Tópico primero: tu hijo estudia y trabajará en una profesión que aún no existe.
Tópico segundo: los robots destruirán nuestros trabajos.
Tópico tercero: los robots nos van a sustituir por humo.
En los últimos tiempos se habla largo y tendido de la renta básica o renta mínima automática como solución y sesudos economistas se prestan a describirla. Se habla de modelos fiscales en los que los robots cotizarán igual que lo hacen las entidades jurídicas o nosotros mismos.
Y, mientras que unos hablan e intentan especular sobre un consenso social, otros actúan: Elon Musk invierte en Neuralink, como escribía recientemente un compañero. Se trata de su próximo sueño: una empresa que pretende desarrollar la conexión entre el cerebro humano y la máquina.
La Enciclopedia británica fue líder mundial hasta los años 90 pero solo tardó una década en desaparecer de las estanterías, a pesar de que redoblaron el esfuerzo comercial. Wikipedia, con un coste marginal nulo y, en realidad, gratis, simplemente la postró al olvido. No importó para nada su historia ni su prestigio centenario. No quedan muchos vendedores de enciclopedias (casualmente un compañero cercano se dedicó a esto y lo recuerda con orgullo) ni personas trabajando en ellas, pero sí hay trabajo para ingenieros del conocimiento en Neuralink. Es cierto que algunos negocios tradicionales están en crisis, pero Amazon ofrece puestos en sus nuevos centros logísticos y en Amazon Now, donde piensa instalar su sistema robotizado.
General Motors, que fue el fabricante por antonomasia, vale menos en bolsa que Tesla. Ahora General Motors ha invertido ¡por fin! en el coche autónomo para remediarlo y recuperar su liderazgo… pero hay lista de espera en Tesla para recibir su nuevo modelo. La gente hace apuestas en las cenas sobre cómo será su próximo vehículo. Lo cierto es que hay mucho empleo altamente cualificado en este sector.
Las factorías dicen que quieren ser 4.0 y muchas veces lo que significa es que hay una nueva generación de robots semiautónomos y colaborativos, de esos con visión artificial y que interactúan con cada vez menos operarios. Digan lo que digan, no nos confundamos, trabajar en la cadena de montaje siempre ha sido un infierno. La gente, por otro lado, habla de los datos, se encogen de hombros preocupados e incluso dicen, en voz baja, que los algoritmos pueden sustituir hasta a los médicos; yo digo: ¡pamplinas!
A principios del siglo XIX se pensó que viajar a más de 32 km por hora podía causar la muerte. Hoy la alta velocidad es el maná que llega a las ciudades para conectarlas con el mundo.
Es cierto: la comunicación, la conexión, la automatización… son fuentes inagotables de riqueza. Los robots, por naturaleza, son eficientes, y muchos de ellos ahora también son próximos y serviciales. No se puede luchar contra este río, y menos cuando el capital financia este camino.
Lo que desconocemos nos produce miedo, ésa es la verdad. Tememos que nuestros hijos vivan peor que nosotros (algo novedoso para el español, el europeo y en general el occidental) y corremos a apuntarlos a cursos de robótica, y los pobrecillos no entienden el porqué de este trasiego. Con esto Lego se está forrando, por cierto. La realidad es que el mayor número global de autómatas se está instalando en China con una proporción desconcertante y los fondos de capital y de conocimiento fluyen allí a espuertas. ¡Pobre Europa como nos descuidemos! Quizá lo que falte a la educación española sea la practicidad de saber que esconder la cabeza debajo de la almohada no conduce a nada: es mejor tener nosotros los robots a que los tengan otros.
Fui educado para ser ingeniero y mi cabeza y mis manos no paran de construir. Y veo en el camino de los robots y sus afines (en general, lo digital) algo tan infinito que tenemos espacio de sobra para acomodar a una generación de niños, y serán nuestros hijos.
Yo aprendí Basic leyendo un libro prestado en la biblioteca y practicando en los ordenadores de muestra del supermercado de mi pequeña ciudad (no bromeo), y mis padres tuvieron que hacer un ímprobo esfuerzo familiar para comprárnoslo. Fue un Amstrad y eran los años 80. Quiero decir que podrían haber sencillamente sonreído por las colas que provocaba y el enfado de los encargados y haber dejado que pasara la oportunidad de mi vida porque aquellas máquinas terribles solo valdrían para acabar con los empleos. No fue así y, como resultado, estoy aquí, hago lo que me gusta y no tengo miedo a que ningún autómata me sustituya. He aprendido muchas cosas pero la principal y referente a este artículo es que cuando vengan los robots a mi casa, esta vez quiero que mis hijos sean los constructores que hagan posible la nueva realidad del siglo XXI.
Y no se engañen: los robots nos darán empleo.
Imagen: ashva/shutterstock

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