La atención recaerá más que nunca en nuestros pueblos, de los que es fácil enamorarse. ¿Serán nuestra nueva marca España?
Los pueblos se preparan para este posible "boom". Algunos incluso cuentan ya con un manual de comportamiento responsable y han promovido una campaña a través de los hashtags #TurismoResponsable y #DestinoSeguro. No debemos olvidar el importante colectivo de personas vulnerables que mantiene vivo dicho entorno.
Un cambio de paradigma: de la "España vaciada" a la "España resucitada"
En realidad, puede ser el principio de un cambio de paradigma en nuestras vidas.
La crisis actual ha traído a primer término un debate que ya estaba presente en el escenario socioeconómico. La denominada “España vaciada”, que iba camino de pasar a ser la “España muerta” según algunos, podría convertirse ahora en una “España resucitada”. Existen las ganas y la necesidad de hacer las cosas de una forma diferente.
El coronavirus y la concentración en las áreas urbanas
Actualmente el 80 por ciento de la población vive en zonas urbanas (más de 10.000 habitantes). Pero es que las estimaciones apuntan a que más del 40 por ciento se concentrará en quince ciudades dentro de una década. En 2030 el 25,6 por ciento estará en solo dos grandes urbes: Madrid y Barcelona con sus núcleos adyacentes. Esta situación tiene su origen en un fenómeno global de metropolización que, por otro lado, ya se ha demostrado que no conlleva las ventajas esperadas. El resultado es un importante deterioro medioambiental y una agudización de las desigualdades sociales.
El coronavirus ha aflorado todos los problemas que la masificación puede provocar en nuestra calidad de vida. Necesitamos redescubrir los valores que nos estimulen a construir una nueva sociedad, con un modelo productivo e industrial más eficiente y sostenible, quizá con menos dependencia y mayor autosuficiencia. Todo ello pasa por recuperar los ritmos de vida que nos proporciona el mundo rural y potenciar sus fortalezas, con modelos más respetuosos con la naturaleza.
Tal vez es el momento de revitalizar todas esas áreas con nuevos centros de actividad para convertirlos en las nuevas locomotoras de la actividad económica.
Debemos romper la dinámica en la que han entrado los núcleos rurales en cuanto al proceso de despoblación y envejecimiento de sus residentes. Es muy llamativo en comunidades como Castilla y León, con una densidad en torno a 26 personas por kilómetro cuadrado, en línea con lugares como Laponia. Queda lejos de la media nacional, por encima de los 92 habitantes y más aún de la media de la Unión Europea, que se acerca a los 180 habitantes.
De smat cities a smart villages
El mundo rural necesita una reconstrucción para incrementar su atractivo y capacidad de atracción. Se trata de que aúne calidad de vida adecuada y adaptación a los nuevos tiempos. Las smart cities se hicieron extensivas a territorio inteligente, pero deberíamos poner especial interés en el diseño de smart villages.
Es la oportunidad de utilizar las nuevas tecnologías para sacar mayor partido de las posibilidades y fortalezas que el mundo rural ofrece: smart agro, liderazgo industrial, políticas específicas de I+D+i, emprendimiento…
La pandemia ha supuesto un cambio de hábitos que nos ha obligado a ser más digitales, tanto en lo personal como en lo profesional. Hemos convertido nuestro hogar en la oficina, en el colegio de nuestros hijos, en nuestro centro logístico, de entrenamiento, formación y ocio. Y lo hemos logrado, igual que las empresas han tenido que pisar el acelerador de la digitalización, ante la urgencia de ser más ágiles y flexibles que nunca.
Teletrabajar o emprender desde el pueblo
El COVID-19 ha permitido acelerar la incorporación de nuevas modalidades laborales como el teletrabajo. Y, aunque su implantación masiva ha sido una imperiosa necesidad, sus ventajas han quedado manifiestas y, en gran medida, perdurará. Supone un ahorro de desplazamientos y tiempo, facilita la conciliación, promueve la sostenibilidad y permite la incorporación de talento con independencia de su ubicación, entre otros beneficios. Esto último evita la concentraión de la población en pocos núcleos y permite que la gente pueda sentirse más realizada, lo que impacta en mejoras en términos de motivación y productividad.
Y no olvidemos cuestiones como el precio de la vivienda y las brechas de desigualdad. El teletrabajo en una gran ciudad, en una calle estrecha, con el vecino de la casa de enfrente a pocos metros es muy diferente a poder hacerlo en una viviendo más amplia, con más luz, rodeado de la naturaleza y las posibilidades que ofrece el mundo rural. La oficina podría convertirse en un lugar de encuentro y debate, complementario a nuestra actividad en casa.
Esta dinámica, junto a las bondades de nuestro país, podría posicionarnos como un foco de atracción de talento, en un hub de trabajadores internacionales, ¿por qué no? No hay que olvidar que podríamos capitalizar de cara al futuro nuestro estilo de vida y la creatividad que hemos demostrado.
Las infraestructuras y la conectividad, claves para el resurgir de la España vaciada
La reconstrucción o redefinición que el mundo rural necesita tiene que estar vertebrada desde la conectividad. El 90 por ciento de los hogares españoles ya tiene acceso a banda ancha, proceso que hay que continuar para evitar brechas de acceso en el mundo rural.
En este sentido, la Comisión Europea recientemente avalaba la concesión de 400 millones de euros en ayudas públicas para nuevos despliegues en zonas con conectividad insuficiente durante el período 2020-2022. Se trata de facilitar la transformación digital de la economía y de la sociedad, para apoyar el mercado digital único europeo. En los últimos años núcleos rurales se han podido beneficiar de los programas de extensión de la banda ancha de nueva generación, mediante la modalidad de ayuda denominada anticipo reembolsable con fondos comunitarios FEDER.
La digitalización como "despertador" del mundo rural
Una buena conectividad permitirá la creación de un entorno favorable para la atracción de población y nuevos núcleos de actividad. Hay incluso quienes han bautizado ya como “despertadores rurales inteligentes” a unos centros destinados a atraer y tutorizar iniciativas de emprendimiento locales para que consigan asentarse. Ayudaría a la supervivencia de esos lugares e impulsaría nuestra economía.
En definitiva, el resurgir de la España vaciada pasa en gran medida por la transformación digital, que puede asentar en el mundo rural esa sensación de libertad, tan apreciada en los últimos tiempos.
Imagen: gailhampshire

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