Hace poco leía en una interesante entrevista a Mónica Beltrametti, vicepresidenta de la división de innovación de Xerox que “cada ciudad debe buscar su forma de hacerse inteligente”. Podría parecer una obviedad pero es importante entender que las necesidades concretas de una ciudad no pueden trasladarse a otra, sin más.
Se trata de conjugar, por un lado, la necesidad de estandarizar y definir criterios sobre qué es realmente una ciudad inteligente para poder replicar casos de éxito y rentabilizar inversiones y, por otro lado, el ciudadano debe ser el eje principal sobre el que pivoten las acciones que se lleven a cabo, con un nuevo modelo de gestión integral, que permita también que los servicios se adapten a una realidad cambiante.
Por tanto, lo ideal es un modelo replicable pero capaz de responder a unos requerimientos determinados. Precisamente así lo indica la hoja de ruta idónea, como veíamos en un post anterior:
“Hay que conocer las fortalezas y debilidades de la ciudad, su perfil sociológico y demográfico para determinar qué necesidades se quieren atender y qué oportunidades se pretende explotar. Por ejemplo, una ciudad con una población que envejece rápidamente debería priorizar los servicios socio-sanitarios y una con un consumo energético ineficiente, este otro aspecto.”
Así, en el proyecto de smart city de Pavala, en la India, se enfatiza la disponibilidad de agua corriente y electricidad las 24 horas del día, y botones de pánico cada 200 metros y farolas inteligentes como medidas disuasorias frente a violaciones, un delito ampliamente extendido en el país.
La India, como China, con grandes problemas de superpoblación y contaminación, parece confiar en la inteligencia urbana con su proyecto de cien futuras smart cities.
En una ciudad como Los Ángeles la prioridad es reducir la densidad del tráfico en el centro.
Volviendo al equilibrio entre lo general y lo particular, en la Unión Europea hay un programa de colaboración público privada en smart cities (de momento en TIC aplicadas a la movilidad, transporte y energía) que tiene como objetivo que las respuestas a los problemas locales de cada ciudad respondan a un desarrollo tecnológico global y transversal.
Y, respecto a la particularización, el objetivo de Decumanus, otro proyecto europeo -en el que participará Madrid, junto a Amberes, Helsinki, Londres y Milán- el objetivo es dotar de “inteligencia geoespacial” a las ciudades y, para ello, se aprovechará la información que recogen satélites y otros sensores para mejorar la calidad de vida en los núcleos urbanos. Se podrá detectar, por ejemplo, el impacto de las olas de calor y la polución sobre distintos grupos de edad y enfermedades, o los lugares en los que se emite más CO2.
En definitiva, vamos hacia nuevos modelos urbanos que deben dar respuesta a las necesidades del siglo XXI y a los intereses de sus ciudadanos. A la vista está que las TIC tienen mucho que aportar y aún son muchas las posibilidades por explorar.
Imagen: Smart Cities

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