Los juegos no son inocentes. Existen porque nos entretienen. Y nos entretienen mientras tienen la capacidad de enseñarnos algo. Cuando dejamos de aprender con ellos nos aburren.
Pero mientras nos entretienen, son la herramienta más poderosa que existe para aprender: habilidades, aptitudes y conocimientos. A todos nos gusta jugar o, al menos, que nos entretengan. Desde luego a los niños les encanta, está en su herencia evolutiva, es la habilidad que les ha dado la naturaleza para aprender. Entonces, ¿por qué hay colegios aburridos? ¿A qué estamos enseñando?
Recientemente se ha disputado el campeonato del mundo de ajedrez entre el joven noruego Carlsen, de 23 años, y el indio de 44, Anand. No sé hasta qué punto están familiarizados con el juego del ajedrez. Yo he sido un aficionado lejano y apático. Incluso estuve apuntado a un club de Edimburgo durante un par de mese, pero eso fue hace muchos años, Internet estaba en pañales y la revolución no era digital.
Hace muy poco, y ante su insistencia, he apuntado a mi hijo de seis años a clases de ajedrez. Dicen que le va a venir muy bien para las matemáticas, para la paciencia y para asumir las consecuencias de sus decisiones.
Lo malo es que yo sé que para mejorar en ajedrez hay que estudiar. Y me refiero al estudio del de verdad, del antiguo: memorizar tipos de aperturas, defensas, situaciones, finales, etc. El ajedrez se juega desde hace catorce siglos. Si no estudias serán otros los que se aprovechen del conocimiento acumulado por millones de jugadores (algunos de ellos auténticos genios).
Ese conocimiento se solía condensar en libros y los mejores jugadores tenían bibliotecas completadas durante décadas con partidas antiguas, tácticas, análisis, ensayos y estrategias explicadas a través de unos pocos gráficos y muchos jeroglíficos. Nunca pasé de hojear uno de esos libros. Yo quería jugar, no estudiar.
Pero eso fue hasta antes de ayer.
En la actualidad, cualquiera puede bajarse gratis una app con todo el conocimiento acumulado hasta la fecha en el ajedrez. Todo el conocimiento.
No sólo eso, también están a nuestra disposición entrenadores virtuales con simuladores que podrían batir, por su memoria y capacidad de cálculo, al actual campeón del mundo, el joven Carlsen, que acaba de renovar el título.
De hecho, la tecnología permitiría a cualquier niño batir a un gran maestro siguiendo las instrucciones de un software gratuito bajado al móvil. En el reciente campeonato del mundo había hasta seis círculos de control para acceder a la sala en donde se celebraban las partidas. Los dispositivos electrónicos estaban completamente prohibidos. La máquina hace mucho que superó al hombre.
¿Comprendeis lo que eso significa si lo extrapolamos? La tecnología ha hecho que el conocimiento -y ésta es mi apreciación personal y puede chocar con lo que se entiende por el mismo- se haya convertido en una maldita commodity: se distribuye por un coste marginal y sin diferencia cualitativa a un amplio mercado. Por tanto, al consumidor le da igual quién lo distribuya. Es como la harina. No importa adquirirla de una marca u otra. E igual que la harina, poseerlo no significa ninguna ventaja competitiva.
Claro que para ser capaz de disfrutar de ese conocimiento se necesitan habilidades personales, como la creatividad y la capacidad de interactuar con otros, y aptitudes, como el criterio o el conocimiento del inglés. Con un kilo de harina se pueden hacer muchas cosas, desde comérsela a cucharadas (muy poco recomendable) hasta, mezclándola con otros ingredientes, un bizcocho de chocolate (altamente recomendable). Me gusta esa definición que dice que la sabiduría consiste en aplicar la mejor respuesta a un problema a partir del conocimiento. Antiguamente ese conocimiento estaba al alcance de pocos. Ahora está a un clic.
Mi hijo de seis años acude a un colegio bilingüe en el que le siguen enseñando lecciones mientras tiene que estar en demasiadas ocasiones atento y callado escuchando una lección impartida por un profesor. Con una pizarra electrónica, eso sí. A ese ritmo tardará años en acumular el conocimiento que tiene un adulto.
Sin embargo, gracias también a la tecnología y a una correcta aplicación de la misma y al poder de las dinámicas de juego, el pasado fin de semana se entretuvo con un simulador/entrenador de ajedrez en una tableta. En 48 horas aprendió más de las posiciones básicas de la apertura del peón de reina y del peón de rey de lo que he sabido yo jamás…si no fuera porque yo también estuve con él aprendiendo. Y jugando.
Imagen: lovelihood

Soluciones y Sectores
Te puede interesar
-
Emisiones cero para una reindustrialización competitiva
Entre los pasados días 2 y 3 de octubre se celebró en Málaga la sexta edición del Congreso Nacional ...
-
Lecciones aprendidas en la implantación de la salud digital
Recientemente se celebró la III Semana de Salud Digital, que incluía, como parte fundamental, el X Congreso Internacional de ...
-
Cómo llegar con la comunicación a la Luna con ayuda de la tecnología: MoonBack
Una de las conclusiones del informe “El puesto de trabajo en España" es que uno de los principales beneficios ...