Como vimos en el segundo artículo de esta serie, el dedicado al papel de la innovación en la estrategia competitiva, la innovación, esa creación de nuevas tecnologías y procesos, puede conducir a una ventajosa posición diferencial en el mercado.
En el paradigma clásico de la innovación, la empresa dedica una cierta cantidad de recursos humanos y materiales a las tareas de Investigación y Desarrollo y, a partir de esa actividad, se obtienen nuevas tecnologías, nuevos productos, nuevos servicios o nuevos procesos productivos. En algún momento se decide dentro de la propia empresa si los resultados del proceso de investigación se pueden constituir o no en productos y servicios comercializables. En los casos afirmativos, y supuesta una adecuada decisión, los resultados de la innovación llegan al mercado y proporcionan diferenciación en valor o en coste.
Para conseguir que esa diferenciación sea sostenible en el tiempo, y por tanto una auténtica ventaja competitiva, las empresas se afanan a partir de ahí en proteger la inversión y en hacerla inaccesible para los competidores.
En esa labor de protección se recurre a las legislaciones que protegen la propiedad intelectual. Se levantan barreras a la competencia en forma de patentes y copyright. Esas barreras se constituyen, en el lenguaje estratégico, en barreras de entrada, elementos que impiden que los competidores puedan alcanzar fácilmente nuestra posición en el mercado. Por otro lado, la protección legal que se obtiene a los resultados de la Investigación y Desarrollo parece actuar también como garante del interés de las empresas en realizar costosas inversiones ya que las perciben como perfectamente protegidas.

Este esquema de innovación es el que se ha venido utilizando tradicionalmente produciendo unos frutos no desdeñables y es lo que Henry Chesbrough, profesor de la Haas School of Business, denomina innovación cerrada, una innovación que tiene lugar puertas adentro de la empresa y que se protege del exterior.
Según este autor, sin embargo, ese esquema de innovación cerrada, que tuvo pleno sentido en su momento, comienza a perder vigencia. Identifica este autor algunos hechos como son la generalización de la educación de alta calidad en amplias capas de la población, la aparición del capital riesgo o la movilidad de los profesionales entre organizaciones y geografías, que convierten casi en una quimera la posibilidad de que una empresa pueda proteger de manera efectiva esa propiedad intelectual por los esquemas tradicionales.
Frente al paradigma de la innovación cerrada surge, pues, el más moderno concepto de la innovación abierta.
En la innovación abierta existe una continua permeabilidad, un permanente intercambio de ideas y tecnologías entre una empresa y su entorno. La empresa, más que producir de forma autóctona nuevas tecnologías y protegerlas celosamente del exterior, interacciona con ese entorno, adoptando nuevas ideas y tecnologías procedentes del exterior y también cediendo, compartiendo o licenciando tecnologías de las que no puede obtener su máximo provecho debido a características de idiosincrasia interna o de modelo de negocio.

Se trata de un paradigma más interactivo, más dinámico, más abierto, más social si se quiere, y la empresa que obtiene venta competitiva lo hace no tanto porque proteja mejor su inversión en I+D, sino porque es capaz de gestionar mejor el ecosistema de la innovación, porque consigue obtener las mejores soluciones para sus clientes con base en las tecnologías compartidas o porque implementa el mejor modelo de negocio para aprovechar el potencial de dichas tecnologías.
Dentro del ámbito de Telefónica se adoptan ya algunos esquemas de innovación abierta. Así, por ejemplo, y a través de la plataforma BlueVia, se han abierto al colectivo de los desarrolladores APIs que les permiten acceder a servicios de comunicación móvil, y con las que pueden construir a nuevas aplicaciones.
En otro ámbito algo diferente y quizá más ambicioso, desde hace unos meses Telefónica ha lanzado el proyecto Wayra, un importantísimo programa de apoyo a emprendedores. Wayra se autodefine como “una aceleradora de startups tecnológicas”. La misión de Wayra es ayudar a esas startups a convertirse en negocios viables. Para ello, y aparte de una aportación financiera, se ofrece soporte administrativo, asesoramiento legal y formación, así como el apoyo de mentores y partners del más alto nivel. Por medio de este programa, Telefónica asume alguna función propia del capital riesgo pero va mucho más allá, convirtiéndose en un auténtico socio e impulsor de la innovación y catapultando la llegada de esa innovación al mercado.
La innovación abierta es pues ya una realidad. Se trata de una nueva forma de innovar, más colaborativa, más social, más abierta y que, sin embargo, permite obtener ventajosas posiciones competitivas.

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