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La humanización del trabajo en la era de la IA

Del potencial transformador de la inteligencia artificial en la empresa así como de los distintos perfiles de uso se habló en la edición del año pasado de WOBI en Madrid. Los humanos interactuamos con la IA de tres maneras:

  • Como centauros. Esta denominación incluye a quienes separan muy bien qué asignar al humano y qué a la máquina y son selectivos sobre cuándo utilizar la IA o no. Huyen del “copia y pega” y la usan como una herramienta de apoyo más. Hila los describe como “mitad IA, mitad humanos”.
  • Como cíborgs. Estos serían quienes “se enamoran” de ella y optan por un flujo de trabajo integrado en el que la inteligencia artificial está omnipresente, por más que sea utilizada de manera correcta y muy cuidadosa. Juegan y experimentan con ella y aunque pierden un poco su yo, ganan otras capacidades.
  • Como automatizadores. Denomina así a quienes acuden a la IA para que les resuelva dudas o haga tareas repetitivas.

Y no hay un perfil bueno o malo per se, sino un modelo de interacción óptimo o de potencial riesgo para cada tipo de tarea. Lo importante es tener claro que cuando actuamos como centauros mejoramos potencialmente la tarea en concreto y nuestras capacidades en ella. Que cuando nos enfrentamos a tareas de bajo riesgo y exploramos a tope las capacidades de la inteligencia artificial en modo cíborg llegamos más lejos. Y con tareas cotidianas, tareas rutinarias, que ni nos gustan ni nos aportan, y además son de bajo impacto en el negocio, ser un automatizador podría resultar lo más inteligente.

Se dijo que estamos en el momento de familiarizarnos gradualmente con esta fascinante herramienta, plantearnos tareas y roles de la inteligencia humana en relación con la IA, aprender a verla también como una herramienta de innovación, usarla con mucha cabeza cuando la empleemos en situaciones analíticas cruciales en que se manejen grandes cantidades de datos y entender los riesgos asociados. Se trata, en definitiva, de hacer malabares entre aprovechar su potencial y reconocer sus limitaciones.

Lo humano, nuestro mayor activo

Los pasados días 12 y 13 de noviembre tuve el placer de volver a asistir al WOBI (World Of Business Ideas) y en la edición de este año uno de los temas que más captó mi atención fue cómo podemos estar seguros de que la inteligencia artificial cumplirá la promesa de ampliar nuestras capacidades para permitirnos trabajar de manera más humana.

Durante el encuentro, en un momento absolutamente marcado por conceptos como la automatización y el despliegue de robots, el denominador común -incluso en las ponencias más tecnológicas- ha sido el valor de lo humano.

El futuro del trabajo debe ser un futuro donde los humanos y la tecnología trabajemos juntos, aportando lo mejor de cada uno. No solo debe verse como una cuestión de eficiencia y productividad, sino también de significado, de conexión y de bienestar.

La humanización del trabajo en la era de la IA no es una tarea fácil, pero sí urgente y necesaria. Debemos ser conscientes de los límites y los riesgos de la IA, pero también aprovechar sus oportunidades para ampliar nuestras capacidades y crear un entorno de trabajo más humano, auténtico y significativo.

Quiero destacar la intervención de Natalie Nahai sobre inteligencia artificial y comportamientos y su gran pregunta: ¿cómo podemos mantener la humanidad en el centro del trabajo cuando parece que la IA está tomando el control? Porque la IA -destacó Nahai- no es solo un conjunto de algoritmos o chatbots, sino una tecnología que está redefiniendo la forma en que nos relacionamos, tomamos decisiones y soñamos con el futuro.

El “efecto Eliza”: cuando la máquina nos confunde

Uno de los momentos más reveladores de la conferencia fue la historia de Eliza, el primer chatbot de la historia, creado en 1964 por el MIT. Eliza era un programa de procesamiento de lenguaje natural que simulaba una conversación terapéutica, creando la ilusión de empatía. Lo sorprendente no fue la tecnología, sino la reacción de las personas que interactuaban con ella porque, a pesar de saber que Eliza era solo un programa, muchas personas se sentían escuchadas, comprendidas e incluso pedían privacidad para hablar con la máquina.

Este fenómeno, conocido como el “efecto Eliza”, sigue vigente hoy. Pues cada vez que interactuamos con un chatbot, un asistente virtual o agente de IA, tendemos a atribuirle cualidades humanas: empatía, intención, subjetividad. No es casualidad: nuestra especie ha evolucionado para colaborar, para sentir y responder a los estados internos de los demás. La empatía es una de nuestras herramientas más poderosas para conectar, colaborar y crear sentido.

