Hace un par de días leí una noticia que me llamó bastante la atención. Por resumir, se trataba de que en una convención de ventas, dado el éxito y los buenos resultados de la campaña anterior, el director general regaló tablets a toda la fuerza comercial como agradecimiento y, como no, para ayudarles a una mejor relación con el cliente dando una visión de empresa innovadora.
A simple vista, nadie podría poner en tela de juicio la fantástica idea del director, es más, la promocionaríamos. Todo el mundo quiere poner un tablet en su vida… Hasta ahí, todo bien… Lo increíble fue que, al cabo de unos días, cuando los empleados comenzaron a ponerse manos a la obra con el tablet, se dieron cuenta que apenas sabían como utilizarlo dentro de la empresa. Así, no pudieron configurar el acceso a la intranet de la empresa, tenían problemas de compatibilidad con ciertas aplicaciones y, como es lógico, no tardaron ni un instante en llamar al departamento de soporte de sistemas de la empresa. El resultado fue que este departamento se colapsó a raíz del gran número de incidencias que se crearon. Cuando comenzaron a hacerse con la situación y a enfrentarse a dichas incidencias, se dieron cuenta de que los tablets estaban llenos de aplicaciones no corporativas, descargas y contenidos ‘ilegales’, juegos… La fantástica idea del director, se convirtió en un quebradero de cabeza para toda la organización y sobre todo para su colega de sistemas.
La razón de este despropósito, fue sin lugar a dudas, una pésima gestión de la planificación de este despliegue masivo. En realidad, es que no hubo ninguna planificación. Nadie duda de lo ‘sexy’ que es tener un tablet y del impacto que puede tener, entre otras, para su uso en situaciones de relación directa con el cliente (presentaciones, casos de negocio, catálogos de productos …) Cuando se hace un despliegue de estas características en una organización hay que tener muy en cuenta que estamos incrementando de manera sustancial las necesidades de gestión del parque de dispositivos. Por ejemplo, la mayoría de los tablets no comparten el mismo sistema operativo que los PC’s de la empresa, el correo tiene que ser configurado adecuadamente para integrarse con los servidores corporativos, las aplicaciones tipo CRM, ERPs, suelen ser propietarias y dependemos del desarrollo de nuevos conectores para que funcionen correctamente…Por otro lado, están las capacidades del personal de soporte, que, como norma general, funciona ajustándose a unos procedimientos que no tienen nada que ver con los requisitos de los nuevos dispositivos. ¿Y la seguridad? Como siempre digo, la seguridad ha de estar en la primera línea de la estrategia de sistemas corporativos. En este caso, no cabe duda que desplegar un sistema nuevo basado en tablets conlleva grandes riesgos de seguridad que deben ser identificados y cercados.
Las empresas más pioneras que hayan realizado un despliegue anterior de smartphones de alta gama han adquirido los conocimientos y han desarrollado los sistemas adecuados para que este nuevo salto hacia los tablets sea prácticamente indoloro (siempre eso sí, que sean de la misma familia o sistema operativo). Lamentablemente, la gran mayoría de empresas, no tienen esta experiencia con smartphones. Sin embargo, si que se están planteando introducir los tablets, ya que tienen la percepción de que están más próximos a lo que normalmente consideramos como ordenadores portátiles o netbooks y con ese ‘toque’ de innovación e imagen que añaden. Aunque, no nos engañemos, se parecen mucho más a sus hermanos pequeños smartphones que a estos últimos.
Aunque este caso así contado pueda haber parecido extremo, nos ayuda a aterrizar el ‘fenómeno tablet’ y a saber reconducirlo hacia escenarios más controlados. Todos sabemos que al final pondremos un tablet en nuestra vida tarde o temprano y, aparte del ocio y entretenimiento que indudablemente nos va a dar, debemos gestionar su plena integración en la empresa con el fin obtener su máximo rendimiento.
Juan Félix Beteta

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