Es impensable hablar de robots y que las famosas tres leyes de la robótica de Isaac Asimov no vengan a nuestra cabeza. Enunciadas por primera vez en 1942 son conocidas por muchos pero, sin embargo, pocos son los que saben que recientemente ha sido aprobado un marco que regula los parámetros de seguridad que deben cumplir los robots dedicados al cuidado personal.
Este escenario, generado por cincuenta expertos en robótica de catorce países, es el primero de su clase. Han sido aproximadamente diez años los que le ha costado a la Organización Internacional para la Estandarización redactar una serie de normativas y recomendaciones que regulen la fabricación de asistentes mecánicos seguros para los humanos.
Lo primero que define la norma ISO-13482 es su ámbito de aplicación, que limita a los robots de cuidado personal. Para ello clasifica a estos robots en tres tipos: sirviente móvil, asistente físico y portador de personas. Estas clases incluyen desde robots capaces de recordar a personas con demencia cuándo es la hora de tomar su medicación, hasta aquéllos encargados de facilitar el desplazamiento a personas con movilidad reducida.
Mantiene fuera de sus recomendaciones, entre otros, a los robots de juguete, los robots que no sean terrestres, robots para uso militar o robots industriales; estos últimos cuentan con su propia norma ISO (ISO-10218). Aunque, por otra parte, reconoce que los principios de seguridad que detalla también podrían ser de utilidad para estos otros dispositivos.
A pesar de que este estándar es muy reciente, ya hay un producto que ha sido fabricado teniendo en consideración muchas de esas recomendaciones y normas; se trata del exoesqueleto HAL, al cual ya me he referido anteriormente en el post “Cariño, ¡he aumentado al niño!”.
Lejos de las tres inquietantes leyes generalistas dictadas por Asimov, este estándar trata de enumerar soluciones a un centenar de situaciones potencialmente peligrosas para los seres humanos que interactúen con robots cuidadores, con el objetivo de tratar de eliminar o reducir el riesgo hasta un nivel aceptable. Por ejemplo, ¿qué debe hacer un robot que está cargando con un ser humano si detecta que su fuente de alimentación se está agotando?, ¿debe parar inmediatamente su desplazamiento sin realizar ninguna otra acción?, ¿debe soltar al humano antes de apagarse?, ¿debe asegurarse de que tendrá suficiente autonomía para finalizar la tarea encomendada antes de iniciarla?
No sabemos si influenciados por la multitud de películas de ciencia ficción que tratan sobre la sublevación de los androides, los ciudadanos “de a pie” parece que no estamos dispuestos a dejar que ningún robot se encargue de nuestro cuidado personal, ni del de nuestros mayores e hijos. Por su parte, las compañías también muestran cierto. digamos “respeto”, por las implicaciones legales que un error en el comportamiento de estos autómatas podría suponerles en caso de que una persona resultara lesionada por su uso. Posiblemente sea por eso que no se ha avanzado mucho desde la aparición del robot aspirador hace ya una década; resultaría de película de humor denunciar que un robot aspirador ha dejado una pelusa en una esquina.
Elaborar una adecuada regulación en materia de seguridad en este sentido resulta costoso para una única empresa e incluso un país. Ojalá la existencia de este marco normativo sea un aliciente y un facilitador para que, poco a poco, aparezcan nuevos robots que hagan nuestra existencia mucho más llevadera, y puedan garantizar nuestra seguridad y la de los seres que queremos con un coste razonable.
Y si esta norma no lo consigue, seguro que el todopoderoso Google sí que lo hará, ya que durante el año 2013 ha realizado la adquisición de hasta ocho compañías de robótica, entre ellas la gran Boston Dynamics.
¿Qué trama Google?, ¿será Android el sistema operativo de los futuros androides domésticos? De momento todo es súper secreto, pero estoy seguro de que, lejos de ser un cuento, muy pronto nos enseñarán la patita de sus nuevas creaciones por debajo de la puerta.
Imagen: itupictures

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