Y aquí radica el potencial “problema de ceguera”, como subraya Nahai: la IA no siente, no tiene subjetividad ni intención. Lo que tiene es la capacidad de simular estas cualidades. Pero eso puede llegar a confudirnos porque cuando proyectamos nuestras emociones y expectativas sobre una máquina corremos el riesgo de confiar demasiado en ella, de delegar decisiones importantes sin cuestionar su veracidad o el impacto. Y esto no solo afecta a la calidad de nuestro trabajo, sino a nuestra capacidad de pensar críticamente y tomar decisiones autónomas.

Los tres tipos de empatía y su ausencia en la IA

Natalie habló de los tres tipos de empatía que los humanos compartimos: la empatía cognitiva (ponerse en el lugar del otro), la empatía emocional (sentir lo que siente el otro) y la empatía somática (responder físicamente al dolor o al placer del otro). Todas ellas son fundamentales para vivir en sociedad, para la colaboración y para la creación de vínculos significativos.

La IA , en cambio,- al menos al día de hoy- no experimenta ninguna de estas formas de empatía. No tiene un ser, una conciencia ni una mente. Y, sin embargo, al proyectar nuestras emociones y nuestras expectativas sobre ella, podemos llegar a caer en trampas peligrosas.

Antropomorfización, sesgos y falta de contexto de la IA

La conferenciante alertó sobre los puntos ciegos de la inteligencia artificial y destacó la antropomorfización como uno de los principales riesgos. Esta tendencia a atribuir características humanas a las máquinas puede llevar a confiar demasiado en la IA y valorar sus resultados como si provinieran de un ser humano, ignorando sus limitaciones y errores.

La IA también puede fabricar información con convicción, cometer errores básicos y perder el contexto, lo que afecta a la calidad de nuestras decisiones.

Y además la IA refleja y amplifica los sesgos ideológicos de sus creadores, influenciando los valores que prioriza según la cultura de origen. Por ejemplo, modelos desarrollados en Occidente pueden enfatizar valores como igualdad y libertad, mientras que otros pueden resaltar estabilidad o control estatal. Por eso, es crucial ser conscientes de los valores subyacentes en los algoritmos para entender cómo pueden afectar a nuestras decisiones y percepción del mundo. Estos riesgos evidencian la necesidad de un uso crítico y reflexivo de la IA para evitar dependencias emocionales y sesgos inadvertidos

La diligencia humana

Uno de los conceptos más interesantes de la conferencia fue el de la diligencia. Para los humanos, la diligencia significa poner todos los medios para conseguir un fin, el poder de actuar, de tomar decisiones, de influir en el curso de nuestras vidas. Es lo que nos permite estar motivados, ser creativos y alcanzar nuestros objetivos. La IA, por el contrario, actúa dentro de unos parámetros y unas reglas predefinidas. No tiene autonomía ni capacidad de decisión

Como enfatizó Natalie, el verdadero valor de la IA no está en reemplazar la diligencia humana, sino en ampliarla. La IA puede ayudarnos a automatizar tareas repetitivas, a procesar grandes cantidades de datos, a identificar patrones y  tomar decisiones más informadas. Pero, para que esto sea posible, debemos mantener el control, la autonomía y la capacidad de decisión. No podemos delegar nuestras facultades críticas ni nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos

Cinco estrategias para la humanización del trabajo

Entonces, ¿cómo podemos humanizar el trabajo en la era de la IA? Estas son varias estrategias clave:

  • Definir los desafíos reales. Antes de implementar la IA es fundamental identificar los desafíos reales que enfrentamos en el trabajo y probar cómo la IA puede ayudarnos a resolverlos. Esto implica experimentar, aprender y adaptar, no simplemente adoptar la tecnología porque esté de moda.
  • Triangular insights. Es importante escuchar a diferentes fuentes,  expertos,  investigadores y a personas que están viviendo la transformación en primera persona. No podemos confiar solo en los titulares o en las tendencias de las redes sociales.
  • Fomentar la autenticidad. La IA puede generar contenido, pero no crear autenticidad. Las marcas y las organizaciones que quieran ganarse la confianza de sus clientes y empleados deben comunicarse de manera auténtica, mostrando sus valores y su humanidad.
  • Invertir en la empatía. La empatía no es una habilidad blanda; es fundamental para liderar, para colaborar y para crear un entorno de trabajo humano. Las organizaciones deben invertir en el desarrollo de la inteligencia emocional y en la creación de espacios donde las personas se sientan escuchadas y comprendidas.
  • Reconocer y valorar las contribuciones humanas. La IA puede automatizar tareas, pero no reemplazar la creatividad, la innovación y la colaboración humana. Las organizaciones deben reconocer y valorar las contribuciones humanas, no solo los resultados cuantificables

Por todo ello, la transformación del trabajo en la era de la IA no es solo un desafío tecnológico, sino una oportunidad para la humanización. Podemos usar la IA para liberar tiempo y recursos, para automatizar tareas repetitivas y para tomar decisiones más informadas. Pero, para que esto sea posible, debemos mantener el protagonismo de las personas, priorizar la diligencia humana y su capacidad de crear sentido y conexión.

Imagen: pixabay

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