Estamos en 2042 y vuelven a aparecer informaciones sobre una nueva crisis sanitaria que amenaza a la humanidad. Quizá sea bueno recordar la experiencia de las últimas pandemias: la de 2032 y "la del COVID-19”, que comenzó a principios de 2020. Ambas tuvieron desarrollos muy diferentes.
En 2020 el mundo estaba inmerso en pleno proceso de transformación digital cuando una rápida escalada de casos de coronavirus, originado posiblemente por un fallo en los sistemas de alerta epidemiológica de China, generó una crisis global. Casi todos los gobiernos de los países desarrollados confiaban en que podrían evitar que el virus les afectara y utilizaron todo su arsenal de “modernas” herramientas digitales para prevenir la expansión de la enfermedad.
La tecnología no fue suficiente
Se utilizaron de manera intensiva tecnologías de última generación de esa época (que ahora nos provocan sonrisas compasivas). Cámaras térmicas, geolocalización, “inteligencia artificial” y aplicaciones móviles para rastrear enfermos y sus contactos próximos, detectar y controlar los flujos migratorios y predecir los patrones de contagio, entre ellas. También otras para diagnosticar casos, identificar tratamientos o fármacos efectivos. Ni que decir tiene que todas fracasaron estrepitosamente y la enfermedad se expandió sin control durante varias semanas.
En aquella época había grandes expectativas en la tecnología pero no era suficiente para luchar contra pandemias. Aunque parezca increíble, pensábamos que la “inteligencia artificial” del momento permitiría resolver un problema tan complejo, con multitud de variables, como el flujo de contagio de una enfermedad con miles de infectados. Anteriormente algunos ya habían sido tan optimistas como para pensar que la inteligencia artificial podría pronosticar los resultados del Mundial 2018, cuando aún no ha sido posible en 2038…. ¡En 2020 incluso hablábamos de “big data” porque creíamos tener muchos datos!
La realidad es que las herramientas que teníamos en 2020 eran útiles quizá para rastrear a un terrorista o a un criminal con un comportamiento bastante predecible. Pero resultaban absolutamente ineficaces para identificar, seguir, localizar y aislar a miles de portadores del virus que se movían por todo el mundo. No eran aptas para pandemias.
Visto desde 2042, con otra visión de las pandemias, cuesta creerlo pero los gobiernos de los países más avanzados de la época, como EE.UU., Alemania, Japón e incluso España tuvieron que resignarse a aplicar tratamientos médicos desarrollados en la Edad Media. Optaron por el confinamiento prolongado de la población en sus casas, la clausura de espacios públicos y comunitarios y la restricción de movimientos y transporte, mientras millones de personas contraían la enfermedad. En muchos países europeos como España, Italia, Bélgica, Francia o Reino Unido, los hospitales y sus unidades de cuidados intensivos se desbordaron como nunca antes se había visto.
Por supuesto, en la España de 2020 la situación generó una enorme incertidumbre. Había serios temores acerca de que dicho confinamiento provocara un gran derrumbamiento de las empresas y de la administración. Es difícil transmitir el clima de angustia de aquellos días, que transcurrían entre la tristeza de las cifras de infectados y fallecidos y los aplausos al heroísmo del personal sanitario y de otros trabajadores esenciales.
La red de comunicaciones hizo frente a la pandemia
Sin embargo, allí donde las aplicaciones digitales fracasaron con rotundidad surgió una fortaleza para mucha gente desconocida: la red de fibra óptica y demás infraestructuras críticas (red eléctrica, ferroviaria, de transportes), que nos siguen dando servicio en 2042. Gracias a algunos pioneros, la crisis pilló a España con los deberes hechos.
Apoyados en la red de comunicaciones y estas otras infraestructuras, poco valoradas anteriormente, en cuestión de unos días numerosos empleados empezaron a trabajar desde sus casas y se logró mantener los servicios esenciales en funcionamiento. Pero si, en aquella época las empresas construían edificios para concentrar a sus empleados en ellos.
Muchas empresas adaptaron rápidamente también sus canales online y procesos logísticos para llevar sus productos a domicilio (sí, la gente iba a comprar a tiendas físicas) y otros servicios presenciales se adaptaron, asimismo, para poder brindarse en forma de videoconferencia (consultas médicas y psicológicas, servicios de asesoría, espectáculos en vivo, etc.).
Hasta las escuelas y universidades comenzaron a dar clases telemáticas en todo el país con apenas unos días de preparación y sin ningún ensayo masivo anterior. Y es que sí, en ese momento las clases online eran testimoniales. Pero el ciclo escolar no se interrumpió.
