El conocimiento y el saber en una disciplina concreta, aunque ésta evolucione y crezca, aunque incorpore nuevos conceptos y nuevas tecnologías, suele asentarse en unos primeros principios, unas reglas que conforman y dan solidez y continuidad a esa disciplina. Son como los principios fundacionales, los pilares, las columnas vertebrales.
Hace bastantes años, allá por 1979, Miguel Ríos, por entonces ya con muchos años de música y carretera a sus espaldas, volvía musicalmente la vista atrás y nos regalaba un álbum y sobre todo una canción cuyo título se ha hecho casi frase hecha, lugar común: ‘Los viejos rockeros nunca mueren’ y que parece, expresada en un lenguaje popular, acercarse a ese concepto de los primeros principios, de la chispa original.
En una época aproximadamente contemporánea a aquella en que Miguel Ríos nos brindaba esta canción, daba sus primeros pasos la disciplina de la Ingeniería de software.
Y en la búsqueda del método, de la ciencia, de los fundamentos, esta disciplina identificaba ya alguno de sus primeros principios. Y así, nacían las ideas de que los módulos software debían exhibir una alta cohesión interna (los elementos de ese componente debían tener una alta interrelación entre sí) y un bajo acoplamiento externo (esos mismos elementos sólo debían interactuar débilmente, y a través de interfaces claras y bien establecidas con otros componentes). Y estos componentes debían favorecer la reutilización, el uso en diferentes módulos y aplicaciones. Todo ello confería al software robustez, mantenibilidad y eficiencia.
Años después surgieron las metodologías de orientación a objetos y, aunque los objetos introdujeron potentísimos nuevos conceptos como la herencia, el polimorfismo o la introspección, lo cierto es que rendían tributo de forma extraordinaria a esos primeros principios de la reutilización, la alta cohesión interna y el bajo acoplamiento externo. En el fondo un objeto no era más que una implementación excelente y mejorada de esos principios.
Mientras pensamos en los objetos, suena de fondo la balada de Miguel Ríos y escuchamos parte de su letra:
“Se siente que el rock esta aquí
Buscando formas para subsistir
Los músicos van inventándose
El porvenir”
Y, en efecto, el software, como el rock, busca nuevas formas para subsistir, para mejorar su aportación al negocio, para incrementar su calidad y eficiencia, para inventarse, en definitiva, su porvenir.
Y en esa búsqueda de nuevas formas surge, cierto es que ya hace unos años, el concepto de SOA (Service Oriented Architecture). SOA no es una tecnología, sino una filosofía de construcción de aplicaciones, una filosofía en que éstas aplicaciones se construyen combinando servicios.
Los servicios son unidades autocontenidas de funcionalidad y, si buscamos en Wikipedia qué se nos dice sobre los servicios nos encontramos esta interesante afirmación: “Services are unassociated, loosely coupled units of functionality that are self-contained” (“los servicios son unidades de funcionalidad, disociadas, autocontenidas y débilmente acopladas”).
Y con base en estos servicios, mediante su reutilización y combinación, creamos nuevas aplicaciones y orquestamos procesos.
¿No resultan fácilmente reconocibles en SOA los primeros principios de la ingeniería de software? Alta cohesión, bajo acoplamiento, reutilización…
Lo que ocurre es que SOA surge en una época en que el software empresarial es una realidad generalizada, donde es perentoria la necesidad de interconexión de aplicaciones, donde ya ha madurado la antigua tecnología EAI (Enterprise Application Integration) y ha evolucionado hacia el concepto de ESB (Enterprise Service Bus), donde la conectividad, las aplicaciones distribuidas, el uso de las redes locales y el acceso a Internet se dan por supuestos, donde ha triunfado la Web, el protocolo HTTP y el lenguaje XML y donde la tecnología preferente de interfaz son los Web services. Y todas estas realidades matizan, mejoran y hacen crecer las soluciones y prepararan al software empresarial para acometer nuevos retos, para proporcionar más valor al negocio.
Pero los principios fundacionales, como los viejos rockeros, están ahí. Sólidos y permanentes. Uniéndonos a una herencia valiosa y proyectándonos hacia un futuro prometedor.
Suenan los últimos acordes de la balada y la voz de Miguel Ríos se eleva emocionada y gloriosa:
“Y siento que la historia se repite
Pues los viejos rockeros nunca mueren
Pues los viejos rockeros nunca mueren”
Imagen: marfis75

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