Está ocurriendo delante de nuestras narices. De una manera casi viral, el boca a boca extiende una nueva práctica inimaginable en el pasado y que, amparada bajo los conceptos de ridesharing y carsharing, representa la dinamización y flexibilización en el transporte de personas, así como un cuestionamiento del modelo actual de uso y propiedad de nuestros vehículos. Amenaza u oportunidad según quién esté subido a la palestra, pero sin duda un cambio de tendencia ante el que ninguno puede bajar la guardia.
Son las TIC como elemento transformador de la economía. Ya se recogía como tendencia en el Informe de la Sociedad de la Información de este año. Se hablaba de The sharing economy o un microuso, consistente en utilizar Internet para facilitar un empleo compartido de bienes, es decir, utilizar los periodos en los que un elemento no está siendo utilizado o hay capacidad de sobra para que otras personas la aprovechen. Como contrapartida al servicio puede realizarse un pago con lo que éste sería parecido a un alquiler.
El planteamiento es muy sencillo. Si pensamos de manera práctica, un coche representa dos ideas: la de desplazarse del punto A al B cuándo uno quiere – esto es algo que nos encanta- y el concepto de propiedad vinculado a los costes fijos y variables: coste capital, seguro, impuestos, mantenimiento y, por supuesto, gasolina.
En términos económicos podríamos verlo como lo que cuesta un coche cuando está en marcha y cuando está parado. Si nos detenemos a pensar, en la mayoría de trayectos vamos a “media carga” y, además, nuestro vehículo pasa estacionado la mayor parte de su vida útil. De hecho, se calcula que el vehículo medio sólo se utiliza durante una hora al día y puedo asegurar que en mi caso se cumple.
Ridesharing y carsharing trabajan sobre este supuesto de manera que, según el primero, el propietario y acompañantes comparten los costes variables del trayecto y ganan en flexibilidad de horarios y destinos, mientras que en el segundo caso se ofrece un servicio que permite al usuario disponer de un vehículo en modo pago por uso, lo que elimina cualquier tipo de coste fijo asociado.
Es posible que para muchos el concepto de compartir un trayecto con desconocidos, renunciar a disponer de un coche en propiedad o incluso permitir que extraños utilicen su vehículo, sea difícil de asumir. Sin embargo, lo cierto es que son incontables las iniciativas que han surgido en torno a estas ideas: blablacar y carpooling se han alzado como los principales abanderados del ridesharing en Europa sorprendiéndonos a muchos con el dato de 1 y 1,3 millones de usuarios transportados al mes respectivamente. En el ámbito del carsharing han surgido modelos business to consumer a través de empresas como zipcar en Estados Unidos o la española Bluemove, que disponen de vehículos que sus socios pueden reservar de una manera mucho más flexible que el alquiler tradicional, o el caso de RelayRides que va un paso más allá y ofrece un servicio basado en peer-to-peer carsharing. Recordemos la apuesta de Google por Uber con la que establece uno de los pilares de su estrategia para desarrollar servicios sobre la futura plataforma de vehículos autónomos Google car.
La amenaza
A pesar de que muchos veamos esta tendencia con optimismo, las implicaciones socio-económicas de un cambio de modelo en un sector transversal como el del transporte son más importantes de lo que podamos pensar en un primer momento.
Según parece, el sector del transporte público está experimentando un descenso importante en la demanda de trayectos de media y larga distancia entre los segmentos jóvenes de su base de clientes y dentro un marco de guerra total contra el consumo colaborativo ha decidido confiar en los tribunales como medio para asegurar el modelo actual de negocio.
Por otra parte, un estudio de la consultora Americana AlixPartners estima que por cada vehículo compartido se evitan 32 ventas de vehículos personales y calcula aproximadamente 1,2 millones de unidades no vendidas hasta 2020 en el mercado americano por la influencia del carsharing. Si tenemos en cuenta que las ventas anuales en EE.UU. rondan los 15 millones anuales y que debido a la presión de los mercados las decisiones en las grandes compañías se suelen tomar pensando en el corto plazo, es fácil entender que el carsharing no se vea como una gran amenaza de la que haya que preocuparse a día de hoy.
El verdadero desafío es que estos dos fenómenos vienen impulsados por un cambio de tendencia generacional. Un estudio de Deutsche Bank revela que la denominada “Generación Y” cada vez está menos interesada en la compra de un vehículo en propiedad.
Es verdad que son muchos los factores que influyen en estos resultados, pero también es cierto que en poco más de diez años la cuota de nuevos vehículos registrados a nombre de menores de 30 años en Alemania ha descendido del 10 al 6,5 por ciento sobre el total, que no se espera una corrección en la tendencia y que los modelos de ridesharing y carsharing aún tienen mucho que evolucionar.
La oportunidad
Cuando existe una necesidad de desplazamiento, la demanda de ahorro en todos los costes asociados es real, y la tecnología y los servicios para abastecer esa demanda están al alcance de nuestras manos, tratar de navegar contra corriente es una batalla perdida.
Asumir la realidad puede ser un proceso duro para el que no todas las compañías están preparadas pero, una vez conseguido, la oportunidad se presenta a través del planteamiento de las preguntas adecuadas desmontando los supuestos que parecen inamovibles, trabajando en la flexibilización de los trayectos, la mejora de los servicios de a bordo, el diseño de vehículos para que puedan ser compartidos y llegar a donde la competencia no puede hacerlo.
¿Acaso alguien piensa que la generación Z no seguirá las pautas marcadas por su predecesora? ¿Y la siguiente? Ya lo dijo Darwin: “Adaptarse o morir”.
Imagen: AndYaDontStop

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