Un impulso a la digitalización
En síntesis, se había evitado el colapso. Pero no solo eso: en los meses siguientes a la “desescalada”, administración y empresas abordaron una transformación radical. La generalización de un modelo laboral más flexible, como el que tenemos en 2042, surgió en ese momento. Se racionalizaron los horarios para descongestionar el transporte urbano y hacerlo mucho más inteligente (precursor de los sistemas actuales). También se digitalizó completamente el sector del ocio y el turismo: con sistemas contactless y una mejor gestión de reservas y espacios, que evitaba aglomeraciones. También las tiendas tuvieron que adaptarse a una nueva realidad.
Lecciones aprendidas de 2020 en 2032
La última crisis, la de 2032, surgió de la misma manera: la mutación de un virus conocido en una indefinida región del Sudeste asiático se propagó rápidamente a todo el planeta, a través del transporte aéreo. Cuando se diagnosticaron los primeros casos en el punto de origen, el virus ya había viajado miles de kilómetros e infectado a gente en todo el mundo.
Sin embargo, la humanidad contaba con lecciones aprendidas de 2020 para posibles nuevas pandemias. En aquella ocasión el virus había llegado a España por quince vías distintas, el Covid-32, doce años después, lo hizo nada menos que desde 27 sitios diferentes. Ya habíamos comprendido que era imposible perseguir a los contagiados. La ciencia médica no había avanzado tanto como para desarrollar una cura, pero ya éramos capaces de reducir la tasa de contagio y nuestro sistema de salud estaba preparado.
Domicilios medicalizados
Así, cuando se dio la alerta, en cuestión de horas se pudo “medicalizar” los domicilios de los infectados. Equipos médicos conectados a la red monitorizaban las constantes de los pacientes aislados y avisaban del momento en que era preciso llevar a cabo las hospitalizaciones. El mismo protocolo se activó para los pacientes crónicos de otras enfermedades. De esta forma, se pudieron suspender temporalmente los desplazamientos y descongestionar servicios de hospitales y centros de salud.
En 2032 los datos epidemiológicos ya se transmitían en tiempo real al nuevo Centro de Mando del Ministerio de Sanidad, desde donde se tomaban las decisiones esenciales, mientras los servicios locales y regionales adaptaban la respuesta según la situación particular en su jurisdicción. El nuevo sistema de stock de material sanitario permitía la redistribución de recursos, a través de la red logística de las empresas de eCommerce.
Flexibilidad del modelo laboral
La flexibilidad del modelo laboral permitió reducir drásticamente el tránsito de personas en un día y adecuar los recursos del transporte público a la demanda con el menor impacto económico. Las nuevas aplicaciones de reserva de plazas permitieron ajustar los horarios de autobuses y metros a la demanda real.
Todos los sectores preparados
Los colegios tenían los contenidos digitales previstos y, de un día para otro, siguieron con ellos online. Bastó con que los niños se llevaran su dispositivo a casa. Los avances en identificación biométrica permitieron los exámenes de los universitarios desde el hogar.
En la misma línea, se evitó que se paralizaran las transacciones inmobiliarias y bancarias, los juicios o las sesiones parlamentarias.
Con una adaptación tan rápida, en 2032 no fue necesario aplicar un confinamiento tan severo. La mayoría de los negocios disponía de mecanismos de reserva para las citas presenciales y de canales de distribución para entregas físicas con compras en remoto. Resultaba relativamente sencillo suscribirse a alguna de las grandes plataformas logísticas.
El sector de ocio y turismo, uno de los más afectados durante la crisis de 2020, salió relativamente indemne. Las medidas de higiene y separación aplicadas entonces permitieron que los bares y restaurantes funcionaran casi con normalidad (o implementaran entregas a domicilio).
Los estrenos de cine pasaron rápidamente a los sistemas online y los teatros vendían entradas para sus representaciones del día, reforzadas con realidad aumentada. Eso sí, los partidos de fútbol siguieron viéndose sin público (aunque las gafas 3D mejoraban la inmersión ambiental).
Los hoteles eran casi tan seguros como los domicilios particulares, además de contar con medidas sanitarias preventivas (de hecho, algunos de ellos podían medicalizarse en horas, en caso de ser necesario). El control de temperatura, la desinfección permanente y el servicio contactless ya eran la nueva norma, con ayuda de 5G e IoT. Por supuesto, estaciones y aeropuertos, trenes y aviones, disponían de medidas similares frente a posibles nuevas pandemias.
Pandemias cíclicas
Los expertos nos siguen anunciando en 2040 que tendremos una crisis sanitaria de estas características cada diez o quince años. Estamos a un siglo de poder controlar las enfermedades víricas. Todavía no sabemos cómo evolucionará esta de 2042 respecto a las anteriores pandemias pero espero que hayamos aprendido de los errores del pasado y cómo superarlos. Sobre todo, debemos ser humildes y no creer en que la tecnología es capaz de cualquier cosa. Como decía Julio Verne, el futuro está escrito en el pasado.

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