Dicen los expertos que una persona normal miente una media de veinte veces al día. “He leído y acepto…” es, como veíamos en un post anterior, la mayor mentira de Internet. Hacemos clic en “Sí” a la ligera pero no es verdad que hayamos leído los términos y condiciones de los contratos. De hecho, un estudio de enero de 2020 demostró que solo el 1 por ciento de los usuarios lo hacía (y muchos me parecen, la verdad).
Conformes con entregar el alma o al primogénito
Lo cierto es que no somos conscientes de “las imprudencias” que cometemos al no leer esos términos y condiciones. Por ejemplo, los incautos que el 1 de abril de 2010 (día de los Santos Inocentes para los anglosajones) compraron algún producto en la tienda online de Gamestation (la actual GAME) estaban aceptando transferir de forma irrevocable su alma a la tienda. Debían entregarla en un plazo de cinco días a partir de que se les solicitara. Menos mal que se trataba de una broma y en el proceso había un enlace que permitía cambiar el alma de los clientes por un cupón descuento en productos de la tienda. Conclusión: 7.500 clientes vendieron su alma a Gamestation y menos de un 10 por ciento hizo uso del cupón descuento.
Aunque más ilustrativo aún fue lo que hizo la empresa de seguridad F-Secure para demostrar los peligros de darse de alta a la ligera en la primera WiFi gratis que encontramos. En 2014 introdujo una “cláusula Herodes” en el contrato, que obligaba al usuario a entregarles a su primogénito (que se sepa, tampoco llegaron a aplicar la cláusula a los usuarios).
Mil dólares por leer una cláusula
Pero no todas las compañías son tan malévolas y, de hecho, ya hay algunas que lo que hacen es premiar a los clientes por el esfuerzo de leer sus EULA (End User License Agreement o Acuerdo de Licencia de Usuario Final). Un ejemplo es la empresa desarrolladora del programa PC Pitstop. En 2005 añadió una cláusula a su contrato online en la que decía que pagaría 1.000 dólares a quien enviara un correo electrónico a una determinada dirección. Cuatro meses y más de 3.000 ventas después, Doug Heckman fue el usuario que se llevó el premio al enviar el primer email.
Todas las empresas se reservan ciertos derechos ante los usuarios que quieren utilizar sus servicios. Para demostrarlo, un periodista de The Guardian tuvo la paciencia de leerse los documentos legales de 33 servicios distintos de Internet y llegó a conclusiones de todo tipo. Desde un empleo excesivo y desproporcionado de las mayúsculas hasta que en la mayoría de los casos el usuario no es realmente el propietario de los servicios que contrata sino que adquiere un derecho de uso.
Tres veces más texto que El Lazarillo de Tormes
Así pues, en teoría se puede perder a un hijo o la propia alma por no leer los términos y condiciones de un contrato. Pero la cuestión es que las empresas lo ponen realmente difícil. En 2018 esta información de PayPal en español superaba las 61.800 palabras, es decir, aproximadamente el triple que el Lazarillo de Tormes o más del doble de las que utiliza la Biblia para explicar en el Génesis la creación del mundo. Resulta materialmente imposible en la era de la inmediatez sacar tiempo para leer esos textos y en un lenguaje tan complejo.
El apocalipsis zombi, muy presente
Otras cláusulas no son bromas pero llaman la atención. Por ejemplo, Apple prohíbe expresamente usar sus productos para crear misiles y armas nucleares. MailChimp, el servicio de envío de correos electrónicos tipo boletines de noticias, advierte en sus Condiciones de uso, en el apartado 31 titulado Fuerza Mayor, que no garantiza el correcto funcionamiento del servicio en mitad de un apocalipsis zombi. Pero si os choca porque pensáis que es casi imposible que se dé ese caso, ¡ojo! que hasta Amazon Web Services se hace eco de este supuesto en su apartado 42.10 de los Términos del Servicio:
“Sin embargo, esta restricción no se aplicará en caso de que concurra (con certificación de los centros para el control de enfermedades de Estados Unidos o el organismo que lo suceda) de una infección viral generalizada transmitida a través de picaduras o contacto con fluidos corporales que haga que los cadáveres humanos revivan y traten de consumir carne humana viva, sangre, cerebro o tejido nervioso y es probable que conlleve la caída de la civilización organizada”.
Obligaciones y exenciones de responsabilidad encubiertas
Por lo general somos confiados con las empresas de las que nos fiamos. También, por qué no decirlo, un poco vagos. Y, sobre todo, somos impacientes. “Siguiente, acepto, sí a todo… Venga, deja de mostrarme mensajitos y dame el servicio que necesito”: así actuamos. Cuando ya hemos tomado una decisión de compra es complicado que la retrasemos el tiempo necesario para leer tres Lazarillos de Tormes… Las empresas lo saben y a veces nos cuelan obligaciones o exenciones de responsabilidad camufladas en textos incomprensibles para la mayoría de la población, que posiblemente no aceptaríamos si las conociéramos en detalle. Para salvarnos de ello está la ley general, que considera abusivas y, por tanto, nulas muchas de esas obligaciones.
Consent Common: simplificar los textos legales con iconos
En resumen, la conformidad con la política de privacidad y términos de uso se ha banalizado. La abogada Paloma Llaneza piensa que ocurre porque consideramos que no tiene importancia pero la tiene y mucha. Por eso considera una obligación simplificarlo para que la gente entienda lo que firma. Ante el reto de aligerar y aclarar esos términos legales con ayuda de la iconografía ha impulsado Consent Commons. Es ventajoso para todas las partes: una señal de respeto para el usuario y un ejercicio de transparencia por parte de las empresas que lo usan, como Telefónica que respalda el proyecto.
Imagen: Lidi Faria

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